Capítulo 4

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UPS 

Los siguientes cuarenta minutos estuvieron llenos de "¿Estás loca?", "No voy a quedar con él a solas" y un largo etcétera de frases parecidas. Irene intentaba jugar su carta preferida llamada "Me lo has prometido", pero no surgió efecto hasta que añadió algo más a esa frase.

— ¿Te acuerdas de la primera vez que nos vimos fuera de las clases de repaso? — Dos segundos de silencio antes de seguir me hicieron tragar saliva — Ese día fui yo la que me acerqué a ti al ver que necesitabas hablar con alguien. ¿Y si no hubiera sido así? ¿Has pensado alguna vez cómo habría sido todo si no te hubieras podido desahogar conmigo? Tuviste suerte de tenerme a tu lado apoyándote con lo de tu tío, pero ahora estoy lejos y no puedo estar siempre que necesites un abrazo.

— Irene, yo... — Intenté controlarlo, pero un nudo en la garganta acompañado por un par de minúsculas lágrimas, suficientes como para hacer rebosar el frágil vaso de mi sobriedad, hicieron que fuera imposible continuar la frase.

— A veces hay que saber pedir ayuda y todas las personas, por muy duras que crean que son, necesitan tener a alguien cerca. Sabes que hagas lo que hagas te apoyaré igual, pero creo que deberías darle una oportunidad a quien se preocupa por ti.

Y así era ella, capaz de hacerte reír cuando creía que era lo que necesitabas pero también de hacerte llorar y reflexionar cuando así lo pedían tus ojos. No sé cómo se lo hacía pero siempre tenía la razón, aunque a veces me costaba verlo de primeras. En esta ocasión había hecho falta una hora entera hablando y aunque aún me parecía una locura, empezaba a planteármelo seriamente.

Después de su consejo creo que vio cómo ya había conseguido su objetivo haciéndome reflexionar sobre ello, así que cambió de tema. Me contó el destrozo que había hecho su marido al intentar hacer un huevo frito dentro de una freidora, una anécdota sobre un alumno del colegio en el que trabajaba actualmente y demás historias divertidas para que no me agobiara. Finalmente se nos hizo tarde y se despidió recordándome de nuevo que estaría orgullosa de mí siempre, hiciera lo que hiciera.

Intenté normalizar el resto del día, aunque reconozco que a ratos la cabeza se me iba de los apuntes y me ponía a pensar en el día siguiente con la situación que me tocaría vivir en caso de atreverme. Tenía claro que no era una cita, solo una especie de tutoría pero con menos formalidad, el problema era transmitírselo a Rubén pero eso ya era cosa de la Nashwa de mañana.

Pasadas unas horas entre apuntes y algún que otro pdf, las luces de la calle me recordaron que era de noche y me vino a la cabeza que entre tanto lío no había comido nada en todo el día. Ni mis ganas, ni tampoco mi aspecto invitaban a salir de la habitación, por lo que tomé la decisión cómoda de calentarme unos fideos instantáneos en el microondas.

Mientras disfrutaba de ese pequeño momento de relax con mi (no) elaborada cena, lo que menos deseaba en ese momento ocurrió; una llamada entrante de mi padre. Sabía que me iba a preguntar única y exclusivamente por los estudios y que me iba a recordar, por enésima vez, que es muy importante para mi futuro que no me distraiga y saque buenas notas. Sinceramente no me apetecía esta charla hoy, así que dejé que los tonos del teléfono fueran rebotando libres por la habitación hasta morir en el aire sin respuesta alguna. No es que no quisiera a mi padre, que lo adoraba, más bien es que le costaba en exceso no asumir que ya tenía una edad para volar y preocuparme yo solita de mis obligaciones.

Las pilas de mi día se habían agotado y necesitaba urgentemente renovarlas. Recogí lo poco que había ensuciado con la cena y dejé la ducha para la mañana siguiente, ya que no me sentía con fuerzas ni para sujetar una esponja. Una vez estirada en la cama, mi preocupación era no poder dormir debido a tantas cosas que corrían por mi cabeza, pero el agotamiento ganó a las preocupaciones y caí rendida.

Al día siguiente fue mi despertador el encargado de interrumpir un sueño que de todas formas tampoco iba a recordar. Me había levantado más pronto para poder ducharme, arreglarme, terminar de preparar todo el material y desayunar tranquila, aunque seguramente terminaría corriendo como siempre.

Con más sueño que vida fui realizando una a una todas las tareas hasta llegar a la cafetería a falta de quince minutos. Me senté delante de la barra como hacía siempre, pedí el café, me perdí unos segundos entre el increíble aroma de la sala y volví a la realidad a la hora de pagar viendo que no llevaba nada de dinero. Había hablado con el dueño de la cafetería varias veces, aunque nunca le había preguntado su nombre, por lo que creí que no habría problema en decirle que pasaría luego a pagarlo.

— Disculpe, — Intenté sonar lo más inocente y educada posible — creo que me he dejado el dinero en la habitación. ¿Le importaría si paso luego y...?

Antes de poder terminar la frase una moneda de dos euros acompañada de dos monedas de cuarenta céntimos cayeron sobre la barra delante de mi taza. Un chico que había visto alguna vez, pero que no habíamos hablado nunca que yo recordara, me guiñó un ojo y miró al dueño del bar.

— Antonio, cóbrame mi café y el de ella. — Se giró hacia a mí mientras el dueño, del cual había descubierto su nombre al fin, ponía las monedas dentro de la caja — Otro día me invitas tú a un café y en paz.

No pude ni siquiera agradecérselo, ya que se dio la vuelta rápidamente y salió de la cafetería perdiéndose entre el resto de alumnos somnolientos que entraban apurando los últimos minutos. Yo hice lo mismo después de recoger y me dirigí hacia clase, sabiendo que si finalmente me decidía a hablar con Rubén tenía que ser al finalizar su clase en la segunda hora.

No tengo ni idea de como lo hice, pero durante la primera hora logré aislarme de todo lo que no estuviera relacionado con la clase y prestar atención de principio a fin. El problema fue al terminar la clase, ya que esos cinco minutos entre cambio de profesor se me hicieron tan duros que hasta me planteé salir corriendo de allí. Por suerte, antes de que eso pasara entró Rubén y empezó su clase con una sonrisa.

Siguió explicando el temario exactamente igual que el primer día, sin un orden establecido, añadiendo cosas que él creía interesantes y mezclándolas con anécdotas de gente real. No podía negar que era un gran profesor ya que conseguía que, en más o menos medida, toda la clase estuviera atenta a sus palabras. También es verdad que, debido a su indudable atractivo físico, más de una persona de la clase terminaba más atenta a su sonrisa que a sus palabras.

Una vez terminada la clase aproveché que muchos se levantaron para hablar entre ellos mientras esperaban al siguiente profesor con su fama de no llegar precisamente pronto, así que yo también me levanté. Con mis piernas temblando más que una vara verde, me armé de valor para acercarme poco a poco hacia él mientras repetía dentro de mí las palabras de Irene para así convencerme de que estaba haciendo lo correcto. Una vez delante de él inhalé más aire que nunca y empecé a hablar cuanto antes para que no hubiera marcha atrás.

— Perdona que te moleste, — Debido a su carácter en clase y a la charla anterior, me pareció demasiado serio llamarle de usted — pero quería decirte algo que si no te parece bien no tienes que preocuparte, pero que... — Noté que estaba dándole demasiadas vueltas, pero no lograba hablar con más claridad.

— Dime, no te preocupes — Afirmó sonriéndome y cerrando un poco los ojos de una forma adorable.

— Pues que estuve pensando en lo del otro día y me preguntaba si querías hablar fuera del horario para así poder contarte todo y que me entiendas mejor. Como si fuéramos amigos pero manteniendo la distancia, claro — No sé porque dije esa frase y me arrepentí al momento.

— Verás Nashwa. — La cara le cambió, se puso bastante más serio y por un momento desviaba la mirada hacia la puerta — Lo que te dije la otra vez era aplicable a tus compañeros. Creo que deberías relacionarte más con gente de tu edad, no me refería a mí. Creo que no sería buena idea vernos fuera de horario. 

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