Capítulo 5

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Opt-in 

El mundo se quedó en silencio durante unos instantes y solo podía escuchar mi corazón latir cada vez más rápido, intentando encontrar conexión alguna con el cerebro para salir de esa situación. Intenté sonar lo más fría y seca posible pero sin mostrar mi tremenda decepción y las ganas de soltar más de una lágrima.

—Tienes razón, no sé en qué estaba pensando. Nos vemos en la siguiente clase.

Me giré antes de que pudiera responderme. En esos momentos no me apetecía escuchar ni una sola de sus palabras, aunque en el fondo sabía que no podía estar enfadada con él. Los profesores no son psicólogos y no tienen ninguna obligación de preocuparse por los alumnos fuera de las clases, o por lo menos eso me repetía a mí misma para intentar sentirme mejor.

El nivel de descontrol que había en mi cabeza en ese momento era tan fuerte que decidí hacer algo que no había hecho desde que pisé esa facultad: Saltarme las clases restantes.

Recogí todo mi material antes de que viniera el siguiente docente y salí de allí lo más rápido posible ante las miradas extrañadas de algunos de mis "compañeros" de clase. Una vez fuera empecé a andar por los pasillos sin tener muy claro hacia dónde ir.

¿Mi habitación? Mala idea, terminaría llorando encima de la cama y no quería aumentar el dramatismo. ¿La cafetería? Podría encontrarme con algún otro alumno que se esté saltando clases o incluso con un profesor, por lo que quedaba totalmente descartado también. La única opción que me pareció buena fue la de salir del edificio y perderme por las calles de la ciudad rezando no encontrarme con ningún conocido, así que simplemente pisé mi habitación para buscar algo de dinero y luego salí de allí.

Desde que empezó el curso aún no había salido ningún día yo sola por la ciudad. Mientras recorría las calles cogí varias veces el móvil buscando a Irene en la agenda, pero no quería que se sintiera culpable por su consejo.

Algo llamó mi atención. Me quedé embobada mirando un bar situado en la otra acera llamado "Odun". Era bastante pequeño, pero tenía un encanto particular al ser totalmente de madera y con unos cuadros de paisajes preciosos. Por si fuera poco, encima del mostrador había un panel con la frase "Las chicas buenas van al cielo y las malas vamos a todas partes", frase con la que en ese momento me sentía muy identificada.

Entré a tomar un café y una mujer de unos cincuenta años con una melena tan larga como bonita me atendió con una sonrisa en la cara.

— ¿Qué vas a tomar princesa?

Por desgracia, mi cara aún no podía transmitir la misma felicidad. Pedí un café con leche más seria de lo que me habría gustado y una vez lo tuve en mi mesa, lo removí tantas veces que podría haber creado un nuevo agujero negro dentro de la taza.

A veces la soledad no es mala y los pequeños cambios te ayudan más de lo que podría parecer. Eso me pasó a mí, ya que perder un par de horas en esa cafetería analizando cada uno de los cuadros mientras pensaba en todo lo que había pasado, hizo que no me pareciera tan grave como seguramente me lo habría parecido si hubiese estado tirada en la cama con lágrimas en los ojos.

Cuando me sentí un poco mejor levanté la mano para que viniera la dueña del bar y esta vez la atendí con una sonrisa, tal como se merecía.

— ¿Cuánto te debo por el café?

— Vaya, esa sonrisa es nueva. ¿Estás mejor cariño? — Sus ojos le brillaban y no dejaban de mirar fijamente los míos.

— Sí, muchas gracias. Estaba un poco preocupada por una mala nota — Tampoco quería contarle mi vida a una desconocida, por muy buena impresión que me hubiera causado — y ya he visto que no es para tanto.

— Me alegro mucho de que sea así. Pues no me debes nada del café, que con tu sonrisa ya me lo has pagado de sobra.

Me pareció tan adorable y me transmitió tantísima energía positiva que se convirtió en mi visita obligatoria al terminar las clases.

Las siguientes dos semanas fueron de vuelta a la rutina. Dejé de darle vueltas a lo de Rubén y me centré en él únicamente como profesor igual que había hecho conmigo, puse toda mi energía en sacar buena nota en todas las asignaturas y no dejé que nada más me volviera a distraer. O por lo menos, eso pensaba yo.

— Buenos días María — Saludé con una sonrisa de oreja a oreja y le guiñé un ojo.

— ¡Nashwa! — Cada día ponía el mismo tono de alegría al verme — Ahora mismo te traigo lo de siempre.

Mientras me servía el café yo le contaba mis últimas notas y ella me felicitaba con su entusiasmo característico. La verdad es que habíamos congeniado muy bien y era la única persona con la que podía hablar cada día sin recurrir a la tecnología. Sin embargo, ese día una llamada nos cortó la conversación.

Ella me pidió disculpas y respondió a la llamada. Se alejó para hablar y no volvió hasta unos minutos después.

— Disculpa, pero me ha llamado mi marido desde el trabajo. Se ha dejado una cosa importante en casa y se la tengo que llevar, ya que no puede salir. ¿Podrías vigilar un poco el bar hasta que vuelva? No tardaría más de treinta minutos y no creo que venga mucha gente.

— Sin problema — Fui muy rotunda aunque me daba un poco de miedo por si pasaba algo y me tenía que hacer responsable.

— ¿Segura? Si no puedes me lo dices y lo cierro. Es que me sabe mal por la gente que está dentro...

— De verdad María, yo me encargo.

Me dio un beso tan fuerte que me hundió toda la mejilla, se quitó el devantal y se fue corriendo.

Fue todo fácil ya que no entró gente nueva y la que había, seguía sentada en su sitio sin pedir nada más. Pasada ya la media hora, la campana de la puerta procuré saludar con la misma felicidad con la que me recibía siempre María.

— Buenas tardes — Dije sonriendo mientras me giraba hacia la puerta y veía al chico que me había invitado al café hacía un par de semanas en la facultad.

— ¡Menuda casualidad! — Respondió sin pensárselo dos veces — ¿Trabajas aquí? El destino ha querido que me devuelvas ese café — Soltó una buena carcajada.

Para más surrealismo, volvió a sonar la campana y esta vez fue María la que entró fatigada y agradeciéndome el favor.

— ¿Y este chico tan guapo? — Me preguntó mientras lo analizaba de arriba abajo.

— Soy un amigo — Respondió con una sonrisa pícara.

— ¿Y os vais ya?

— No, justo me estaba comentando que me invitaba a uno de los deliciosos cafés que hacen aquí — Me guiñó un ojo e hizo que me pusiera totalmente roja y no tuviera otra opción que quedarme.

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