Amelie sonrió al verse victoriosa frente al señor Burton por lo que solo miró a su madre, quien discretamente la envió con prontitud a la alcoba para retocarse sabiendo que en cualquier momento llegaría, ella estaba segura de que era el principio de su triunfo.
—No te preocupes, querida —sentenció su tía—. Le he prohibido que ingrese a la casa, su atrevimiento, enviando flores no tiene nombre. Me encargaré de devolverlas.
—Me parece lo correcto —dijo la condesa, atrayendo la mirada de Amelie—. Gracias por estar de nuestro lado, ahora cualquiera cree que puede hacernos menos solo porque no tenemos un hombre a lado. Amelie irá a descansar a su habitación y yo la acompañaré después de este horrible mal momento.
—Pero deben comer algo —declaró la tía Madeleine.
—Lo haremos en la alcoba —manifestó la condesa y se fue tomando del brazo a su hija, quien le siguió sin entender cuál era el plan.
Apenas estuvieron dentro de sus aposentos, su madre recalcó el plan.
—Debes mostrarte firme pero no altanera —dijo la condesa y Amelie asintió con tranquilidad—. No esperes mucho de un hombre horrible y vulgar como él, así que no caigas en sus provocaciones, sé inteligente y espera.
—Madre, sé perfectamente lo que debo hacer —recalcó Amelie—. Ese hombre espera un manojo de nervios y la explosión de una niña y yo voy a enseñarle que soy lo mejor que va a encontrar en toda su asquerosa vida. Esto ya es un asunto personal, por orgullo más que por la necesidad del dinero. Me ha enfadado y humillado como le ha dado la gana, así que creo que es momento de que reciba un castigo y qué mejor que darse cuenta de que sí soy mejor que él y le voy a ganar esta partida. Va a ser mi esposo.
Si bien, había recibido las flores no envió una nota de agradecimiento ni nada, solo dejó que su tía las devolviera. No lo hizo porque estaba segura de que era una ofrenda de paz y ella necesitaba que el señor Burton estuviera dispuesto a pisar sus dominios, que la visitara y que probara su benevolencia cuando ella intercediera para que su tía lo dejara pasar.
Nada mejor que ganar una batalla en su territorio ya después se encargaría de apoderarse de él.
Estaba segura de cuál sería su siguiente paso por lo que de nuevo se fue a la biblioteca para repasar lo que debía aprender.
Como era de esperarse ni siquiera recordaba el título del libro que había leído antes por lo que hizo lo que cualquier señorita habría hecho. Buscó algún otro libro que ofreciera una temática igual y fingió estar completamente comprometida con su aprendizaje.
Memorizó pequeñas frases que sirvieran a su propósito y las repasó sin descanso para poder estar a la altura. Tomó el primer libro que hablaba sobre plantas y el menos grueso para facilitar su aprendizaje.
No sé sentía capaz de leer todo eso, así que empezó por lo primero: ojearlo. Nunca estaba de más dar un primer vistazo, se dijo que nada perdería si lo hacía.
—El asunto de las flores es casi lo mismo que un bebé —dijo una masculina voz en la entrada que la sobresaltó y la hizo envararse al reconocer de quién se trataba.
Se giró para ver al señor Burton mirando con atención el libro que sostenía en sus manos.
Se puso nerviosa de solo imaginar que el hombre quisiera un debate sobre eso cuando ella no estaba preparada.
—Señor Burton —habló, dejando el libro sobre el escritorio y llevando la palma de su mano al pecho.
Se inclinó para saludarlo como lo haría cualquier dama de buena cuna y después hizo una seña para que entrara y tomara asiento.
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Seda y algodón.
Historical FictionAmelie Farfaix hija de un conde y hermana de otro guarda un secreto que deberá llevar a la tumba si desea mantener su respetabilidad y aceptación en sociedad. Sin embargo, las circunstancias la obligarán a buscar un esposo ante la desesperada situa...