Los siguientes días no fueron diferentes para Amelie dado que la llegada del señor Burton casi a diario eran una buena señal incluso porque pasaba tiempo a su lado y solían, como siempre, hablar de las plantas o de cualquier otro tema pero nada referente a un cortejo e incluso ella no quería hablarlo para evitar que se sintiera perseguido.
Había empezado a conocerlo y se daba cuenta que era un rebelde, de esos jóvenes que hacían lo contrario si se les pretendía obligar a algo, así que debía ir con cuidado. Para Amelie, hablar con el señor Burton era como pisar un terreno lleno de pólvora estando en llamas.
Ella, por supuesto, haciendo gala de toda su inteligencia solía darle por su lado en todo, solo cuando lo notaba aburrido le debatía algo y pronto entendió lo que él buscaba de una mujer. Le gustaba sentirse retado.
Ella como la buena dama que era, le daba lo que él quería.
Lady Amelie no existía, al menos no la verdadera, por supuesto le seguía pareciendo alguien de bajo nivel pero hacía su mejor esfuerzo por tolerarlo y con las semanas vino la aceptación.
Ya no se sentía incómoda ni atacada, tal vez porque las reticencias del hombre se habían esfumado y ahora la consideraba una amiga que no ponía en peligro su soltería.
Amelie se miró al espejo y sonrió. Lo tenía justo donde deseaba, solo era cuestión de esperar un poquito más.
Con el pasar de las semanas se dio cuenta de que él parecía más cómodo en su presencia e incluso le había confesado alguna que otra cosa y ella como era de esperarse se inventó confidencias que no existían para darle la confianza, tan así que a dos meses después de todo eso, el hombre casi llegaba a diario a visitarla para pasear en los jardines, siempre en compañía de una chaperona.
Ni siquiera se había dado cuenta de que sus acciones levantaban las expectativas de su tía y que las habladurías de la servidumbre empezaban.
Ella lo deseaba, quería que la gente empezará a asociarlos juntos sin ejercer presión, por ello su madre, precavida como era, no hacía ningún comentario de las llegadas del joven en las visitas a sus amistades. Simplemente fingía que no pasaba nada para no echar a perder los planes de su hija.
No querían asustarlo. Ella y su madre lo habían planeado todo perfectamente e incluso se creían su papel y vivían su actuación.
Lo que al principio fueron visitas cortas se convirtieron en verdaderas tertulias y poco a poco los presentes empezaron a llegar, desde pequeñas notas en medio de algún pastelillo, flores e incluso algo tan inapropiado como un abanico.
Amelie se sentía exitosa y feliz consigo misma pero se sentiría invencible cuando lograra ser la señora de la casa Burton.
James Burton solía hacer la invitación a través de su madre y a Madeleine, pero la extendían hacia ellas y la dos mujeres estaban complacidas con los resultados que estaban obteniendo.
Disfrutaban de cenas juntos donde él siempre tenía algún maldito libro que darle para enriquecer su deseo por las plantas.
Fingía estar emocionada y aseguraba que lo devoraría en solo unos días cuando la verdad fuera dicha no avanzaba más que unas páginas en solo semanas.
Las excusas no faltaban y lo mejor es que se victimizaba tanto que James terminaba por creerle.
Sin duda su plan estaba yendo viento en popa y ella no podía sentirse más orgullosa de sí misma por lo que sonrió a su propio reflejo en el espejo.
—Debemos ir al pueblo —dijo su madre, sacándola de sus pensamientos—. Estoy segura de que te harán falta cintas e incluso algún otro ridículo.
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Seda y algodón.
Historische RomaneAmelie Farfaix hija de un conde y hermana de otro guarda un secreto que deberá llevar a la tumba si desea mantener su respetabilidad y aceptación en sociedad. Sin embargo, las circunstancias la obligarán a buscar un esposo ante la desesperada situa...