Capítulo 12

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Los siguientes días Amelie se la pasó dando vueltas al asunto de su boda.

   Después de que su madre y su prometido habían hablado, se había fijado la boda en dos meses, en los cuales ella tenía que pensar en cómo engañarlo.

  No había hablado con su madre pensando en qué hacer por sí sola pero la realidad era que se encontraba totalmente perdida y el miedo comenzaba a embargarla. La sola idea de que James se diera cuenta de que no era una doncella, la tenía aterrada y sin poder dormir. Su corazón se aceleraba con el solo pensamiento de verse descubierta. Pensó que tal vez debía decirle la verdad, quizás la amara tanto que no le importaría, pero lo cierto era que los hombres eran incapaces de lidiar con ese tipo de cosas y solían de tomarlo muy mal. 

El miedo a ser rechazada le carcomía, no solo porque su vida estaría arruinada y sin posibilidad de conseguir un nuevo partido, sino porque de descubrirse que no había un heredero al condado, este seria devuelto a la corona, quienes designarían al siguiente en la linea de sucesión y con ello podrían ser condenadas a vivir en la miseria si al nuevo conde le daba la gana romper relaciones con ellas. 

Decirle a James la verdad fue una opción que desechó de inmediato, todo luego de que las consecuencias fueran más que los beneficios. A ningún hombre le gustaría saber que se casaría con una mujer sin virtud, además de que en un ataque de rabia bien podría ir por la vida diciéndolo a todo el mundo y con eso acabaría con lo poco que quedaba de la respetabilidad de las Farfaix. 

Negó luego de pensarlo, ella no lo permitiría, no dejaría que se enterara. 

Dio un respingo y un ligero grito cuando fue notificada de la llegada de su prometido. El hueco en el estómago, que ya de por sí tenía, creció debido precisamente a que cada día era un día menos que tenía para resolver su dilema.

  Desconocía el cómo los hombres se daban cuenta de que una mujer no era doncella, pero estaba segura de que ninguno dejaría pasar que su esposa no fuera una mujer virtuosa en su primera noche y que cualquiera, por muy bueno que fuera se sentiría ofendido y humillado.

   Amelie se arrepentía de su fracaso anterior, por supuesto que sí lo hacía, se arrepentía de todo pero lo hecho, hecho estaba, se dijo y no tenía más opción que resolver el asunto de la mejor manera y salir airosa. Ya había logrado un compromiso matrimonial y de nada servía una boda si él no era un esposo contento.

  Miles de casos se habían dado donde esposas terminaban en el exilio y sin dinero tras el abandono de sus esposos. Ella no iba a quedarse así bajo ningún concepto, no había peleado tanto por una buena posición económica para perderla en un abrir y cerrar de ojos.

  A Amelie poco le importaba si su esposo decidía tener amantes después de casarse, en realidad todo lo que deseaba era no ser descubierta y poder tener una manera de sobrevivir de forma decente, sin verse exiliada y condenada al encierro. 

   Estaba segura de que algo se le ocurriría pero de momento no podía pensar cuando él llegaba y verlo solo hacía que su estómago se contrajera de ansiedad por el tiempo que cada vez se acortaba.

   Se acomodó el cabello y pellizcó sus mejillas para bajar a recibirlo.

  Bajó a la sala de estar donde su madre conversaba abiertamente con él junto a su tía.

  Una vez estuvo frente a ellos saludó con amabilidad.

—Lady Amelie —dijo James acercándose para dejar un beso en sus nudillos.

  Ella respondió como correspondía, con una ligera inclinación y una sonrisa comedida.

 Se sentó a un lado de su madre mientras se incluía en la conversación trivial pero notaba la mirada constante de James sobre ella.

Seda y algodón.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora