Capítulo 1: Sentimiento prohibido

2.5K 111 42
                                    

Desde hacía ya más tiempo del que podía recordarse, el Underground se había vuelto un lugar completamente inhóspito y peligroso para cualquiera que viviera allí... Pero no podían hacer nada contra eso de momento, pues los humanos les habían condenado a permanecer en esa prisión subterránea por culpa de la guerra perdida. Poco a poco, la esperanza y alegría que inundaban sus muros se convirtieron en un profundo odio y rencor, donde la forma de sobrevivir era una sola: MATAR O MORIR. Bajo ese concepto, los monstruos debieron endurecer sus corazones y volverse fríos... Para sobrevivir y vengarse de aquellos que les habían exiliado de la superficie.

- ¡SANS! ¡MALDITO PERRO DE MIERDA! - Desde el interior de aquella habitación, un bajo esqueleto pudo oír las pisadas de su hermano menor, acercándose a la puerta mientras vociferaba maldiciones. - ¡SI NO TE LEVANTAS AHORA, TE VOY A ARRANCAR LOS PUTOS DIENTES!

Ante las amenazas del esqueleto de gran tamaño, Sans se quitó sus sucias sábanas de la cabeza. Sabía que si no obedecía, aquellas dejarían de ser simples palabras para convertirse en hechos. Rápidamente se puso de pie y abrió la puerta, encontrándose con su hermano Papyrus mirándolo con desdén y molestia. ¿Cuántos años habían pasado para que él se volviera tan hostil? Demasiados, al parecer...

- Je... Jefe... Buenos días... - Asustado por la mirada de su hermano, comenzó a sudar y a temblar ligeramente. Parecía que ese día Papyrus había amanecido de mal humor... Eso solo podía significar una cosa: Recibiría más palizas que de costumbre. -Hasta que dignas a levantarte, pedazo de basura inútil. - El esqueleto de gran altura sonrió con malicia mientras que las palabras adquirían un tono más oscuro. Ante su mirada, Sans sintió cómo su alma se encogía por el temor. - Podría darte una buena tunda ahora mismo si no fuera por la hora. Se hace tarde para el turno de guardia. -

Ante las palabras del amenazante esqueleto, Sans no pudo evitar sentir algo de alivio. A pesar de ser uno de los monstruos más peligrosos del Underground, aún debía cumplir con sus obligaciones como parte de la Guardia Real. Aquello era un arma de doble filo... Si bien aquel trabajo había provocado que su carácter se endureciera, también le ocupaba gran parte del día, por lo que había momentos en los que el hermano mayor podía descansar sin preocuparse de poder recibir alguna paliza por parte de Papyrus.

- Si te pillo durmiendo o fuera de tu puesto... NO VOLVERÁS A PEGAR UN PUTO OJO EN LO QUE QUEDE DE TU MISERABLE EXISTENCIA. - Rápidamente los sentidos de alerta se encendieron en Sans, provocando un fuerte escalofrío por su parte al oír el amenazante tono de voz que había empleado su hermano. Se sentía cansado, sí... Pero más que sueño, en ese momento sentía terror; sabía de lo que era capaz Papyrus... ¿Cuántas muertes había causado? ¿Cuántas torturas había hecho? ¿...Cuántas fisuras le había provocado a sus heridos huesos...? MUCHAS.

- E...entendido, jefe... - Ante aquellas palabras, Papyrus sonrió con superioridad mientras jalaba con fuerza la correa enganchada al collar de perro que le había colocado tiempo atrás a su hermano. Mientras avanzaba hacia la puerta de entrada, Sans caminaba lo más rápido posible para seguirle el paso al miembro de la guardia. Por cada gran zancada que el amenazante esqueleto daba, el más bajo debía de dar 3 para alcanzarlo. Al salir de la casa en la cual vivían, pudieron sentir el roce de la nieve contra sus huesos, pero no era algo que les molestara, pues ya se habían acostumbrado al contacto con ésta desde que llegaron a Snowdin. Al poco avanzar, lograron divisar las primeras construcciones del pueblo, junto a algunos monstruos que se apartaban con rapidez de su camino... Meterse con "El Terrorífico Papyrus" no era más que un suicidio... Y, aunque fuera su mascota, tampoco podían meterse con Sans, pues el guardián no dejaría que nadie se metiera con SUS pertenencias.

- Apresura el paso, pedazo de porquería o te reventaré el cráneo. - Rápidamente Sans volvió a la realidad, dejando de lado sus pensamientos a la vez que recibía un fuerte tirón de la correa, provocando que casi se diera de bruces contra el suelo. Una vez llegado a su destino, Papyrus volvió a amenazarle una vez más con convertirle en polvo si le encontraba dormido o fuera de su puesto; finalmente se retiró, dejando solo al esqueleto de baja estatura. - (Por fin algo de tranquilidad...) - Sonriendo para sus adentros, cerró sus cuencas y dejó que Morfeo se lo llevara en brazos hacia un mundo donde no temía ni odiaba... Un mundo donde no importaba la opinión de los demás... Un mundo donde podía dejar que sus impulsos tomaran el control y donde la culpa no podría reprocharle su mayor secreto... Uno el cual llevaba guardando desde hacía varios años.

Pero... Aunque lo deseara con todas sus fuerzas, eso jamás ocurriría... Si le confesaba aquello a Papyrus, terminaría siendo tan solo un montón de polvo que rápidamente se llevaría el viento que se colaba por las grietas del monte Ebott. Por si fuera poco, el hecho de mostrar algo como "amor" o "cariño" hacia alguien en ese mundo, provocaría que muchos intentaran aprovechar la situación para hacer daño... Un daño mucho mayor que simples golpes o arañazos... Algo mucho mayor que el mundano dolor físico. Ya lo sabía... Ya lo había vivido... Cuando su hermano menor aún conservaba aquella ignorancia del peligro que les rodeaba... Ese día... En donde su hermano dejó de ser amable, para volverse un esqueleto despiadado y rencoroso... Ese día donde casi lo pierde... Ese día... Cuando su inocencia desapareció en el momento en que aquel humano le provocó esa cicatriz tan amenazante que cruzaba por sobre su cuenca izquierda.

- (Todo eso fue mi culpa... Jamás debí dejarte solo... Mi única forma de repararte eso...  Es estar allí para ti siempre... Aunque eso signifique ser solo un perro... Aunque signifique recibir palizas... Aunque signifique romper cada hueso de mi cuerpo... No voy a abandonarte nunca, Papyrus...) - Pero aquel pensamiento de Sans no era solo por aquel lazo fraternal que lo unía al esqueleto menor. A pesar que lo había negado por tanto tiempo al darse cuenta, finalmente lo había tenido que aceptar... Junto a la gran carga de culpa que sentía por ello. ¿Cuántas veces había pasado la noche en vela pensando en su sonrisa? ¿Cuántas veces había ahogado los gruñidos en su almohada mientras saciaba sus más bajos instintos al pensar en su cuerpo? ¿Cuántas veces había deseado que sus brazos lo estrecharan como muestra de un cariño? Pero no importaba qué sucediera o cuánto lo desara, pues todo quedaría así: Como un deseo imposible de conseguir. El hecho de haberse vuelto algo masoquista no tenía nada que ver con los sentimientos que albergaba en su ya dañado corazón... Aquel sentimiento había aparecido desde hacía ya bastante tiempo...

- ¡ASÍ TE QUERÍA PILLAR, PEDAZO DE MIERDA! - Sans dio un respingo al oír los gritos de su hermano; al abrir los ojos pudo ver con terror que su hermano menor se encontraba delante de él, con los brazos cruzados y con una mirada llena de ira. ¿En qué momento había llegado? ¿Cuándo se quedó dormido? -¡No... no es lo que cree, jefe! - Su voz temblaba ante la endurecida mirada de su superior. Era obvio que iba a recibir una fuerte paliza por parte de él apenas llegaran a su hogar, pues a Papyrus no le hacía gracia la idea de mostrarle a los demás monstruos que era hermano de un verdadero inútil.

- Cierra la boca antes que te reviente el cráneo a patadas. - Sans tragó con dificultad al oír aquellas palabras salir de la boca de su hermano. No pudo evitar que a su memoria llegara un recuerdo bastante desagradable que guardaba en la parte más profunda de su alma. Aquella vez en que Papyrus, dándole una de sus golpizas, terminó provocándole un daño permanente a su cuerpo... Algo que ocultaba dejándolo a la vista: Su colmillo de oro. Aquel colmillo que el menor había roto al darle una lección de obediencia. 

- Si haces un solo ruido, te arrepentirás. - Lanzándole una última mirada amenazante, Papyrus tomó la correa y tiró con fuerza de ella, logrando que su hermano cayera de bruces a la nieve. - ¡Ponte de pie ahora, imbécil! - Rápidamente Sans obedeció la orden y comenzó a trotar una vez más, intentando alcanzar al menor. A pesar de todo, no podía evitar seguir teniendo aquella admiración por la gran fortaleza del segundo al mando de la guardia real... Ni tampoco podía evitar aquel sentimiento que crecía cada día más en su dañado corazón... Un sentimiento imposible, especialmente porque era dirigido hacia él... Aquel que había cuidado por tantos años... Aquel que había protegido hasta que los roles se invirtieron... Aquel que le robaba el sueño... Aquel que provocaba en él los más oscuros deseos... Aquel esqueleto que tanto amaba... Papyrus, su hermano menor.

Sentimiento prohibido (Foncest fell +18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora