Capítulo 8.

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El viernes llegó aunque pareciese que no iba a llegar nunca. Michael no había visto mi vestido porque quería que fuese sorpresa, por lo que él ni siquiera había entrado en la tienda el día que habíamos ido a comprarlo. Aún no le había dicho a mi madre que saldría esa noche. Se había extrañado un poco porque no había trabajado esa tarde, pero yo le había dicho que el jefe estaba enfermo y que cerrado el pub a medio día. 

Me encontraba en frente del espejo antiguo de mi habitación. No sabía si mi imagen estaba distorsionada por la suciedad o esa era yo realmente pero, ese día, no me gustaba como me veía. Michael me había dado bastante dinero para que me comprase un buen vestido pero, ni eso me hacía parecerme a la mayoría de mujeres con las que los Peaky Blinders se veían a menudo, como las mujeres que parecían gustarle a Michael. Me había cambiado el peinado mil veces. Me había hecho un moño, me lo había dejado suelto, me había hecho media cola. Nada, absolutamente me gustaba. Quizá era porque esa no era yo, por más que lo quisiese. Esa no era Skye Walsh. Había dejado de serlo justamente en el momento en el que mi padre tiró todo nuestro dinero. No sabía por qué intentaba volver tan desesperadamente, si despegarme de quien solía ser había dolido tanto.

Decidí dejarme mi pelo rubio suelto en hondas y me pinté los labios de rojo, a juego con mi vestido. Miré el reloj de la pared y vi que faltaban minutos para que Michael llegase. Quería estar fuera cuando lo hiciese porque no quería que él tocase al timbre bajo ninguna circunstancia. Mi madre le reconocería del día del entierro de mi padre y entonces seríamos pobres, de nuevo. Me quité el vestido y los tacones de color camel y los metí en una bolsa grande que tenía. No podía salir así vestida de mi casa porque entonces sería descubierta. Ni en mil vidas podría ser capaz de comprarme ese tipo de vestidos otra vez. Me vestí con una falda y una camisa de las mías y me puse rápidamente los zapatos. Cogí la maleta bajé las escaleras.

Mi madre estaba sentada en el sillón leyendo un libro. 

Algunas veces quería llorar al pensar que quizá ella nunca se recuperaría por lo de mi padre. Sabía que en el momento en el que había muerto ya ni siquiera hablaban apenas porque nunca estaba en casa y nunca le veíamos pero, obviamente seguía siendo una de las personas más importantes para ella.

- ¿Mamá? - la llamé para captar su atención. Tenía un nudo en la garganta que no parecía tener intención de irse.

Por unos segundos me sentí la persona más despreciable del mundo porque, por un día que no llegaba a casa muerta de cansancio, me iba a ir a una fiesta con  las personas que llevaron a mi padre directo a la muerte. ¿Era yo acaso distinta a la persona que me había dado la vida? Porque no lo parecía. Aún tenía la oportunidad de hacer las cosas bien. De quitarme todo aquel maquillaje que me había puesto para aparentar ser la persona que ya no era y de acurrucarme al lado de mi madre mientras que ella me acariciaba el pelo. ¿Me lo perdonaría Michael? Yo sabía que sí. Lo cierto es que no sabía si yo misma sería capaz de perdonármelo a mí misma. De desperdiciar una oportunidad así. Necesitaba estar al lado de la persona que me había dado un trabajo la mayor parte del tiempo, no tenía ni idea de por qué. Lo cierto es que necesitaba ir a esa fiesta más de lo que necesitaba estar en paz conmigo misma, por lo que no cambié de opinión ni siquiera cuando vi la mirada cansada de mi madre dirigiéndose hacia mí. 

Me odiaba por ello. Me odiaba por ser así. Y mi madre, si pudiera, debería odiarme también. No sabía la hija que tenía, no la conocía. Y me daba una vergüenza terrible que descubriese quién era yo verdaderamente porque, lo cierto era que sabía que esa noche Michael no estaría pendiente de mí. Porque un hombre como él nunca se fijaría en mí, en el intento de chica que yo era. 

- Estás preciosa, cariño. ¿A dónde vas? - su voz sonaba hueca. Llena de tristeza.

No debía irme. Tenía que quedarme. Quería quedarme, ¿verdad?

- Hoy es el cumpleaños de un viejo amigo mío del colegio. Me lo he encontrado en el pub y me ha invitado, todos mis compañeros estarán ahí - mentí mientras que sentía cómo mi alma pesaba toneladas. 

Ella sonrió verdaderamente. Estaba feliz de que yo me fuera, o al menos eso parecía.

- Está bien. Ten mucho cuidado. ¿Dónde es? - preguntó.

Mierda.

Tenía que inventarme algo porque obviamente no podía decirle que era en la mansión de Thomas Shelby. Me quedé un milisegundo pensando, lo que fue suficiente para que ella frunciese el ceño un poco.

- Oh, es en su casa. Se ha ofrecido a recogerme porque yo voy un poco antes para ayudarle con los preparativos finales.

Odiaba mentir. Odiaba mentirle a la persona que más me quería de todo el universo. Odiaba estar haciéndole eso.

Ella volvió a sonreír.

- Me alegro de que vayas a pasártelo bien - murmuró asintiendo con la cabeza.

- Lo sé.

Me había sentido la persona más afortunada del mundo de que mis padres nunca hubiesen conocido a ninguno de mis compañeros del colegio porque yo ni siquiera sabía qué había sido de ellos. 

Me acerqué a ella y puse la mejilla para que ella me diese un beso, ya que no quería mancharla con el pintalabios. 

- Te quiero, mamá.

Ella me pellizcó la mejilla.

- Yo también. 

Comencé a andar hacia la puerta porque si no sabía que nunca me iría. La culpa me llenaría el cuerpo entero y me quedaría tumbada con ella en el sofá, como hacíamos cuando esperábamos a que mi padre volviese. 

Cerré la puerta y vi el coche de Michael esperando con las luces encendidas. Corrí hacia él y me subí. 

- Hola, perdón por tardar, estaba despidiéndome de mi madre. Necesito cambiarme de ropa - dije un poco avergonzada mientras que se me agolpaban las palabras. 

Él rió.

- Está bien. Si quieres podemos pasar por el negocio para que te cambies. Creo que Lizzie está allí todavía.

Yo asentí con la cabeza y él comenzó a conducir en esa dirección. Cuando llegamos me cambié rápidamente y salí, como si fuese una persona totalmente distinta. Y lo cierto era que, no me sentía como si fuese yo. No era yo. Sabía que no lo era.

- Dios. Estás preciosa - murmuró cuando me metí en el coche. 

Le miré y le sonreí. ¿Lo decía en serio? Quizá él me prefería así, de la forma en la que ni siquiera me sentía como si fuese yo misma. Si era así me dolía. Me dolía como el infierno. Aunque también estaba la opción de que él no me prefiriese nunca, que prefiriese a otras, y que me quisiese llevar como acompañante por el simple hecho de llevar una. 

No quise pensar en eso porque, ya tenía suficiente con lo de mi madre. 

Más que suficiente.


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Hola mis vidas!! Quizá la continuo esta noche pero no estoy 100% segura. Espero que os guste y lo siento, porque sé que todas os esperábais la fiesta de Arthur ya!! En el próximo ya sí que sí. 

fireproofDonde viven las historias. Descúbrelo ahora