Capítulo 4.

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Me dirigía a paso rápido hacia el negocio de los Shelby. No quería llegar tarde, no cuando me estaban haciendo un favor así. Me costaba darme cuenta de que íbamos a tener algo de dinero, otra vez.

Tomé una severa respiración antes de entrar por la puerta. Me ponía demasiado nerviosa estar con personas desconocidas, por lo general. Y más con ellos, ellos me aterraban. No podía evitar, en cierto modo, culparles por la muerte de mi padre, aunque no tuvieran nada que ver.

La chica que el día anterior estaba sentada en la entrada, se levantó al verme. Fruncí el ceño un tanto nerviosa. No se habrían arrepentido de contratarme, ¿verdad? Necesitaba con todo mi corazón que el trabajo siguiese siendo mío.

Me sonrió.

- Hola, señorita Walsh. Tommy me dijo que vendrías. Soy Ada, su hermana - se presentó, y me tendió la mano en forma de saludo.

Me indicó que el despacho de Michael estaba al final del pasillo.

Por un momento, me tensé. Yo no sabía quién era Michael. Suponía que era el chico que estaba ayer con el señor Shelby.

Toqué en la puerta que ponía "Michael Gray" y esperé pacientemente. Estaba nerviosa, más nerviosa de lo que había estado nunca probablemente.

Cuando entré, me quedé casi paralizada. El día anterior no había sido capaz de admirar su belleza del todo, ya que había estado casi todo el tiempo hablando y mirando a Thomas. Desprendía pureza, y paz, y tranquilidad. Y todo lo bueno que no había tenido a lo largo de mi miserable vida. Sus ojos claros conectaron con los míos y me estremecí. Parecía que estaba taladrando mi alma. Me sonrió y se levantó.

No era muy alto, pero comparado conmigo sí que lo era. El traje que llevaba le quedaba a la perfección, parecía que lo había comprado hecho a medida.

- Buenos días, señor Gray - murmuré, tratando de encontrar mi voz.

Volvió a estirar la boca en una sonrisa y negó suavemente con la cabeza.

- Llámame Michael - aseguró.

Yo asentí y entré en pánico al darme cuenta de que no había dicho en ningún momento mi nombre. Dios, seguramente pensaría que era la persona más maleducada de todo el mundo.

- Yo soy Skye - dije, y quise golpearme en la frente por lo estúpida e infantil que había sonado ante un hombre como él.

- Lo sé - asintió con la cabeza y fruncí el ceño - Tu padre habló de ti más de una vez - su voz cambió por completo a una mucho más seria - Decía que eras su tesoro.

Yo miré hacia el suelo, sin poder soportarlo, apenas. ¿Eso era lo que mi padre pensaba y decía de mí? Quise retirar cada mala palabra que había dicho acerca del señor que me dio la vida en los últimos meses. Me arrepentía, muchísimo.

- Bueno, trabajarás ahí, ahora te explicaré lo que tienes que hacer. No es muy complicado, creo - indicó señalando la mesa de al lado de la que él estaba sentado anteriormente.

Yo asentí y me senté en la silla, esperando a que me explicase mi labor.

Seguía nerviosa, pero Michael me había transmitido algo de seguridad. No era para nada como me pensaba que sería. Creía que sería un niño mimado y creído, y en ese momento me di cuenta de que debía dejar de juzgar por las apariencias. Pero, estaba tan asustada del mundo en general que no podía evitar desconfiar de la gente.

- Necesito que controles mi correo, que mandes y respondas cartas, que atiendas a mis llamadas y que controles mi agenda - enumeró mientras que se sentaba en su silla, que estaba bastante cerca de la mía.

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