Capítulo 1

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Me despierto con una gran bocanada de aire

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Me despierto con una gran bocanada de aire.
Aprieto los dientes con fuerza cuando mi respiración acelerada provoca el movimiento en cadena de todos mis músculos y, con ellos, llega el dolor. Me siento como si hubiese caído rodando por la ladera de una montaña llena de rocas afiladas y cortantes. De repente, lo recuerdo todo. No fueron rocas sino un lobo que con sus garras y dientes pretendía hacerme girones.

¿Estoy muerto?

Me imaginaba el cielo más blanco, con nubes y un sol radiante, pero en su lugar parezco estar en algún tipo de gruta subterránea, similar a una cueva. Una brisa de aire gélido me golpea y de forma refleja intento cubrirme con los brazos. Extrañado, observo el apestoso mejunje que baña mi piel. En mis dedos se siente pastoso y con grumos, de un sospechoso color marrón verdoso y con un olor tan intenso que hace que mi nariz pique. Todavía tumbado sobre mi espalda intento quitar un poco del ungüento que cubre mi antebrazo y descubro horrorizado las profundas heridas que hay debajo.

Me incorporo bruscamente, lo cual resulta ser un estúpido error. Un gemido lastimero se escapa de mis labios. Jamás había sentido tanto dolor en mi vida.

Deslumbrado por la luz que ilumina la gruta desde la entrada cercana me veo obligado a tapar mis ojos con los dedos de mi mano. Poco a poco me acostumbro y, después de hacerlos descender, mi respiración se queda atascada en el interior de mi pecho.

Un gran lobo banco camina en mi dirección con paso firme. Sus pesadas patas levantan el polvo con cada paso y su pelaje se mueve con el aire frío que entra desde el exterior.

No fue un sueño...

No estoy muerto.

Finalmente, el lobo se detiene a tan sólo un metro de distancia. La cercanía me permite verlo con más claridad y me quedo sorprendido al descubrir su cara surcada por cicatrices. La clara marca de unas garras cruza su hocico de un lado a otro y el contorno de su ojo izquierdo también parece haber sido dañado en el pasado.

Observo como desciende su cabeza hasta el nivel del suelo, abre la boca y deja caer algo sobre la tierra lisa. Cuando se retira, lo reconozco inmediatamente: la misma masa pastosa que cubre mis brazos. Entonces, la comprensión me inunda.

El lobo me ha salvado, no sólo del ataque de un miembro de su misma especie sino también de la muerte.

No me había dado cuenta hasta ahora, pero a pesar de la gravedad de mis heridas apenas las siento. Esta sustancia, sea lo que sea, debe de tener algún efecto analgésico.

Lástima que no funcione también en las partes más profundas de mi cuerpo, pues mis huesos continúan resentidos por los sucesivos golpes que sufrí contra el suelo durante el ataque.

— Gracias

El agradecimiento sale apenas sin pensar. Mi voz se escucha tan ronca y baja que al principio temo que no la haya escuchado, pero cuando sus ojos se elevan y me mira fijamente sé que lo ha hecho.

Rojos como dos rubíes brillan incluso en la penumbra de la cueva.

— ¿Has hecho esto? —pregunto señalando el ungüento que cubre mis brazos.

El lobo solo me mira fijamente.

¿Qué esperaba? ¿qué abriera la boca y mágicamente hablara? ¿o que asintiera como si me entendiera?

Bastante milagro es que me haya salvado, pero... Espera, ¿por qué lo ha hecho?

En ese momento, una pequeña bola de pelo negra se acerca corriendo, sobrepasa al lobo blanco y estoico frente a mí y se abalanza sobre mis piernas. Se me escapa un quejido recordando entonces mi tobillo torcido, pero me olvido rápidamente al descubrir lo que ahora tengo entre los brazos.

— ¡Eres tú! —exclamo sorprendido al ver al pequeño cachorro de lobo por el que casi pierdo la vida —. Me alegra que estés bien.

Sus ojos azules me miran con emoción y, antes de que pueda evitarlo, se acurruca en forma de ovillo sobre mí. A pesar de la situación, me río con diversión. Entonces, recuerdo la presencia del otro lobo que continúa mirándome sin apenas moverse del lugar.

Menudo contraste. Un lobo albino frente a un cachorro negro como el carbón. La teoría de que éste sea su cría y que esa sea la razón por la que me ha salvado se tambalea.

De igual forma parecen estar relacionados y cuando es obvio que el pequeño lobo tiene la intención de quedarse a dormir en mi regazo, el lobo blanco da media vuelta y se dirige hacia el exterior.

— ¡Espera! —lo llamo, pero éste no se detiene.

Haciendo malabares para no soltar al cachorro y levantarme sin poner peso sobre mi tobillo lesionado, consigo ponerme de pie... a duras penas. Saltando sobre el único pie sano que me queda avanzo lentamente y, por suerte, sin perder el equilibrio.

— ¡Espera! Te agradezco mucho que me hayas salvado, pero tengo que irme y...

Me es imposible seguir hablando cuando mis ojos registran la situación. Toda la zona está cubierta por un manto de nieve. El espesor es tal que incluso supera la altura de mis rodillas.

Ahora comprendo de donde procedía el viento helado de antes. El invierno ha llegado, pero ¿cómo es posible si brillaba el sol en el día de ayer?

A no ser... que lleve inconsciente varios días, lo cual tendría sentido.

Las esperanzas de volver a casa se desvanecen. En mi estado y con este paisaje no seré capaz de andar más de una hora sin morir congelado.

El lobo blanco está parado a mi lado mirando hacia la profundidad del bosque que se extiende ante nosotros. Conforme los segundos pasan, su cuerpo parece tensarse más y más. Escaneo el comienzo de los árboles buscando aquello que lo mantiene alerta.

El paisaje blanco me confunde y me resulta complicado saber dónde fijar la vista hasta que algo oscuro llama mi atención junto al tronco de un árbol. Avanza lentamente, como si estuviese acechando a su presa. Entonces, sus ojos brillan y mi corazón se encoge. Es el mismo lobo de pelaje pardo que estuvo a punto de matarme. Las heridas en mis brazos parecen despertar ante su presencia y no puedo evitar ponerme a temblar.

Las fauces del lobo albino a mi lado se abren y el sonido que emite provoca en mí una sensación demasiado extraña. Siento la necesidad de arrodillarme y bajar mi cabeza.

Mi estupor dura unos segundos y cuando vuelvo a la realidad observo asombrado como el lobo pardo inclina su cabeza ante el blanco. Con el hocico casi incrustado en la nieve y las orejas bajas parece un súbdito ante su rey.

Antes de marcharse, el lobo pardo me lanza una última mirada depredadora y desaparece en el paisaje helado. Poco a poco, mi corazón se calma. Congelada junto al gran e impresionante lobo, tan blanco como la misma nieve que nos rodea, me doy cuenta de que estoy atrapado.

El invierno puede extenderse durante meses.

¿Conseguiré sobrevivir a él?

¿Conseguiré sobrevivir a él?

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El señor de los lobos -YoonminDonde viven las historias. Descúbrelo ahora