Capítulo 18

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— papi, papi —conozco esta escena

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— papi, papi —conozco esta escena. Tenía alrededor de cinco o seis años cuando cada noche acosaba a mi papá Jin con la misma petición —. Cuéntame la historia otra vez.

En aquellos años, Kim Seokjin todavía no se había cortado su largo cabello negro que solía cuidar. El sonríe y me deja sentarme a su lado frente a la chimenea del salón. Las pequeñas llamas crepitan mientras los troncos oscuros se consumen. Su mano acaricia mi cabeza y comienza la historia que mi versión aniñada tanto desea escuchar.

— Hace muchos, muchos años, tuvo lugar el invierno más frío que se recuerda. Apenas cayó un copo de nieve o dos, pero las bajas temperaturas descendieron tanto que los ríos se congelaron y de los árboles se descolgaban afilados carámbanos. El cielo era gris y el sol no mostraba sus rayos ni siquiera cuando estaba en lo más alto —sin libro alguno y tan solo su memoria e imaginación sienta las bases de la popular creencia que hasta el último habitante de nuestro pueblo conoce de principio a fin —. Los primeros en perecer fueron los humanos, que incapaces de soportar el frío, murieron en el interior de sus casas al no conseguir mantener el calor. Los animales que vivían en el bosque se dieron cuenta de que, si no hacían algo, acabarían muriendo también.

>> Los castores reunieron con mucho esfuerzo pequeños troncos, palos finos y ramas secas. Los apilaron en el centro de un minúsculo claro donde los árboles se separaban para dejar paso al cielo nocturno. En aquel lugar, la hierba era de color verde increíblemente intenso y las corrientes de aire confluían tras atravesar los troncos de alrededor.

Los ciervos se aproximaron a la madera y comenzaron a frotar sus cuernos, los unos con los otros. Tan fuerte y rápido se movían que de ellos saltaron pequeñas chispas. Éstas se posaron sobre los palos y ramas, pero no consiguieron prender pues el aire frío los congeló inmediatamente dándoles un color grisáceo y triste.

Las lechuzas se acercaron al verlo. Decidieron ayudar y volaron alrededor de la pila de madera moviendo sus alas con fervor. La cálida brisa que infundían convirtió a las chispas en pequeñas llamas que rápidamente se extendieron creando una gran hoguera. Las lenguas de fuego ascendieron alto hacia el cielo iluminando el claro lleno de animales de diferentes especies y tamaños. Desde pequeños ratones y musarañas hasta grandes osos y pumas, todos rodeaban la gran hoguera con expectación. Las disputas entre grupos, la lucha entre depredadores y presas, la supervivencia... todo ello había sido olvidado por el fin común que compartían.

Los lobos fueron los únicos que se atrevieron a dar un paso más cerca de las ardientes llamas. El calor era tan intenso que sus hocicos se tornaron rojos, pero a pesar de ello permanecieron estoicos y sin la intención de retroceder. Pocos segundos después comenzaron sus aullidos. Uno tras otro, los lobos inclinaron su cabeza hacia el cielo nocturno que se extendía sobre ellos emitiendo agudos y largos sonidos <<.

— ¿Aullaban a la luna? —pregunta el pequeño Jimin con una sonrisa pues el ya sabe la respuesta a la pregunta que siempre suele repetir.

El señor de los lobos -YoonminDonde viven las historias. Descúbrelo ahora