Capítulo 5

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POV POCHÉ

La expresión de su cara fue la gota que colmó el vaso. Estaba claro que no quería nada conmigo. Yo no era más que una persona infantil con el control. emocional de una niña de tres años. Me levanté dando un empujón a la mesa y crucé furiosa la puerta. No me paré hasta estar arriba de la moto. Encendí el motor y salí a toda velocidad por la calle. Conduje durante una hora, pero no me sentí mejor. Las distintas calles llevaban a un sitio y, aunque tardé todo ese tiempo en admitirlo, al final cedí y entré en el sendero que llevaba a la casa de mi padre.

Él salió por la puerta principal y se quedó en el porche, desde donde me saludó con la mano. Subí de un salto los dos escalones del porche y me detuve cerca de donde se encontraba. No dudó en abrazarme contra su costado blando y redondo antes de llevarme hacia el interior.

-Me parecía que ya tocaba una visita -me dijo con una sonrisa cansada.

Mi padre estuvo fuera de combate durante varios años después de la muerte de mi madre, y Dylan tuvo que enfrentarse a muchas responsabilidades impropias para un niño de su edad, pero salimos adelante y mi padre finalmente se recuperó. Jamás hablábamos de eso, pero nunca perdía la oportunidad de compensarnos por ello.
Aunque fue una persona triste y agresiva durante la mayor parte de mis años de formación, no le consideraba un mal padre, solo es que estuvo perdido sin su mujer. Ahora sabía cómo se sentía. Yo solo sentía por Calle una mínima fracción de lo que mi padre había sentido por mi madre y la idea de estar sin ella ya hacía que se me revolvieran las tripas. Se sentó en el sofá y me señaló el desgastado sillón reclinable.

-¿Y bien? ¿Qué tal si te sientas un rato? ¿Pasa algo malo, pequeña?
-Es que hay una chica, papá.
Sonrió levemente.
-Una chica.
-Es que me parece que me odia y pienso que...
-¿La amas?
-No lo sé. No lo creo. Bueno, es que... ¿Cómo lo sabes?
Su sonrisa se ensanchó.
-Si hablas con tu padre de ella, es porque ya no sabes qué hacer.
Suspiré.
-Acabo de conocerla. Bueno, hace un mes. No creo que sea amor.
-Vale.
-¿Vale?
-Te creo -dijo sin juzgarme.
-Es que... no creo que sea lo bastante buena para ella.
Mi padre se inclinó hacia delante y se llevó dos dedos a los labios. Seguí hablando.
-Creo que alguien la ha hecho sufrir sentimentalmente. Alguien como yo.
-Como tú.
-Sí.
Asentí y suspiré. Lo último que quería era contarle a mi padre todo en lo que había estado metida. La puerta principal se abrió de golpe y golpeó la pared.
-Mira quién ha decidido visitarnos -dijo Alejo con una sonrisa de oreja a oreja.
-Hola, Alejo -le dije mientras me ponía en pie.
Le seguí hasta la cocina y le ayudé a guardar la compra para mi padre. Nos turnamos en darnos codazos y empujones. Alejo siempre fue el que más fuerte que me pegaba cuando no estábamos de acuerdo, pero también era a quien sentía más cerca de mí, más que a mis otros hermanos.

Me senté, pero me removí nerviosa mientras pensaba en lo que iba a decir. Mi padre me miró fijamente durante unos segundos antes de inspirar profundamente.
-¿En qué andas metida?
-En nada -le contesté mirando de reojo a mi padre.
Alejo miró a nuestro padre y luego me miró a mí.
-¿Interrumpo algo?
-No -le aseguré negando con la cabeza.
Mi padre hizo un gesto tranquilizador con la mano.
-No, tranquilo. ¿Cómo ha ido el trabajo?
-Bien. Te dejé el cheque del alquiler en tu cama esta mañana. ¿Lo has visto?
Mi padre asintió con la cabeza a la vez que sonreía levemente.
-¿Te quedas a cenar, Poché?
-Nops -respondí al mismo tiempo que me ponía en pie-. Creo que me voy a casa.
-Me gustaría que te quedaras, hija.
Sonreí de medio lado.
-No puedo, pero gracias, papá. Te lo agradezco.
-¿Qué le agradeces? -me preguntó Alejo. Movió la cabeza de un lado a otro como si estuviera viendo un partido de tenis-. ¿Qué me he perdido?
Miré a mi padre.
-Es una Frutita. Está claro que es una frutita.
-¡Ah! -dijo mi padre y le brillaron un poco los ojos.
-¿La misma chica?
-Sí, pero me he portado un poco infantil hace un rato. Es que me vuelve algo más loca de lo habitual.
Alejo empezó a sonreír poco a poco, hasta que terminó sonriendo de oreja a oreja.
-¡Hermanita!
-Ni se te ocurra -le advertí frunciendo el ceño.
Mi padre le propinó un manotazo en la nuca.
-¿Qué? ¿Qué he dicho? -gritó Alejo.
Mi padre me siguió hasta el porche y me acarició la espalda.
-Te aclararás. Estoy seguro. Pero debe de tener algo, eso está claro. No recuerdo haberte visto así nunca.
-Gracias, papá.

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