El fin de un no emocionante verano (Siened)

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-Si mamá. Volveré a la consulta y me disculparé con el doctor Goldenberg como es debido- la rubia, a medio camino de convertir su cabello en cobre, se detuvo y mordió el agujero del pircing de su labio mientras su madre contestaba a sus palabras- Si mamá, lo siento muchísimo. Estaba cansada y…- se quedó callada cuando la interrumpieron con airadas quejas- No mamá, no había bebido nada el día anterior, por lo que no estaba resacosa- retomó su tarea de tintar su cabello, aunque se sintió abrumada por las quejas de su progenitora.

Cuando repitió por decimocuarta vez (o eso le parecía a la chica) que se debía disculpar con el psicólogo, y que su comportamiento había sido deplorable, dejó el pincel del tinte.

-Mira, ese supuesto psicólogo es un hombrecillo despreciable que se aprovecha de vuestra posición social. No os debe importar como sea mi relación con mis compañeros, mientras saque buenas notas y no me involucre en vuestras vidas. Así que por favor, déjame un poco tranquila, me disculparé con ese psicólogo y ya está, todos contentos- antes de que su madre contestara, ella colgó, dejando el móvil fuera de su alcance, para terminar por fin de aplicarse el tinte.

El color cobre comenzaba a tomar forma en sus mechas rubias. Los baños de color no eran usuales, prefería mil veces su cabello rubio natural, pero no soportaba la idea de ser el arquetipo de chica perfecta que todo el mundo buscaba cuando mostraba junto a su color natural los ojos (sin ser cubiertos por las lentillas cobrizas)

El color azul de su iris, ahora presente en su rostro, acusaba de su falsedad. Pero no podía evitarlo. Las apariencias lo eran todo para ella. No tenía amigos. Sus pocas relaciones se basaban en compañeros de clase con los que compartía fiestas y chascarrillos, y vecinos a los que de vez en cuando invitaba a tomar un café, solamente para poder mantenerse al tanto de los pagos del edificio.

Cuando hubo terminado, se enjuagó la cabeza y admiró el resultado. Los mechones cobres caían con gracia sobre su frente, y en ese momento de tranquilidad, recordó que la semana siguiente comenzaban las clases. Segundo año de Ciencias Tecnológicas. Se metería en Ingeniería Aeronáutica solo para fastidiar a sus padres y no dedicarse al Derecho como su progenitor.

Albert Riverton era un hombre severo, pero al ser Siened su única hija, no había dudado en aceptar el camino elegido por su hija aún si esto significaba no tener una sucesora en el trabajo de juez. Arianna Riverton, por su lado, no hacía más que repetir una y otra vez que su hija se había equivocado al cien por cien.

Avanzó hacia su habitación en la casa que habían comprado sus padres, un pisito en la zona central de Cilerna, provisto de dos habitaciones, un baño anexo al cuarto principal, un salón con cocina estilo americano, su propio cuarto de la colada, y unas vistas que dejarían sin aliento al mejor pintor, cosa que Siened agradecía por su pasión a la fotografía. En la cabecera de su cama, una instantánea a gran escala la recibió. Mostraba la misma vista de su balcón, en un atardecer de invierno. Siempre le había gustado  esa fotografía, desde que la tomo un año atrás y había mandando a enmarcarla para colgarla y verla cada mañana al despertar.

El cuarto, además de baño, contaba con un pequeño vestidor donde las pendas de Siened esperaban a ser usadas. Se decidió por una falda escocesa roja, una camiseta negra con una calavera estampada en el pecho, y las mangas formadas por tela de rejilla, al igual que la zona del pecho. Acompañó el conjunto con unas botas oscuras, unas medias de rejilla y una gargantilla negra, con una pequeña cruz. La ropa le convenció, así que cerró todas las ventanas, metió la cartera y el móvil en el bolso y cerró con llave en cuanto estuvo fuera de la casa…

-Buenas tardes Siened- levantó la mirada de la pantalla del móvil cuando recibió aquél saludo El vecino del tercero recordó, al ver al universitario con las maletas.

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