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Teníamos que bajar un poco la temperatura. Así que fuimos al parque. Nos sentamos en los columpios.

Por el silencio aterrador que hubo entre nosotros durante un largo rato, me di cuenta que aún seguíamos avergonzados. Como si hubiésemos cometido algún crimen o pecado en plena semana santa.

—Así que, mañana te vas —soltó de repente— ¿A dónde se van? ¿A la zona sur?

—No —dije—. Nos vamos Vietnam.

Park tenía el semblante serio, pude ver la desconfianza en sus ojos.

—¿Allá no hay guerra en estos momentos? —preguntó. Yo negué.

—Nada que ver, sólo iremos para enseñarles a usar unas máquinas y armas. En caso de que se presente ataque podría haber —confesé—. Pero, lo dudo bastante.

Él asintió rápidamente. Intentado convencerse de que no debía preguntar más. Se le notaba a leguas las ganas de seguir preguntando. Pero solo bajó la mirada y nos quedamos otro rato más en silencio.

Hasta que comenzó a jugar con la arena en sus pies y musitó:

—¿Puedo escribirte?

Me aferré al asiento del columpio y empecé a jugar con la arena que el botaba.

—Por supuesto —le sonreí.

—¿De verdad me lo permites? —dijo sorprendido.

—Claro, ¿por qué no lo quisiera? —el bajó la mirada otra vez y noté un leve sonrojo en sus mejillas.

—Creo que no hice bien la pregunta —aclaró— ¿Me escribirás tú también?

Identifiqué la manera en que me lo preguntaba. Tenía esas clásicas miradas que ponían las madres de los soldados cuando los despedían en la terminal de buses cuando recién se en-listaban para empezar su vida militar.

¿Tanto me quería Park?

—Por supuesto que sí —volví a decir.

—¿Me lo prometes? —preguntó él y yo asentí. Él seguía buscando algo en mis ojos.

—Te lo prometo.

Parecía satisfecho. Algo contento. Tanto que lo vi sonreír de oreja a oreja y al suspirar soltó:

—Creo que ya es algo tarde, y tú mañana debes levantarte temprano.

Asentí y nos fuimos de allí.

Ahora estábamos en la entrada de su verdadera casa. Las escaleras en donde lo había esperado para ir a la fiesta y en dónde me había quedado afuera por horas muy nervioso.

Solo que ésta vez, los nerviosos éramos los dos.

—¿Te gustaría pasar un ratito adentro? —señaló escaleras arriba— Es algo tarde.

—Oh, claro, gracias.

Me guió hasta la puerta y me indicó que hiciera silencio.

—Espera aquí, iré a ver si está mi tía—me dijo cuando puse un pie dentro.

Yo le obedecí y luego de unos segundos, me susurró que fuera detrás de él con mucho sigilo.   

De repente sentí algo carcomerme la consciencia. No ibamos a hacer algo malo. No. Traté de tranquilizarme.

—Está durmiendo —dijo él y con señas entendí que podía pasar.

—¿Seguro que está durmiendo? —pregunté parado en la habitación de la tía. Él asintió.

—Siempre duerme con la televisión prendida. Ven antes de que descubra que estás aquí.

Estábamos susurrando. Todo había pasado tan rápido que no me había dado cuenta el momento en el que él había abierto su puerta y yo me encontraba ya en su habitación.

Sentía que iba a explotar.

—Qué bonito —fue lo único que llegué a decir al entrar.

Empecé a observar cada parte de su dormitorio. Park estaba en un lado parado jugando con sus manos con la mirada fija en mí y en todo lo que agarraba o tocaba.

—¿Ése es Dylan? —pregunté señalando una fotografía polaroid de una pared y él se acercó asintiendo.

—Sí, y ésta es Dusty Springfield, una hermosa cantante. Éste otro es Roy Orbison, Joan Baez, el famoso de Elvis Presley y por supuesto —hizo una breve pausa— éste es Otis Redding, mi favorito —confesó emocionado.

Abrí los ojos sorprendido por el buen gusto musical que tenía. También por la creativa e infantil decoración que tenía toda su habitación en general. Era mucho mejor que aquel cubículo gris que yo tenía como dormitorio en la residencia de la Marina. Ésta era una verdadera habitación de un muchacho de dieciséis años en plena década de los sesenta.

Aunque a decir verdad, desde que lo había conocido, todo de él me sorprendía.

—¿Quieres algo de música? —preguntó.

—Sí, por favor.

Park abrió un tocadiscos y colocó un vinilo de un álbum que tenía al lado. "Es mi Favorito" dijo.

Nos sentamos en su cama. Yo tenía el corazón latiendo a mil y al parecer él también. Nos quedamos en silencio, tratando de evitar nuestras miradas y observando a nuestro alrededor.

—¿Quieres jugar ludo? —soltó él de repente y sacó una cajita guardada en su tocador.

—Ahm, claro.

—Pero éste ludo es especial, es uno musical.

—¿Ah, sí? ¿Y cómo se juega?

Park comenzó a describir como eran las reglas de dicho juego y a sacar las fichas. Yo agarré una que me dio y comencé a respirar con dificultad.

—Pones aquí esta ficha y-

Agarré una de sus manos, la que él había utilizado para agarrar la pieza y se sorprendió. Lentamente, me acerqué a su rostro y acaricié su nariz con la mía. Park soltó su ficha.

—No quiero jugar ludo... —confesé en un susurro y él asintió nervioso.

—É-ésta bien, está bien si no quieres jugar.

Park rápidamente guardó todo en la caja y lo puso debajo de su cama.

Se reincorporó y comencé a acariciar su cuello con la yema de mis dedos, él colocó sus manos en mi pecho y noté que estaba temblando. Me estaba derritiendo en ternura.

—M-mejor me iré a poner la pijama —dijo tartamudeando.

Asentí riéndome porque salió disparado y casi se caía de la cama. "Estoy bien" dijo sosteniéndose de su tocador y se fue a encerrar en su armario. Se escuchaba cómo sacaba la ropa del perchero y se le caían las cosas allá adentro.

Luego del pasar de varios minutos, de estar solo sobre la cama, caí en cuenta de la situación.

—Mierda —susurré— mierda, y más mierda.

Rápidamente me levanté de la cama y comencé a sacar la parte de abajo de mi ropa. El maldito cinturón no salía y mis manos no ayudaban.

Justo antes de quitarme la chaqueta, saqué de uno de los bolsillos; mi billetera. Agarré algo muy importante de adentro y lo escondí dentro de un osito de peluche que había al lado de las almohadas.

Quería que me recuerde.

Desacomodé las sábanas y me metí avergonzado. Todas las mantas olían a manzana y a tutti fruti.

—Ya estoy —dijo él del otro lado de la puerta.  

La última apuesta  💵  YoonminWhere stories live. Discover now