Recuerdo que estaba en uno de los campos en dónde nos habían designado cuidar. Namjoon, Hoseok, Taehyung y yo nos encontrábamos en un breve descanso para almorzar.
—¡Minnieeeee! —me llamó Taehyung. Yo alcé la vista mientras me ajustaba las agujetas de uno de mis zapatos apoyado en una roca— ¿Sabes qué le dice una servilleta a otra? —preguntó.
Antes de proseguir con su chiste, Hoseok ya empezaba a reírse. Namjoon aún con su bandeja de comida en la mano, se levantó poniendo la vista en la frontera para percatarse de que no vinieran soldados del mando enemigo a atacar.
—Sólo reviso —me aseguró y yo asentí.
—¡Anda, anda, pregúntame! —me exigió el menor del grupo y yo sin tomarle mucho interés le obedecí.
—¿Qué le dice?
—¿Quieres saber? —dijo para provocarme más curiosidad. Hoseok negaba con la cabeza tapándose la boca.
—¡Ya d-díselo, Taehyung! —intervino él con dificultad, pues se reía con la boca llena.
Me parecía extraño. Namjoon había dejado su bandeja de lado y Hoseok se estaba riendo de un chiste sin gracia de su dongsaeng.
Nunca olvidaría ese día.
—¡Pregúntame de nuevo y te respondo! —dijo Tae. Yo suspiré derrotado y comencé a ajustar las agujetas de mi otro zapato. No tenía el menor interés en seguir con la broma.
—Alguien pásenme el binocular —pidió Namjoon. Él estaba forzando los ojos para ver de lejos. Y yo para asegurarme, miré en la misma dirección que él veía pero no lograba ver nada más que el desierto entre nosotros.
—Aquí tienes —dijo Taaehyung entregándole el artefacto— ¿Ya me preguntarás? —volvió a decir.
Rodeé los ojos y comí algo de la bandeja del líder. Él una vez la dejaba tiraba en algún sitio, no volvía a comer y como las porciones que nos daban de comida eran escasas por el poco presupuesto, decidí terminarla antes que otro depredador la agarrara.
—¡Anda, pregúntale hombre! —me gritó Hoseok golpeándome la espalda.
—Ya pues, —suspiré— ¿qué le dice?
—Chicos... —susurró Namjoon sin apartar la vista— Creo que...
—¡Le dice quiero ser millonario! —exclamó Taehyung y vi como nuestro líder exclamaba las palabras más malditas que un soldado podía oír.
—¡Tropa enemiga!
Todos fugazmente nos agachamos y unas bombas aéreas empezaron a caer sobre nosotros. La tierra comenzaba a cegarnos las vistas y no lograba visualizar bien el campo. Nos separamos al instante.
—¡¿Taehyung?! ¡¿Namjoon?! —grité al ver unos cadáveres en el suelo luego de que dos grandes bombas explotaran muy cerca nuestro, estaban llenos de sangre a su alrededor.
"¡Están muertos!" escuché a alguien gritar detrás.
Mis ojos se abrieron de par en par al reconocerlos, y cuando intenté acercarme con más sigilo, una bomba aérea, muy pequeña, cayó sobre una de mis piernas.
Chillé del dolor.
Intenté arrastrarme sobre la tierra del desierto, para agarrar los cadáveres de mis amigos y llevarlos a una zona segura, pero fue todo muy repentino.
Dos personas me agarraron de los brazos y me arrastraron hasta el otro extremo de nuestro campo. Eran de mi pelotón. Gritaban por ayuda. Mientras, yo veía como mi pierna colgaba de mi cuerpo y el cómo los cadáveres de los demás estaban siendo mutilados y descuartizados por aquellas malditas y estúpidas trampas. Me estaba alejando también de mis amigos.
—¡Suéltenme! ¡Quiero volver! —recuerdo que grité.
—¡Lo importante es que estás con vida, joder! —me respondió uno de ellos.
Hubo un momento en el que ya no sentía dolor. No sentía mi pierna. Sólo el ardor en mi vista y la opresión en mi pecho al recordar cómo y cada uno de mis queridos camaradas estaban siendo aplastados.
Hoseok y yo fuimos los únicos que quedamos con vida de la casita de Mickey Mouse.
Hasta que de repente, abrí los ojos.
Me encontraba recostado en un bus parecido en el que tiempo atrás nos había llevado a una ciudad que conocía pero no recordaba cuál era.
Al recobrar la cordura, me di cuenta que aquello que había vivido previos instantes eran unos de los tantos sueños que me había dejado la espantosa guerra.
Por momentos la recordaba.
En realidad, Hoseok y yo, como sobrevivientes, debíamos seguir allí, por el honor a nuestros camaradas fallecidos. Pero nos llevaban de vuelta a nuestro país de origen gracias al anuncio del presidente actual, cuyo nombre el cual desconocía. Quién ordenó la retirada de las tropas estadounidenses para regresar al país y empezar unas negociaciones para dar fin a la guerra. Éste mismo también decidió dar una suma de millones en ayuda para el desarrollo de Vietnam del Sur e incluso también para el Norte, o eso escuché.
Estábamos entrando a la ciudad. Había gente con ropa colorida. Mujeres, hombre y niños, e incluso ancianos, con flores en sus cabezas. Vestidos de enterizos, sombreros, faldas y pantalones largos de colores vivos. Hasta los perros tenían algo que los hacía lucir distinto a como los conocía.
"Amor y paz" decían varios carteles que las personas alzaban con orgullo.
—Llegamos —dijo el desganado conductor abriéndonos la puerta del bus.
El reducido grupo el cual éramos actualmente de soldados, se levantó para salir por la entrada como animales salvajes. Yo fui uno de los últimos salir.
Una vez me bajé, y puse un pie en el suelo, me di cuenta que estaba en San Francisco.
Abrí los ojos y observé nuevamente todo.
La gente nos miraba con repugnancia. Como si fuéramos algo indignante.
—¿Me vas a matar a mí también, eh? —me dijo una señora de largas trenzas cuando comencé a caminar por las llenas calles— ¡Asesino!
Todos ahora eran hippies.
El grupo de soldados se había esfumado. Yo estaba sólo por mi cuenta y volví a recordar ciertas avenidas y casas que antes había observado con familiaridad.
Me decidí en entrar a un bar.
—Bienvenido —dijo un señor gordo que atendía el lugar. A su costado habían dos hombres mayores que bebían juntos y leían el periódico.
—Una cerveza, por favor —pedí y él asintió.
Los hombres se giraron y me miraron de pies a cabeza.
—¿Vienes de ésta? —me preguntó uno y señaló una de las hojas del periódico.
"Presidente L.B. Jonhson pide fin de guerra" decía la portada.
Suspiré y asentí alzando los hombros. El dueño me entregó mi bebida y luego de darle su dinero, comencé a tomarla sin preocupación.
El señor del periódico se dirigió al dueño— Yo se lo pago, John. El muchacho ya hizo mucho por nosotros.
Levanté mi bebida brindando por él. Yo estaba sorprendido. Ahora había caído en cuenta que el país se había envuelto en un debate entre apoyar a la guerra o ir a favor de la paz y que ésta ciudad no era la excepción.
Una vez acabé mi cerveza, me paré de mi asiento y observé por la pequeña y única ventana que tenía el bar. La vista daba hacia unas cafeterías con nombres extraños.
Al ver un local con varias vitrinas, sentí que mi alma volvió a mi cuerpo.
—Este... —le dije al señor gordo— ¿Park Jimin sigue atendiendo en la cafetería de su madre?
El dueño asintió con una sonrisa y contestó— Claro, ahora él es dueño de aquel lugar.
—Se dice que su madre falleció y por eso ahora él es el propietario de "Jimin's Café". Nunca abandonó el negocio familiar —agregó uno de los señores sentados.
Asentí muy complacido y me despedí con el saludo militar. "Gracias, quédense con el pago" les contesté y salí por la puerta.
Me detuve por un momento. No sabía exactamente qué hacer ni cómo reaccionar. Tampoco recordaba en qué número estaba la cafetería, ni siquiera la dirección, pero lo que sí sabía era que nunca iban a cambiar el cartel que tenían en la ventana de la puerta ni tampoco sustituir al único empleado fiel de hace varios años.
—¡Hasta luego, gracias por venir!
Él estaba saliendo de su local, se estaba despidiendo de una familia que antes había ingresado para consumir algo en la cafetería.
Lucía igual de feliz.
Una vez se fueron, él volvió a entrar.
Tragué saliva y crucé la pista para llegar al otro lado de la calle. Lo estaba haciendo de la misma forma en la que me había ido de su casa en aquella madrugada.
Una vez al frente, abrí la puerta. No sin antes quitarme la gorra y tratar de peinarme un poco. Me sentía nervioso. Él estaba limpiando una de las mesas y esperé a que se diera la vuelta y me viera.Lo cuál hizo.
Se levantó del asiento lentamente y sentí mi corazón reavivarse como la primera vez. Él abrió la boca sorprendido. Noté que sus manos comenzaron a temblar y por los nervios, estiró su delantal buscando lucir bien.
—¿Yoongi? —preguntó extrañado una vez me acerqué.
Ahora estábamos frente a frente. A unos pocos centímetros.
—Volví —respondí y sin una palabra más, nos abrazamos con la misma intensidad que la última vez.
Estuvimos así durante un muuuuy largo rato. No queríamos soltarnos. Sentí cómo sus lágrimas mojaban mi chaqueta y cómo me sostenía como si me fuera a perder de nuevo. Estaba asustado.
—No llores, por favor —le pedí una vez nos separamos. Él negaba con la cabeza repetidas veces y al mismo tiempo se secaba las lágrimas. Yo busqué su mirada— Cumplí mi promesa, y ahora estoy aquí.
—Que esto no sea un sueño... —pidió mirando al cielo y me tocó como si fuera un fantasma.
No dejaba de llorar y sin dudarlo, volvió a abrazarme. No tenía palabras. En una de esas lo tuve que sostener y sentarlo en una de las mesas que limpiaba para calmarlo. Con mocos y sollozos me dijo:
—Todos estos años, —susurró— pensé que habías muerto...
Le dolía decir esas palabras. Y no lo juzgaba. Estaba siendo justo. Yo no le había escrito ni una sola vez en en todo este tiempo por una estupidez que mi pelotón me había hecho hacer de regreso al campo.
—Perdí el papel en donde estaba escrito tu dirección —confesé—. No sabes cuánto quería escribirte y saber qué hacías.
Jimin intentó sonreír y me agarró de la mano.
—Tres años —dijo—. Han pasado tres años.
Yo asentí arrepentido—¿Me sigues queriendo? —pregunté con miedo y él suspiró.
—Estoy casado.
Abrí los ojos como platos y él se tapó la boca para aguantar la risa— ¿De qué te ríes? —pregunté serio.
—¿Eso quería saber? —dijo— ¿Si estaba comprometido o con hijos? —se burló alzando una ceja— ¡Es broma! ¡Por supuesto que no estoy casado!
Lo miré con cólera. Él no dejaba de reírse y me crucé de brazos indignado.
—Me la debías Yoongi, así como te burlaste de mí la ultima vez —confesó.
—Cásate conmigo —solté de repente.
Jimin dejó de reírse y abrió los ojos sorprendido. Yo no estaba bromeando. Él al darse cuenta de la seriedad en mis palabras, volvió a llorar otra vez desconsolado. Yo me arrodillé y me coloqué en la posición para proponerle matrimonio, sosteniendo una de sus manos, él se levantó de su silla y asintió repetidas veces.
—¡Claro que sí acepto! —gritó.
Nos volvimos a abrazar. Me besó como solía hacerlo y dejó que le acariciara la nariz como le agradaba. No iba a dejarlo ir otra vez.
—Para nunca más volver a separarnos —le susurré después de besarnos por largo rato—. A pesar de yo donde esté y de donde tú estés, siempre estaremos unidos.
Jimin sonreía, asentía a todo lo que decía. Tenía una de sus manos colocada sobre mi pecho y con la otra lo agarraba de la cintura. Muy cerca, nos movíamos lentamente como si estuviésemos bailando un imaginario vals.
—Desde el primer momento en el que te ví, —agregué— tocando en ésta cafetería, sabía que eras tú, Jimin. Lo sabía. Sabía que ibas a ser mi última apuesta.
FIN
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La última apuesta 💵 Yoonmin
Fanfic1963: un grupo de jóvenes marines de las Fuerzas Armadas hacen una curiosa apuesta en su única noche en una ciudad de paso en Estados Unidos, San Francisco. El trato consistía en llegar a conseguir salir con un chico... Pero claro, no uno cualquier...