2
Estábamos limpiando, mientras sentíamos la lenta y cansada satisfacción
infiltrarse en nuestros huesos, como siempre, y una engreída y satisfecha
lasitud por haber concluido, y a pedir de boca, nuestra felicísima noche de
necesidad. Las nubes habían desaparecido y dejado un risueño arrebol de
luz de luna, y ahora nos sentíamos mucho mejor. Siempre nos sentimos
mejor después.
Y es posible que no prestáramos toda la atención debida a la noche que
nos rodeaba, envueltos como estábamos en nuestro capullo de satisfacción,
pero oímos un ruido, una inhalación leve y sobresaltada, y después el
susurro de unos pies que corrían, y antes de que pudiéramos hacer otra cosa
que volvernos hacia el sonido, los pies corrieron hacia la puerta de atrás de
la casa a oscuras, y oímos que la puerta se cerraba de golpe. Y sólo
pudimos seguir el ruido y mirar con silenciosa desazón a través de la
celosía de cristal de la puerta, y vimos que un coche aparcado en el
bordillo cobraba vida y se alejaba a toda prisa en la noche. Los faros
traseros se encienden (el izquierdo cuelga en un ángulo extraño), y sólo
vemos que es un Honda antiguo, de un color oscuro indefinido, con una
mancha de herrumbre grande en el maletero que parece una marca de
nacimiento metálica. Y entonces el coche se pierde de vista y un nudo frío
y ácido se forma en la boca de nuestro estómago cuando la imposible y
temida verdad se enciende en nuestro interior y siembra pánico como la
sangre brillante y espantosa de una herida recién abierta...
Nos han visto.
Durante un largo y horrible minuto nos quedamos contemplando la
puerta, mecidos por los ecos interminables del pensamiento impensable.
Nos han visto. Alguien había entrado, no le habíamos oído, había pasado
desapercibido, y nos habían visto tal como éramos, erguidos extenuados y
satisfechos sobre los restos medio envueltos. Y había visto lo suficiente
para reconocer los fragmentos asimétricos de Valentine por lo que eran,
porque fuera quien fuera había huido veloz como el rayo, presa del pánico,
y desaparecido en la noche antes de que pudiéramos hacer otra cosa que
respirar. Había visto... Hasta era posible que nos hubieran visto la cara. En
cualquier caso, había visto lo bastante para reconocer lo que estaba viendo,
y había escapado en busca de la salvación, y probablemente para llamar a
la policía. Estaría llamando en este mismo momento, enviarían patrullas a
detenernos y ponernos a buen recaudo, pero aquí estábamos, paralizados en
una inacción estupefacta y aturdida, contemplando babeantes el lugar
donde los faros traseros habían desaparecido, petrificados en estúpida