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Durante los días siguientes aceleré el ritmo de mi investigación sobre el
Honda. Cada noche llegaba un poco más tarde a casa, pues intentaba
liquidar al menos una dirección más, a la que iba en coche cuando estaba
demasiado lejos para desplazarme a pie. Volvía a casa sólo cuando estaba
demasiado oscuro para ver, pasaba de largo del cuadro familiar de la sala
de estar y entraba en la ducha sin hablar, un poco más frustrado cada
noche.
La tercera noche de mi búsqueda acelerada, entré muy sudado por la
puerta y caí en la cuenta de que Rita me estaba mirando, y sus ojos me
recorrieron de arriba abajo como si estuviera buscando una mancha, y me
paré delante de ella.
—¿Qué? —dije.
Ella me miró y enrojeció.
—Oh —dijo—. Es que es tarde, y estás muy sudado, y he pensado que...
No es nada, en realidad.
—He ido a correr —dije, sin saber muy bien por qué me había puesto a
la defensiva.
—Cogiste el coche.
Me dio la impresión de que estaba prestando excesiva atención a mis
actividades, pero tal vez se trataba de una de las pequeñas ventajas
adicionales del matrimonio, así que no le concedí importancia.
—Fui a la pista del instituto —expliqué.
Me miró durante un largo momento sin decir nada, y no cabía duda de
que algo estaba pasando, pero yo no tenía ni idea de qué podía ser.
—Eso lo explicaría —dijo al fin. Se levantó y entró en la cocina, y yo fui
a darme una ducha bien merecida.
Tal vez no me había fijado antes, pero cada noche, cuando volvía de mi
«ejercicio», ella me observaba con la misma misteriosa intensidad, y
después se metía en la cocina. La cuarta noche de este exótico
comportamiento, la seguí y me paré en silencio en la puerta de la cocina.
Vi que abría un armario, sacaba una botella de vino y se servía una copa
bien repleta, y cuando se la llevó a los labios, retrocedí sin que me viera.
Para mí resultaba absurdo. Era casi como si existiera una relación entre
que llegara a casa sudado y Rita deseara una copa de vino. Pensé en ello
mientras me duchaba, pero al cabo de unos minutos de meditación me di
cuenta de que no sabía lo bastante sobre los complejos temas de los seres
humanos y el matrimonio, y Rita en particular, y en cualquier caso tenía
otras preocupaciones. Encontrar el Honda correcto era mucho más
importante, y aunque se trataba de algo sobre lo que sabía bastante,
tampoco lo había solucionado. De modo que aparté de mi mente el
Misterio de Rita y el Vino, un ladrillo más en el muro de frustración que se