Capítulo 3

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Pasaban los días y Eneida seguía caminando e internándose en el bosque pero desde aquel día no se había atrevido a alejarse demasiado del pequeño pueblo en el que se alojaba. Se sentía observada constantemente y a todas horas. Como si su propia sombra la vigilase. Estaba inquieta pero, por alguna extraña razón, no se sentía insegura ni en peligro, a pesar de la sensación persistente de que alguien la observaba.

Gracias a las frondosas copas de los árboles que cubrían el bosque, la luz del sol apenas entraba, Eneida podía moverse con cierta facilidad durante el día y evitaba estar hasta muy tarde, había aprendido la lección y no volvería a encontrarla la noche en el bosque.

Se encontraba ensimismada, tomando algunas nuevas muestras para mandarlas a laboratorio cuanto antes pero una mano le tapó la boca, ejerciendo una fuerza brutal que la empujó hacia atrás, dándose contra el cuerpo de su atacante. Intentaba gritar pero la mano que le tapaba la boca se lo impedía así que comenzó a patalear y arañar el brazo de quien la retenía pero todo era en vano, aún así no dejó de moverse desesperada, no cesaría en su intento de escapar, hasta que sintió algo frío que se apretaba contra su cabeza.

- Mantente tranquilita o disparo.

Aquella advertencia la congeló. Esta vez su atacante llevaba un arma de fuego, no saldría viva de esta. Miles de cosas pasaron por su mente en segundos hasta que llegó a la conclusión que si tenía que morir, al menos sería oponiendo toda la resistencia que pudiera, no se lo dejaría fácil a su asesino. Comenzó de nuevo a resistirse, alzó sus brazos e intentó alcanzar el rostro del contrario para arañarlo cuando volvió a hablar.

- ¡Quédate quieta de una puta vez! Maldita sea. Te prefieren viva pero muerta también les sirves.

Frente a esto, Eneida se detuvo. "¿Me quieren? ¿Quién me quiere y dónde?" Esas preguntas no dejaban de resonar en su cabeza. Se mantuvo estática hasta que lo escuchó hablar de nuevo.

- Voy a retirar mi mano y espero que te mantengas callada, recuerda que puedo disparar.

Eneida asintió levemente con su cabeza, no quería morir sin descubrir qué querían sus captores de ella. El hombre retiró su mano y la agarró del brazo para obligarla a caminar mientras seguía apuntándole con su pistola. Se encontraba en un callejón sin salida del que sólo escaparía muerta, lo sabía bien. No cesaba de darle vueltas a todo lo que estaba sucediendo, perdida en sus pensamientos, sólo atenta al arma y a la mano que la sujetaba con rudeza por el brazo y la llevaba casi a rastras por el bosque.

- ¿Qué es eso?- escuchó decir a su atacante en voz baja.

- ¿Qué es qué?- respondió de la misma forma, con miedo a las represalias si alzaba la voz.

- Silencio. Alguien se acerca.- le ordenó mientras se agachaba y arrastraba de ella.

Se mantuvieron ambos agachados en el suelo durante un tiempo, Eneida no sabría decir si segundos o minutos, hasta que las piernas empezaron a entumecerse. Ella no escuchaba nada pero el hombre seguía en la misma posición sin intenciones de moverse hasta que notó cómo algo la empujaba al suelo, cayendo de cara contra este, tan sólo teniendo tiempo de poner sus manos para evitar hacerse daño en el rostro. Antes de poder ser consciente de lo que pasaba, escuchó un disparo, tan rápido como pudo, se levantó y vio de nuevo aquella criatura. Sus colmillos anclados al cuello del hombre que ya no se resistía, la sangre se le escapaba de entre los labios, dejando un rastro que empapaba su ajada camisa blanca. La miraba con aquellos ojos que brillaban, dorados como el oro más puro, no apartaba su vista de Eneida ni por un segundo y ella no podía moverse, su mente le decía que debía correr pero su cuerpo no la obedecía.

Aquel ser soltó por fin el agarre sobre su atacante, dejando el cuerpo inerte tirado a un lado sin cuidado, el desprecio se notaba en sus movimientos. Su vista clavada aún en la de la chica, comenzó a acercarse lentamente, sus viejas botas no hacían ningún ruido sobre la hojarasca que llenaba el suelo del bosque. Era como un animal acercándose a su presa. Se situó frente a ella, el pecho de Eneida, que subía y bajaba con rapidez, casi topaba con el de la criatura. No hablaba, tan sólo la observaba atentamente.

- ¿Por qué?- susurró.

Su profunda y ronca voz rompió los minutos de silencio, haciéndola estremecer, tenía una voz que podía infundir verdadero miedo. Eneida no entendía aquella pregunta pero tampoco podía responder, no podía hablar o moverse por mucho que lo intentase.

- No entiendo por qué sólo pienso en ti después de tantos días. Estoy saciado pero sólo pienso en probarte.

Eneida abrió los ojos exageradamente con pánico y un grito atascado en su garganta. Desesperada por correr, las lágrimas empezaron a caer por su rostro pensando que esos serían sus últimos momentos con vida.

- Entiendo que estés asustada.- su voz era un suave murmullo que la embelesaba.- Márchate. Vete de aquí, intentarán matarte de nuevo.

Y tras esto, Eneida sintió cómo la tensión y resistencia que sostenían su cuerpo desaparecían por lo que pudo correr hacia el hostal tan rápido como sus piernas le permitían.

No lo pensaría más. Volvería a su ciudad mañana, en el primer vuelo que saliera desde la capital. 

Una nueva vidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora