Capítulo 5

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Ella miraba sorprendida cómo ese hombre reía. Sabía que no había sido la pregunta que esperaba pero no creía que fuese tan graciosa como para aquellas carcajadas, nunca se había considerado una persona que hiciese buenas bromas.

- En fin... - dijo Eneida arrastrando las palabras mientras llevaba la taza de té a sus labios.

- Lo siento. Nunca pensé que tu primera reacción sería invitarme a tu casa y sentarte a tomar una taza de té.- los ojos aún le brillaban por las lágrimas de risa.

- Supongo que me viene de familia.- respondió suspirando.- Mi abuelo era inglés y todo lo solucionaba con una taza de té.

Él la miraba fijamente mientras se acercaba a ella. Podía ver esa mirada distante que había observado todo ese tiempo en sus ojos, se preguntaba por qué, una chica tan joven, tenía esa expresión constante. Durante esos días que la había cuidado en la lejanía, nunca la había visto reír, tan sólo, a veces, esbozaba una tenue sonrisa por cortesía.

- ¿Mirarme así es lo único que vas a hacer?

Otra vez aquella sensación. Las palabras directas de Eneida lo dejaron sin habla, no se acostumbraba a ser tratado de esa forma pero no le disgustaba aunque nunca se lo habría imaginado de alguien como Eneida, con su aspecto dulce, melancólico, casi atemporal, su pequeña estatura y complexión, acompañados del largo cabello negro azulado, los ojos de plata y la piel clara y fina como la porcelana, parecía no cuadrar con su forma de ser, clara, directa y sin rodeos, no se molestaba en endulzar las cosas. Había podido observarla dentro y fuera de su trabajo, sus poderes habían vuelto gradualmente, se sentía como un acosador, no, lo era, pero no podía evitarlo, sabía que, de no ser por él, ella ya habría muerto y no iba a permitirlo. Mientras pudiese vigilarla, nadie le haría daño. Esa chica se había metido en su cabeza, en sus pensamientos, bajo su piel. Cada minuto la añoraba, se preguntaba a qué sabría, cómo sería beber su sangre y cuántos secretos escondería en ella. Incluso llegó a pensar en compartir con ella el placer que podía otorgar mientras bebía, un placer que iba más allá de lo físico.

- ¡Eh! Te estoy hablando.- la voz impaciente de Eneida lo sacó de sus pensamientos.

- Perdóname, sólo pensaba.- no supo qué más responder.

- Ya... Al menos piensas.

- Sí, al menos.- dijo mientras se sentaba en la barra de la cocina frente a ella.

- La verdad es que no se por dónde empezar.- la escuchó cavilar en voz baja.

- ¿Empezar a qué?

- ¡A preguntar! ¿A qué sí no? Todo esto es muy extraño.

- Lo se.

- Lo sabes... ¿Es lo único que vas a decirme? ¡Aaarg! Pon un poco de tu parte.

Y allí estaba, de nuevo sin palabras frente a ella. Tendría que ponerle solución a aquello o iba a quedar como un verdadero idiota y no había vivido tantos siglos para que el resultado fuese aquel.

- Creo que lo más correcto es que empiece por presentarme.- al mismo tiempo que pronunciaba estas palabras, se levantó del taburete y se situó de pie a su lado.- Mi nombre es Adrian Fahrenheit Tepes, aunque era más conocido como Alucard, es un placer conocerte, Eneida Rose. - tras lo cual tomó su mano y besó suavemente su dorso.

La boca entreabierta de Eneida y su expresión de incredulidad lo decían todo pero aún así:

- Eso sí que no me lo esperaba.

- Puedo darme cuenta por tu expresión.- dijo sonriendo de lado.

- Ya... Imagino que tiene que ser un cuadro.

- Siento si te he incomodado.- se disculpó sin soltar aún su mano.

- No es nada.

Ambos se miraban fijamente sin saber qué más decir, era una situación muy incómoda, hasta que el teléfono de Eneida sonó y se levantó del taburete, soltando la mano de Alucard para ir hasta donde había dejado su bolso y responder la llamada.

- ¿Sí?... Eres tú... ¿Has cambiado de número?... Ya veo... Sí, así es, si llego a saber que eres tú no habría respondido la llamada... Me da igual lo que diga mi familia, no quiero volver a saber de tí... ¡Déjame en paz! ¡Te lo he dicho muchas veces!... ¡No! Ni al trabajo, ni a mi casa, ni llamadas. No quiero saber de tí. Adiós.

Volvió a su lugar en la barra de la cocina con la mirada abatida, tal vez para otros su expresión seguiría siendo la misma pero para Alucard, no. Él notaba el cambio que esa llamada había causado y la chispa de curiosidad que antes sintiera Eneida, ahora había desaparecido. Sabía que el causante de esa llamada había sido un hombre, podía escuchar su tono de voz a través del teléfono aunque Eneida estuviese lejos, sin embargo no había llegado a escuchar la conversación, tan sólo las respuestas de ella y no le gustaban, ese hombre estaba molestándola y no iba a permitirlo.

Alucard volvió a sentarse frente a ella en silencio, pasaron algunos minutos hasta que ella volvió a hablar.

- Así que Alucard.- dijo mientras miraba dentro de su taza de té- Hasta que no me he parado a pensarlo no me he dado cuenta que es Drácula si lo lees al revés. Curioso apodo.

- Sí, es curioso.- le respondió mientras sonreía sólo un poco y la miraba, era incapaz de dejar de observarla.

- Tus amigos tienen un raro sentido del humor, aunque supongo que vendra por tu origen. Tu segundo apellido es Tepes, conozco la historia tras ese apellido y eso sólo hace que tenga más preguntas en mi mente.- ella había alzado la vista para mirarlo, sus ojos volvían a estar llenos de curiosidad por saber más.

- Puedes preguntar lo que gustes, me reservaré el derecho a responder.

- Entonces no preguntaré. Odio quedarme con más incógnitas que al principio. No has cambiado tus ropas. Habrás llamado la atención así vestido.

- Nadie me ha visto.

- ¿Cómo...?

- No soy visto si no quiero que me vean, es sencillo.-la voz calmada de Alucard al explicar esto sólo hacía que Eneida sintiera más curiosidad.

- Ya pero ¿cómo? Yo te estoy viendo en estos momentos, quieras o no.

- En eso te equivocas pero en una cosa tienes razón, necesito ropa nueva, este siglo es diferente al del que provengo.

- Muy diferente. - afirmó Eneida.- Tendrás que esperar a mañana, ya es noche cerrada.- mientras hablaba, volvió a centrar su mirada en la taza de té.

- Así es, por lo que será mejor que me vaya. Buenas noches, Eneida.

- Espera, no tien...es... ¿Qué demonios?

Dos segundos, apenas dos segundos había tardado en alzar la vista de la taza y Alucard se había esfumado como si de un sueño se tratase. Eneida empezaba a dudar de su propia cordura, tal vez los constantes ataques y el vivir en peligro un día tras otro empezaban a tener consecuencias.

Una nueva vidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora