Capítulo 10

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Tras aquel encuentro con Simon Belmont, Eneida no pudo dejar de pensar en todo lo que le había dicho. Alucard era mitad humano mitad vampiro pero ¿cómo era eso posible? Necesitaba encontrar alguna respuesta y no tenía a Alucard para preguntarle. Buscó en internet información sobre su familia encontrando lo que esperaba, miles de artículos, libros y leyendas alrededor de la figura de su padre pero nada de él o el apellido de su madre.

Se negaba a pedirle ayuda a Belmont aunque este le hubiese dejado su tarjeta para ponerse en contacto con él si quería más respuestas pero las quería de Alucard, aquel del que seguía sin tener ningún tipo de noticias. Vivía pegada al móvil, buscando en los medios informativos algo que lo relacionase con un asesinato pero no encontraba nada que le indicase que la persona había muerto en extrañas circunstancias.

Estaba en la biblioteca, había desistido de buscar en internet para pasar a buscar en los manuscritos que había encontrado en una antigua biblioteca, gracias a la influencia de su familia había podido acceder a ellos. No sabía cuántas horas llevaba pegada a aquellos viejos papeles que contaban historias fascinantes, sin embargo, ninguna relacionada con Alucard o el apellido Fahrenheit.

Al levantarse otra vez de la silla para dirigirse a las estanterías llenas de libros y archivadores, se dijo que sería la última búsqueda del día, se hacía tarde y debía irse a casa. Miró los títulos de los volúmenes intentando encontrar alguna relación entre ellos y Alucard cuando notó cómo un cuerpo detrás suya la aprisionaba contra la estantería mientras una mano le inmobilizaba su brazo derecho en su espalda y otra le tapaba la boca, impidiéndole gritar.

- Shh. Tranquila, cariño.

Eneida reconoció la voz. Era su ex. Ese cabrón había dado con ella pero cómo. No lo sabía, su mayor preocupación ahora era que la dejase tranquila, librarse de él cuanto antes, volver a tenerlo cerca era una pesadilla mayor que todos los intentos de asesinato que había sufrido.

- He intentado ponerme en contacto contigo, hacer que entres en razón. No me ha quedado otra opción que esta. Sabes que yo no quiero hacerte daño.- dijo suavemente.

Sabía cómo hablar. Así la había engañado años antes y jugado con ella. Su tacto para ella era ácido que corroía su piel. Le costaba respirar, se ahogaba y sus ojos comenzaban a arder.

- Te he echado de menos estos años, estoy seguro que tú también, ya estoy aquí de nuevo. Y ahora mantente en silencio.

No tenía que decirlo, Eneida se encontraba paralizada por el miedo que le infundía su presencia, a su merced totalmente sin poder gritar u ofrecer resistencia. Sintió cómo retiraba la mano de su boca para hacerla descender por su cuello, hacia la parte delantera de su cuerpo, tocando sus pechos sobre la camisa y el sujetador, amasándolos con fuerza hasta el punto de hacerle daño, ella podía notar cómo su erección crecía dentro de sus pantalones, restregándosela en el trasero para darse placer, se sentía sucia, asquerosa, usada como un pañuelo de papel. Siguió bajando su mano hasta llegar al centro de sus piernas, con una de las piernas la obligó a abrirlas y le tocó bruscamente, a él le daba igual hacerle daño, le gustaba verla sufrir, estaba cada vez más excitado, su miembro se clavaba con fuerza en su trasero y su respiración se aceleraba en su oído.

Eneida se empezaba a encontrar mal, aquella sensación y aquel tacto comenzaban a producirle unas fuertes náuseas. No sabía cómo librarse de él. Hasta que, en un descuido por parte del agresor, soltó su mano, el muy imbécil prefirió dejarle ambos brazos libres que dejar de manosearla para poder abrirse la bragueta del pantalón. En ese instante, Eneida reaccionó y, empujando con todas fuerzas la pesada estantería de libros, se impulsó hacia atrás e hizo que su atacante se tambalease hasta perder el equilibrio y caer al suelo, golpeándose contra la estantería que estaba detrás.

Una nueva vidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora