Capítulo 4

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"Dos hombres aparecen muertos en las inmediaciones del aeropuerto de Edimburgo. Sus cuerpos se encontraban carentes de sangre. Tras las investigaciones se les identificó como dos mercenarios buscados por las autoridades. Aún se desconoce el motivo y el causante de este homicidio."

Desayunaba en la cafetería de su lugar de trabajo días después de llegar a Edimburgo, la ciudad donde residía, y esa noticia la dejó petrificada. Con el café a medio camino entre la mesa y sus labios, supo enseguida que el causante de esas muertes había sido aquél ser con el que se encontró esa noche. Intentó no pensar demasiado en el tema, puede que tan sólo fuera pura casualidad. ¿Cuántas probabilidades había de que esa criatura estuviera en Edimburgo? Con la de ciudades que había en el mundo, ¿por qué escoger aquella?

El día transcurrió en el laboratorio sin contratiempos, tan sólo su mente le jugaba una mala pasada de vez en cuando, recordando la voz profunda que no conseguía sacarse de la cabeza. Cuando terminó, salió por la puerta principal, la noche ya había caído, desde que llegase de Rumanía era algo habitual, se enfrascaba en sus experimentos y pruebas sin ser consciente de la hora que era. Alzó el cuello de su chaqueta y cerró más su bufanda en torno a su cuello, hacía frío y su aliento salía blanco, así bajó las escaleras y caminó por la calle, buscando un taxi que no encontró por lo que decidió tomar el camino corto, las temperaturas habían caído mucho y daban aviso de nieve.

Dirigió su rumbo hacia uno de los callejones solitarios, sabía que no debía pasar por allí a esas horas de la noche puesto que no había nadie pero el temporal que estaba por llegar la apremiaba. Caminaba con paso apresurado cuando comenzó a escuchar unas pisadas que la seguían. Los vellos de su nuca se erizaron, temía lo peor. Ya estaba cansada de esas persecuciones, nunca la dejarían en paz. Su familia siempre le había dicho que debía tener un guardaespaldas pero ella no quería, le gustaba su soledad, se sentía bien así. Estaba claro que aquellos que querían quitarla del medio no pensaban lo mismo.

Empezó a correr, deseando que quien iba tras ella la dejase ir, que tan sólo fuese una coincidencia de alguien que pasaba casualmente por el mismo sitio. No lo era, los pasos se escucharon más apresurados, Eneida se atrevió a mirar hacia atrás, un hombre la seguía corriendo a un ritmo más rápido que el suyo. Sus zapatos no eran los más adecuados para ello pero no podía darse por vencida, aún no. Intentó correr más rápido, sentía que era demasiado lenta, el final de la calle le parecía muy lejano. Ya escuchaba al hombre pegado a ella, unos segundos más y la cogería, sería su fin. Volvió su vista en el momento justo para ver cómo el hombre extendía su brazo para atraparla. Abrió los ojos con miedo, todo sucedía a cámara lenta, su vista fija en el rostro de aquel asesino que la miraba victorioso. Hasta que todo se volvió negro.

Eneida notó una mano sobre sus ojos que la retenían suavemente contra un cuerpo fuerte y alto que le brindaba apoyo para no caer. No sabía qué estaba pasando, sólo que pocos segundos después, escuchó un peso muerto caer al suelo de la desierta calle.

Ella temblaba. Un cúmulo de emociones la hacía estremecerse sin control. Frío, miedo, ira. Todo aquello mezclado con el desconocimiento por lo que estaba pasando a su alrededor y por saber quién sería aquel que la había salvado.

- Volvemos a vernos.

Esa voz. Eneida sabía que podía reconocerla en cualquier lugar. La tenía grabada en su mente. Pensaba en ella durante el día y por la noche la escuchaba en sus sueños.

- Tú...- fue lo único que pudo decir con voz apagada y temblorosa.

Su respuesta inmediata fue una tenue risa que salía de lo profundo de su pecho y que Eneida sintió vibrar en su espalda.

- Sí, yo. Nadie más que yo te ha cuidado.

¿Qué quería decir con eso? ¿Acaso él lo sabía? No, no podía ser.

- ¿Quién...?

Eneida no pudo terminar su pregunta pues él la interrumpió.

- Luego.

No entendía a qué se refería con luego hasta que, tomándola de la cintura, comenzó a andar en dirección a su apartamento. Ella tenía la mente en blanco, no sabía ni podía pensar en lo que estaba pasando hasta que casi llegando a la puerta de entrada al edificio reaccionó.

- Imagino que me has seguido, si sabes dónde vivo.- intentó que su voz sonara lo más calmada posible pero era difícil.

- Sí, y deja de temblar, no soy como los otros.- su ceño fruncido hacía ver la molestia que sentía al notar a la chica temblar de miedo a su lado.

Eneida se sobresaltó, no había notado que estaba temblando pero sí, lo hacía. Habían pasado demasiadas cosas en muy poco tiempo y eso le empezaba a pasar factura a sus nervios.

Llegaron al ático donde vivía y pasaron al interior. Eneida se deshizo de sus zapatos, dejándolos sin cuidado junto a la puerta, se quitó el abrigo y lo colgó junto al bolso en una percha que tenía en la pequeña entrada sin prestar atención en cómo lo hacía. Él la miraba extrañado, era la primera vez que veía a una mujer ser tan descuidada con sus pertenencias.

- Puedes quitarte los zapatos y la chaqueta o dejarlos puestos, como quieras, yo ya no los soportaba más. - dijo ella dirigiéndose a la barra de la cocina mientras deshacía el recogido en el que llevaba su pelo, éste cayó sobre su espalda como una cascada azabache que despertó en el visitante deseos que sólo ella había conseguido volver a resucitar después de siglos.- ¿Té?

- Mmm... No.

Estaban ambos en su casa, él era un completo desconocido para ella que la había salvado de morir un par de veces y de forma bastante extraña pero lo único que le preguntaba la chica era si quería algo de té. Realmente era una mujer muy peculiar. 

Una nueva vidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora