Capítulo 1|El regreso

44 3 2
                                    

Cuando eres pequeño, siempre piensas que las cosas difíciles son fáciles, y que todas las cosas que te dicen, que solo crean más que una ilusión, hacen que te vuelvas optimista, soñador y, en cierto punto, ingenuo.

Así fui yo, y así lo fuimos todos.

Mi madre siempre me decía que lo que más caracterizaba a un niño era su inocencia y que lo peor que podías hacerle, era rompérsela. Claro que ella me dijo eso cuando nos poníamos a analizar ciertos puntos casi irrelevantes a lo que conducía sacar un análisis relevante, como ese; porque era totalmente cierto. Y, porque me lo dijo cuando yo tenía diecisiete años, o sea, que estaba en la etapa de culminar la adolescencia.

Cuando ella dijo eso, me sentí en cierto punto enojada y hasta traicionada, porque ella misma me llenó de ilusiones cuando era pequeña. Y no fueron simples ilusiones que le llenaba una a madre a su hija, como el «te prometo que la otra semana te compraré esa muñeca que tanto te gusta». Claro que también eso pasó, pero eso nunca me importó tanto como lo que en verdad yo anhelaba y ella me lo prometía, al igual que papá. Pienso que, quizá, lo hizo para que aprendiera a tener fe o para predicar que sí iba a pasar, pasara lo que pasara. No les tendría nunca rencor a mis padres, pero en muchas ocasiones lloré a escondidas cuando llegaba el día, me ilusionaba con que tal cosa iba a pasar, y en realidad, nunca, jamás, sucedía.

Aprendí a vivir con eso con el tiempo, hasta que poco a poco fui creciendo y me di cuenta que algunas cosas no eran ciertas, y que todo lo que prometías en el pasado, quedaba en el pasado. Pero no era creyente de esa teoría. Me consideraba una mujer de palabra y siempre cumplía con lo que prometía, y con lo que me prometía a mí misma. Y mira que sí lo hacía.

Habían pasado tantos años que yo anhelaba esto, que necesitaba vivir de nuevo en Seattle, y ahora después de casi veinte años, lo cumplía. A mí, que lo había pensado fugazmente cuando tenía solo quince años.

Yo nunca quise irme de aquí, a mí me gusta vivir en Seattle porque me encantaba la temperatura de éste y porque disfrutaba mucho estar ahí, y porque no había día que yo me aburriera. Mamá decía que yo de pequeña siempre fui muy inquieta y que le daba dolores de cabeza (ella, por supuesto, bromeaba) y que era por eso que nunca me aburría porque le buscaba diversión hasta a un cepillo. Pero la verdad, es que yo no me aburría por lo que decía ella, sino porque tenía a ese compañero de aventuras que me seguía en todo, a pesar de que fuese una locura lo que tenía en mente, pero, allí estaba para apoyarme. Digamos que yo siempre fui la mala influencia, y él el que trataba de hacerme entrar en razón.

Y por eso, cuando llegué a New York con mis padres, sintiéndome completamente sola y como si me faltara un brazo, vivía la mayor parte del tiempo aburrida y quejumbrosa. A veces eso me ayudaba a concentrarme más en mis deberes de la escuela, al principio, pero aprendí a vivir en New York como viví en Seattle que, aunque fueron solo los primeros nueve años de mi vida, seguía prefiriendo a Seattle.

Hace cinco años me había graduado en New York en psicología, hacía casi un año había terminado un máster de eso, y hacía muchos años me había prometido que, luego de graduarme en lo que más me gustaba, me iba a mudar a Seattle. Y eso fue lo que, prácticamente, hice. Cuando pensé en eso habría jurado que eran pensamientos de una niña que extrañaba a su amigo y que era por eso que lo pensaba, pero ahora luego de tantos años, no lo hacía exactamente por eso, pero sí lo hacía porque amaba a esa ciudad y tenía muy buenos recuerdos allí. Tuve muchos problemas con mis padres al principio cuando les comenté que quería mudarme, y no solamente con ellos, sino también con Brandon, pero los tres, al final, terminaron apoyándome, pese a que Brandon fue el más reacio. Al ser única hija tus padres siempre te protegerán como lo más sagrado del mundo y, te consentirán en todo, pero yo ya no era una niña: me había graduado con honores en la Universidad y tenía casi veintinueve años. Por mucho tiempo viví con ellos y quería empezar a independizarme, y aunque para mi madre yo era su tesoro y para mi padre la "niña de sus ojos", quería vivir cosas nuevas, a pesar de que no estuvieran ni ellos ni Brandon.

El Destino nos UnióDonde viven las historias. Descúbrelo ahora