Capítulo 4|Fotos

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No me consideraba una persona completamente fitness, pero me gustaba hacer de vez en cuando ejercicios. En New York tuve por costumbre levantarme temprano en las mañanas para ir a caminar o trotar por la manzana de mi casa. Solía hacerlo un día sí y otro no para no ser tan obsesiva, pero me gustaba porque hacía que mi mente se despejara y se concentrara en otras cosas.

La costumbre la tuve porque tenía una amiga en la universidad que estudió la misma carrera que la mía, y de hecho se graduó junto a mí. Ella solía caminar todas las mañana e iba a el gimnasio porque quería tener un buen cuerpo. Una vez la acompañé a trotar por la mañana, y me gustó, pero lo empecé a hacer por mi cuenta cerca de casa. Era relajante, pero no sabía si me convenía o no la temperatura de Seattle porque esa mañana no había sol, aunque el clima de Brooklyn era igual.

Esa mañana me levanté a las cinco porque el sueño se me había ido. Me preparé como desayuno frutas picadas porque siempre me gustó comer algo ligero en las mañanas. Salí del departamento con mis zapatos deportivos, un mono, una camisa de tirantes y sobre la camisa de tirantes un suéter. Primero empecé caminando y como fui viendo que ya estaba bastante lejos del departamento, empecé con los trotes.

No hacía eso desde hace bastante tiempo, como uno dos meses, y como lo había dejado de hacer de manera cotidiana, mis pulmones ardían y habían perdido la resistencia. Estaba como a dos kilómetros lejos de casa y ya me hallaba cansada. Tuve que parar porque me estaba mareando y no podía respirar. Llegué hasta un parque que por la hora estaba solitario y me senté en un banco. Tomé agua del termo y eché un poco sobre mi cara para refrescarme.

Como vi que estaba sola en el parque, a pesar de que habían algunas personas caminando fuera de él, me acosté sobre la banca y dejé salir todo el aire, comencé con el inhala y exhala para regular la respiración, con los ojos cerrados de forma tranquila. De verdad, había tenido mucho tiempo que no hacía eso, y no me gustaba haber perdido la resistencia. Me prometí que iba a volverlo hacer como lo hacía en New York: un día sí, y otro no.

—Disculpe, señorita, pero no puede quedarse dormida aquí.

Abrí los ojos y desde mi posición, de forma al revés, vi al vigilante del parque hablándome. Me incorporé al instante y negué con la cabeza.

—No me estaba quedando dormida, estaba descansando de haber trotado. —hablé con serenidad.

—En ese caso, lo siento. —me dio una sonrisa a medias y se alejó.

Hice un mohín y miré el reloj de mi muñeca. Eran ya las siete de la mañana. Había descansado lo suficiente y me serviría para comenzar a mejorar mi resistencia regresarme al departamento de la misma forma que había llegado al parque.

Tan pronto llegué al departamento, me quité el suéter y lo tiré al sofá. Me fui hacia la cocina y abrí la nevera, sacando una fresa y llevándomela a la boca. Tomé más agua del termo y me quité la camisa, quedándome en brasier. Comencé a desnudarme al tiempo que iba caminando a mi recamara a buscar mi toalla y bañarme. El agua estaba fría y me quedé más tiempo en la ducha de lo que pensaba. Había sudado bastante y  el cuerpo lo sentía pegajoso, la ducha me había refrescado bastante.

No tenía planes para hoy, más que conseguirme a mi asistente. Esa iba a ser la tarea del día, pero no sabía como hacer para que la gente supiera y me buscaran para el puesto. No iba a ser un gran sueldo, puesto que tenía que pagar ciento cincuenta dólares mensual por el consultorio, y no sabía qué precio ponerles a las consultas aún.

Pensé en eso; podían ser entre trescientos o trescientos cincuenta dólares por consulta, puesto que si fuera en una clínica donde diera las consultas, fuesen más caras. Eso estaría bien, igual lo que me emocionaba no era el dinero, era comenzar con mi profesión.

El Destino nos UnióDonde viven las historias. Descúbrelo ahora