Capítulo 5|Alegría

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—¿Aún no ha venido alguien que quiera trabajar para ti?

Hice un sonido de negación con mi garganta y dejé salir un gran resoplido.

—Es raro. Hay mucha gente afuera que carece de empleo. —dijo.

Sólo habían pasado tres días desde que se publicó en el periódico que necesitaba a alguien que fuera como mi ayudante en un consultorio. Sabía que tenía que tener paciencia porque ya muchas cosas me estaban saliendo bien en tan poco tiempo y no todo iba a ser perfecto, pero a veces me entusiasmaba y desesperaba que nadie preguntara por el empleo porque yo ya quería comenzar a realizar consultas. Aunque, claro, por conseguir a una «ayudante» no quería decir que comenzara a tener pacientes que me iban a caer del cielo porque para eso también me faltaba.

Pero como decía mamá: el que persevera alcanza.

Aprovechando el tiempo, quise empezar por reacomodar el consultorio y le comenté a Nikolay sobre eso. Él se había ofrecido a ayudarme y por supuesto que no me negué porque otro par de manos me ayudarían para terminar rápido. Los dos estábamos volviendo a pintar las paredes porque se notaba que tenía mucho tiempo que no se pintaban, y como yo no quería que mi consultorio y la «sala de espera» se vieran tan fríos como los típicos consultorios con las paredes pintadas en blanco, había comprado dos latas de pintura de colores verde pastel (para la sala de espera) y celeste para el cuarto de consultas.

—Sí, lo sé —suspiré y seguí pasando la brocha con pintura sobre la pared—. ¿Y qué hay de ti?

—Tengo dos entrevistas de trabajo para mañana. —canturreó.

Dejé de pasar la brocha por la pared y me giré con una gran sonrisa, mirando a Nikolay.

—¡Qué bien! —exclamé. Él me miró de soslayo para sonreírme, y siguió pintando—. ¿Y sobre qué son?

—Una es para una empresa donde hacen cosas de publicidad...

—Guao... —asentí con aprobación, sin parar de pintar la pared.

—Sí, pero no creo tener suerte en ese. En la segunda, tal vez, me lo recomendó el hijo de un amigo de papá. Necesitan de un contador.

Me volteé para verlo, y noté que mientras me hablaba, me había estado viendo, porque lo primero que vi cuando me volteé fue esos ojos azules tan hermosos, en mí. Nos sonreímos ampliamente.

Me encantaba que Nikolay y yo pasáramos momentos así porque me hacía viajar en el tiempo y recordar cómo de unidos habíamos sido nosotros de pequeños. Además, era divertido, porque no estaba yo sola haciendo todo eso de arreglar y pintar más de cuatro paredes, tenía a alguien con quien conversar, reír y bromear y el tiempo así pasaba más rápido. Todos estos días nos habíamos estado viendo y me había contado más de varias cosas que había estado haciendo todos estos años. Por mi parte, yo también le contaba alguna que otra anécdota que lo hacía reír a carcajadas.

A veces me gustaba decir tantas tonterías y escucharlo reír, porque era agradable.

A mamá la llamaba todo el tiempo y siempre le contaba las cosas que Nikolay y yo hacíamos, y sobre cómo me sentía estando con él: porque era una sensación tan agradable volverme a ver con una amigo tan especial que fue y sigue siendo para mí. A ella le encantaba escucharme y era la que me preguntaba qué cosas había hecho con él en el día.

Elizabeth era mi mejor amiga y siempre me gustó desahogarme con ella, porque nunca me había criticado y siempre era optimista generándote un aire de empatía que lo notabas a simple vista. Por eso comenzaba a pesarme la distancia y lo mucho que la extrañaba a ella y a papá.

El Destino nos UnióDonde viven las historias. Descúbrelo ahora