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"Éste es sólo el principio"

La voz al otro lado del teléfono sonó abrupta y nerviosa.
Pronto se generó un clima de excitación contenida. "Rápido, al criptógrafo",*me dijo. La acción no se desarrollaba en la sala de operaciones de un barco de guerra ni de la habitación secreta de la Casa Blanca; era en cambio mi modesta oficina ubicada arriba de un restaurante, en la zona norte de Londres. Del aparato telefónico surgían los primeros detalles que revelaban que el príncipe Carlos había despedido a su secretario privado, el general de división Sir Christopher Airey.
Ese llamado, hecho desde una ventosa cabina telefónica ubicada en una de las islas del noroeste de Europa, fue el primer paso dado en ese sendero zigzagueante que conduce directamente al corazón de la monarquía británica y puso en marcha una investigación en pos de la verdad sobre la Princesa de Gales, su matrimonio y su vida dentro de la familia real. Resultó promisoria y a la vez sorprendente.

Después de dedicarme durante una década a observar las actividades de la monarquía moderna, a escribir numerosos libros y hablar hacia todo el mundo por radio y televisión sobre la familia real, consideré que contaba con un conocimiento sólido del tema. Sin embargo, el año pasado comprendí qué poco sabía sobre lo que realmente ocurre tras los portones de hierro forjado del Palacio de Buckingham y las paredes de ladrillo a la vista del Palacio de Kensigton.

Publiqué el episodio sobre el despido en el Sunday Times. A la semana siguiente escribí un relato más extenso sobre la rivalidad que existía entre el Príncipe y la Princesa de Gales. Semanas más tarde, en ocasión del trigésimo compleaños de Diana, escribí un relato sobre como Jimmy Savile, el personaje de la televisión, habría intercedido para lograr la reconciliación de la pareja real después de que se divulgó que Diana habría rechazado el ofrecimiento de su marido de organizar una fiesta de cumpleaños en Highgrove.

La publicación de estos relatos en el Sunday Times tuvo diversas repercusiones. En primer término, dieron lugar a una cacería de brujas dentro del palacio para descubrir cuáles habían sido mis fuentes. Según mi larga experiencia, esta reacción era previsible. El nuevo secretario privado del príncipe Carlos, el capitán de fragata Richard Aylard, estudió concienzudamente los artículos en busca de pistas, mientras que el secretario privado de la Reina, Sir Robert Fellowes, acusaba al personal del Palacio de Kensington.

Recibí un sucinto llamado telefónico de Arthur Edwads, un fotógrafo de larga trayectoria del periódico The Sun, cuyas características jamás nos llevarían a pensar que tiene excelentes fuentes dentro de la realeza. Luego su mensaje fue más contundente: "No creí una sola palabra de lo que escribiste el domingo sobre Jimmy Savile. Hablé con uno de mis contactos y me dijo que fue por dinero. Te llamo para alertarte; van a averiguar quiénes son tus informantes". (Este mensaje adquirió más veracidad en marzo de este año cuando revelé la historia sobre la inminente separación del duque y la duquesa de York. A través de un llamado telefónico que recibí de una persona confiable supe que los jefes de la policía de la Realeza y del escuadrón de Protección de Diplomática habían sido convocados al Palacio de Buckingham donde recibieron la orden de encontrar quién había dejado filtrar la historia. "Cuidado con los llamados", me advirtió en tono brusco. Diez días después entraron en mi oficina.

Al mismo tiempo, estos artículos originales, que en general tenían un tono solidario hacia la Princesa de Gales, permitieron demostrar a sus allegados, con quienes me puse en contacto tiempo después, que por fin se contaría su versión de los hechos de manera justa e imparcial. Estaban perplejos ante los innumerables libros y artículos que se escribieron para celebrar el décimo aniversario de bodas de la pareja y el cumpleaños de Diana. En la mayoría de los casos, la Princesa aparecía como una persona ingenua y frívola, que debía su desarrollo afectivo e intelectual a la madurez de su marido. El consenso general era que, si bien la pareja atravesaba algunos antibajos, eran compañeros con distintos intereses pero unidos por un deber común.

DIANADonde viven las historias. Descúbrelo ahora