LOOK AT ME. Primera parte.

403 29 17
                                    

La vida de un desempleado suele componerse de etapas que se recorren en el mismo orden riguroso, no importando la situación de la persona involucrada. Arrancas con el precioso optimismo de la "libertad" que tanto esperabas, después de haber permanecido por meses detrás de un escritorio, engordando la billetera de un jefe tirano y viviendo de sus migajas. Más adelante, llega el momento de la conexión con el universo. Las horas pasan y el cielo te parece cada vez más hermoso, como si una especie de renacimiento del alma te envolviera, para hacerte valorar tu cama, tu ropa, el pequeño lápiz empolvado sobre la mesa. Te vuelves hacendoso en el hogar, inicias proyectos mentalmente y ansias devorar el mundo en las interminables caminatas de cada tarde.


Pero en el momento que Leonard Jones abrió su cartera y no encontró ni siquiera un rastro de polvo, ingresó en la etapa más dura del desempleo: la aceptación de la pobreza. Habían pasado ocho meses desde que se dio de baja en una empresa de mala paga, y a pesar de que su currículum ya figuraba en la mitad de las empresas de la ciudad, las ofertas de empleo seguían siendo bajas e inadecuadas para su estilo de vida y necesidades. La liquidación se esfumó desde el tercer mes, pero poseía ahorros suficientes para la manutención de su departamento y para comprar los alimentos más básicos, sin posibilidades de lujos extras.


A pesar de que se administraba perfectamente, la falta de ingresos comenzó a volverse un problema, ya que se cruzaban enfermedades, gastos inesperados e incluso deudas que venía arrastrando y que antes se compensaban con el sueldo. Pero el hombre no pretendía dejarse vencer por la desesperación, aunque ya comenzaba a flaquear.


El constante asedio de sus padres para que volviera a casa y se convirtiera en un "ayudante voluntario" del lugar donde nació, no era una opción que deseara tomar. A pesar de que adoraba a las personas que le dieron la vida, a sus treintas, no se podía dar el lujo de volver a casa, derrotado. Por lo que pretendía hacer todo lo posible para sacar adelante ese problema. Después de todo, un chico de su porte, con una hermosa piel nívea, ojos en tono esmeralda y una presencia llamativa y elegante, era capaz de conseguir lo que deseara.


Pero el onceavo mes llegó, y el oficio no aparecía por ninguna parte. Todo ese tiempo estuvo recabando dinero de pequeñas tareas fugaces, como recortar copas de árboles, arreglar pequeños problemas de plomería o pintar barandales. A veces apoyaba a los jóvenes del edificio con sus tareas, pero más que sentirse orgulloso de su trabajo, tenía culpa, por consentirlos demasiado y resolverles la vida estudiantil por unos cuantos centavos. Incluso recurrió a la venta de algunas de sus pertenencias, pero Leo sentía que el dinero se le escurría entre los dedos, más rápido que las gotas de agua. No importaba cuanto tiempo dedicara a buscar en la red, las ofertas cada vez eran más pobres. Incluso los trabajos sencillos se ocupaban rápidamente o en el momento que le entrevistaban, le daban falsas esperanzas y promesas de llamadas que jamás llegaban.


Leonard contaba con el apoyo de algunos amigos, pero llegó a un punto en el que les mentía, igual que a sus padres. Hablaba de una estabilidad frágil, pero constante, y siempre decía que se encontraba de maravilla y que no tenía mucho tiempo para poder reunirse con sus seres queridos, cuando en realidad colgaba las llamadas a prisa, para hincarse en el suelo a llorar su desfortunio.


Sabía de antemano que la vida a solas era difícil, pero combinada con la problemática que reinaba a nivel nacional, en el ámbito laboral, Leo sentía que estaba acabado.


Un día, se encontraba encerrado en casa, poco después de comprar algo de botana y cerveza. Llevaba tiempo sin probar alcohol y estaba seguro de que podía olvidarse de su suerte aunque fuera una noche, donde planeaba mirar pornografía hasta ensuciar el mueble y todo lo que pudiera. La idea era desfogar sus miedos, echando a andar su imaginación y consintiendo su cuerpo. Después de todo, no se podía dar el lujo de tener una pareja en esas condiciones. Estar junto a alguien, requería gastar para agradar a esa persona, y no estaba dispuesto a destinar ni un centavo, mucho menos si el necesitado era él.

Soluciones desesperadas (+18 AMOLAD)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora