Virginia sirvió el humeante café en su taza. Inhaló profundamente. Torrado francés. Su favorito. Era una mañana hermosa. No había una sola nube en el cielo. La temperatura era perfecta y el café también. Él lo había hecho muy bien. Sonrió, presionando el borde de la taza contra sus labios.
—¿Hay café fresco? —Los pasos de su padre se acercaron desde atrás.
Ella sopló mientras bebía a sorbos, cuidando de no quemarse la punta de la lengua.
—Sí, Chase preparó una jarra fresca. Creo que iré a disfrutarlo en el pórtico.
—¿Puedo unirme a ti? Podemos ponernos al día.
Virginia vaciló.
—No quiero herir tus sentimientos, pero aún estoy un poco aturdida por lo de antes. Esperaba algo de tiempo a solas. Ya sabes, para aclarar mi cabeza.
—Claro, estoy seguro… —Se detuvo y sacudió su cabeza—. Tienes razón. Tenemos mucho tiempo para hablar. ¿Te quedaras por un tiempo espero?
Ella asintió e hizo su camino hacia la puerta delantera. Sus pies desnudos se deslizaron sobre el piso de madera del vestíbulo. Eligió un simple vestido veraniego sin mangas que le caía a la mitad del muslo. Su cabello estaba recogido en un desordenado moño.
Al mosquitero le rechinaron las bisagras. La primera cosa que vio Virginia fue la piel, resbaladiza y húmeda, resplandeciente por el sol. Entornó los ojos hacia la camioneta negra. Chase estaba curvado sobre un balde, empapando un trapo con agua. Las cuerdas de sus músculos a lo largo mostraban su fuerza mientras él regresaba con un trapo espumoso, el cual agarraba en un gancho de la camioneta untando mugre y polvo en largos círculos. Una imagen de él de pie bajo la ducha pasando un espumoso lavado sobre su cuerpo desnudo trajo una súbita avalancha de calor a su piel. Miró de cerca sobre la reja.
—Hola hermosa, ¿cómo te sientes? —Él sonrió poderosamente.
—Bien, ¿qué estás haciendo? —preguntó tomando un sorbo de la taza de café.
—¿Qué parece que estoy haciendo? —contestó él.
—Lo sé, ¿pero en medio del patio? Estás haciendo un lodoso desastre.
Virginia no pudo evitar notar qué tan en forma estaba Chase. Había madurado agradablemente. No estaba vistiendo nada más que un par de desteñidos vaqueros amarrados bajo su estrecha cintura. Sus abdominales estaban bien definidos. Algo acerca de verlo caminar descalzo en el barro, y la forma en que se agachaba alrededor de las llantas de la camioneta, fregando el cromo con una brocha de alambre tenía la cabeza de Virginia girando. Se abanicó a sí misma sin siquiera darse cuenta de lo que estaba haciendo. Con perezosos e inseguros movimientos se volvió a sentar en el pórtico.
—De ninguna manera. —Chase sacudió su cabeza—. No vas a mirarme trabajar. Trae tu trasero aquí y ayuda.
—No.
Él se detuvo, y se recostó en la camioneta. Una de sus cejas se elevó.
—¿Por qué no? ¿Tienes algo mejor que hacer?
—Estaba pensando en ir de compras.
—Mentirosa. Odias ir de compras. Prefieres ayudarme. Admítelo. —Su sonrisa era engreída, como el resto de él. Arrogante y creído. Esto era en lo que Chase Davenport se había convertido.
—Harás que me moje. —Ella hizo gestos hacia su vestido de verano de algodón, el cual estaba libre de arrugas e inmaculado en ese momento.
Él hizo una mueca como si hubiese herido su orgullo al esperar lo peor de él.