Una y media de la mañana. La habitación estaba a oscuras, y las persianas cerradas para que ningún desvío de la luna pudiera encontrar su camino dentro. Las mantas estaban pateadas hacia los pies de la cama. Chase estaba echado debajo de una sábana delgada, su piel húmeda de sudor.
Rojos y oros brillaban detrás de sus párpados.
Los sonidos de la feria hacían eco en su mente.
Brandon estaba allí con esa estúpida gorra suya, sonriendo. En su mano derecha tenía una pelota de béisbol, que suavemente tiró delante de la cara de Chase.
—Apuesto a que puedo tumbar más latas que tú.
—Virginia tiene hambre. Pensé en llevarla a buscar algo para comer, camino a casa —dijo Chase.
—Hombre, cómprale un corndog o algo así. —Brandon lanzó. Las latas se dispersaron haciendo que un grupo de chicas cercanas comenzaran a reír.
Chase, se encogió de hombros.
—Sabes lo exigente que es... dice que no le gusta ninguna de las porquerías de aquí.
—Muy bien. —Brandon tomó otra pelota de béisbol—. Sólo dame un segundo y voy a ir a decirles a mis padres que volveremos contigo.
—Um, estaba pensando... tal vez podría ser sólo Gin y yo esta vez.
Brandon se congeló a mitad del lanzamiento, con la boca abierta hacia Chase.
—¿Por qué? —Dejó caer la pelota en el mostrador sin lanzarla. Se olvidó por completo de las chicas risueñas para las que se había estado mostrando. Se volvió hacia Chase, su mandíbula trabajaba bajo la superficie—. Amigo, será mejor que no estés tratando de conseguir a mi hermanita. Eso está mal por donde lo mires.
La gente empezaba a mirar. Chase, dijo en voz baja:
—Actúas como si Virginia todavía tuviera doce años, Brandon.
Brandon apretó la palma sobre su estómago mientras se reía.
—Mis padres nunca irán a por ello. Van a hacer que te mudes.
Chase encontró a Virginia esperando justo donde la había dejado, en la puerta de entrada. Ella estaba con los pies cruzados, su libro de bolsillo sostenido cerca de su costado derecho mientras miraba de reojo a un par de chicos jóvenes a pocos metros de distancia. Virginia se retorció bajo sus fuertes miradas. Lucía aterrorizada y ansiosa, hasta que vio a Chase dirigiéndose hacia ella, entonces se iluminó con una sonrisa y toda la tensión de su cuerpo pareció disiparse. Confiaba en él. Le gustaba eso de ella.
—Bueno, ¿qué te han dicho? ¿Puedo volver a casa contigo?
—Sí, está bien. —Metió la mano en la suya y la llevó hacia la salida.
Ella tropezó para mantener el paso.
—¿Brandon viene?
—No, dice que va a casa con tus padres.
—¿No armó un alboroto?
—No.
Ella se frenó, los zapatos arañaron la suciedad.
—¿Y mis padres dijeron que está bien, si voy a solas contigo? Quiero decir siempre hemos sido los tres.
Suspiró.