Virginia disfrutaba cocinar, pero solo lo hacía cuando estaba molesta. Algo acerca de arremangarse y esconderse en un mesón lleno de ingredientes era terapéutico. Horneaba galletas, preparaba a la carrera pastelitos, amasaba las tapas de masa y palmeaba las albóndigas para la salsa de los espaguetis, usualmente todo en la misma tarde. Su madre siempre decía que, cuando la cocina estaba humeante y una docena de distintos aromas estaban mezclándose juntos, significaba que algo estaba molestando a su chica. Inclinándose, sus manos cubiertas con las manoplas, Virginia sacó una tanda de galletas con chispas de chocolate caseras. Sintió su presencia sin que él dijera una palabra. El grifo se abrió. Lavó sus manos, tomó la toalla de manos del mesón y giró, recostándose contra el gabinete mientras la miraba. El molde hizo un ruido sordo al bajar sobre los quemadores de la estufa. Ella lo ignoraba.
—Tu muro finalmente está limpio; se necesitó mucha fuerza muscular para acabar con esa mierda.
—¿Es a eso a lo que viniste, buscando un agradecimiento?
—No, no es necesario.
Se dio la vuelta, olvidando que llevaba manoplas en las manos, y lo miró con furia.
—Bien, porque no ibas a recibir una ya que tú eres el que coloco esas palabras allí para empezar.
Se acercó, estirando su brazo alrededor de ella para robar una galleta del molde. Tibio chocolate goteó en su mentón cuando mordió la galleta.
—Delicioso —murmuró cerca de sus labios. Su mirada cayó a las manoplas entre ellos y se rió entre dientes—. Tú horneando. Esa es una visión que no olvidare pronto. Es un poco sexy. Tú eres un poco sexy.
—No va a funcionar —quitó las manoplas de sus manos, las lanzó en el mesón y se giró, dándole la espalda—. Límpiate el chocolate del mentón y desaparece, no eres deseado.
No pudo deshacerse de una sonrisa al oírlo moverse y supo que se estaba limpiando el mentón con una manga. Abriendo un cajón, Virginia sacó un cuchillo y empezó a untar queso crema glaseado en el pastel. Donde se moviera, Chase venía a ubicarse detrás de ella. El cuchillo hizo un sonido sordo contra el mesón cuando ella le lanzó una mirada asesina sobre su hombro derecho.
—¿Te importaría? Me estas presionando.
Una esquina de su boca se levantó y luego su dedo estaba en el glaseado. Ella miró anonadada cómo la punta de su dedo desapareció dentro de su boca saliendo limpia. Su mano se disparó yendo por más glaseado. Ella golpeó su mano, sus labios presionados en una dura línea.
—¡No te comas mi glaseado!
—¿Por qué no? Es realmente bueno. Pero me pregunto… —antes de que ella supiera qué había sucedido él había untado glaseado en sus labios. La giró enfrentándolo, agachó la cabeza y su lengua los lamió, limpiando el glaseado. Le mordió su labio inferior—. Sep, tenía razón. Sabe mejor en ti.
Un escalofrió bajó por su espina. Limpió los restos de glaseado con la palma de la mano, odiando que el aún pudiera causarle tan fuertes reacciones.
—¿Qué puedo hacer para ayudar? —ofreció el.
Ella se congeló, el cuchillo cubierto con glaseado apuntó directo al pecho de Chase.
—¿Quieres ayudarme a cocinar? —Su mirada estaba fija en el cuchillo que lo apuntaba y en la forma en como ella lo usaba para pronunciar las palabras—. ¿Por qué, Chase? ¿Por qué quieres ayudar?
Su mano suavemente detuvo el ondeante cuchillo y lo fue retirando de su mano hasta dejarlo en el mesón.
—¿Por qué no bajamos esto? —Virginia lo miro confundida y frunció el ceño. Luego Chase agarró la parte descubierta de sus brazos, sus pulgares acariciando su piel. Su sonrisa haciendo correr una digna-carrera-al-corazón—. Sería lindo estar alrededor tuyo, sin que me grites o me culpes de tratar de matar a tu madre. Si estás cocinando no tendrás tiempo de hacer ambas cosas.