La luz amarilla del porche se derramó en la madera envejecida, un brillante y resplandeciente faro en la noche llamando a Virginia a casa. Había estado lloviendo todo el día. Una de esas lluvias frías que se instalan rápido enfriando drásticamente las cosas. Truenos débiles retumbaron a lo lejos en un tono gris pesado. Charcos de agua en la acera y en el patio.
Virginia tragó saliva, la boca del estómago haciendo volteretas cuando hizo su camino hasta la puerta principal. Sus botas de lluvia haciendo un suave sonido en las escaleras de madera. Aunque había protegido su cuerpo con una bolsa de basura negra, las hebras de su mojado cabello aún se disparaban hacia fuera, dándole un aspecto como si tuviera tentáculos. Se sacudió las gotas de agua estremeciéndose y tomó la maleta quejándose.
Esto es todo.
Respira profundo. Respira profundo.
La puerta se abrió y su hermano salió. Sus labios se presionaron en una delgada línea, con una expresión sombría.
―Aquí, yo la tomaré. ―Tomó la maleta―. Entra antes de coger pulmonía. ¿Por qué no esperaste que pasara la tormenta? Hubiese traído un paraguas. ―Ubicó sus cosas en el vestíbulo.
―Estoy bien. ―Una vez en el interior donde hacía calor Virginia limpió la humedad de sus ojos con las palmas de las manos. La casa se veía exactamente igual que hace dos años. Era como si nunca se hubiera ido. Nada se había movido. Lo único diferente era el olor. Rosas. Aspiró el inconfundible aroma floral pesado en el aire―. ¿Cómo está mamá?
―Durmiendo. ―Las cejas de Brandon se levantaron con preocupación―. Probablemente será mejor si esperas para verla en la mañana. El día drenó su fuerza.
Levantó la gorra de béisbol, rascándose la cabeza y se puso la gorra al revés
―Probablemente debería advertirte... Chase está aquí.
Instintivamente, siempre preocupada de cómo lucía delante de él, Virginia llevó las manos a su pelo. Trató de suavizar el desorden húmedo y se pasó una mano por su camiseta raída. Ella recordó lo cercanos que su hermano y Chase eran antes de irse. Ahora, Brandon dijo su nombre como si fuera su persona menos favorita.
―¿Qué pasa? Pensé que tú y él eran los mejores amigos ―preguntó Virginia.
―Las cosas cambian. Lo sabrías si hubieses estado aquí. ―Brandon lanzó una mirada por encima del hombro. Su rostro se endureció, los músculos de la mandíbula se apretaron.
Chase.
Ella sabía qué se avecinaba en la puerta detrás de ella. Primero, la expresión muerta de Brandon. Segundo cómo su carne sintió una llamarada. Caliente. Su cuerpo la traicionó al despertar de un largo paréntesis de delimitaciones con las sensaciones extrañas que había olvidado que podía tener.
Se volteó y vio a Chase por primera vez en dos años. Respiró de forma temblorosa entre dientes ante la versión madura de su amigo de la infancia. Llevaba una camisa color azul marino oscuro y jeans gastados. Sus antebrazos y pecho fuertes. Siempre fue algo digno de contemplar, eso era cierto, la misma verdad aún en espera. Los veinte le caían bien.
―Hey Gin ―dijo, inclinándose con el hombro contra el marco de la puerta. Su pelo sucio pedía que pasara sus dedos por él. Tenía los brazos cruzados sobre el pecho mientras la observaba con intensidad y una sonrisa que hacía que sus piernas se sintieran tambalear debajo de ella. Sintió el color subir a sus mejillas―. Me alegra ver que hayas llegado a casa. ―Dio un paso adelante―. Aquí, déjame ayudarte a llevar tus cosas a la habitación.
Su mano se acercó.
―Está bien. Brandon me ayudará.
Chase, se detuvo a medio paso, la sonrisa escapó de su rostro. Sus ojos se cerraron. Respiró hondo y sacudió la cabeza.