¡Escuchen cantar a los ángeles!

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—Bienvenidas, niñas —dijo la señora Lee Ha Young, desde el podio en el salón de actos del colegio—. Espero que hayan pasado un buen fin de semana largo. Yo he estado en Europa, y fue maravilloso.

Las setecientas alumnas del Colegio  para Niñas, desde Infantil hasta el último curso, sumadas a las cincuenta personas que componían el personal, emitieron unas risitas discretas. Todo el mundo sabía que la señora Lee Ha Young tenía una novia en Europa. Se llamaba Vonda y conducía un tractor. La señora Lee Ha Young tenía un tatuaje en la cara interior del muslo que ponía: "Móntame, Vonda".

Que me muera ahora mismo si no es verdad.

La señora Lee Ha Young, o la señora H, como la llamaban las chicas, era la directora. Su trabajo era sacar la creme de la creme de cada curso: que sus chicas se marcharan a las mejores universidades, los mejores matrimonios, las mejores vidas que pudieran vivir. Y se le daba bien hacerlo. No tenía paciencia con las desordenadas y si pillaba algún comportamiento de desorden entre sus chicas: que faltara mucho a clase o no sacara buenas notas en la preparación para los exámenes de acceso a la universidad, se ponía en contacto con psiquiatras, consejeros y tutores y se aseguraba de que la niña recibiera toda la atención personal que necesitara para sacar buenas notas,  obtener calificaciones altas y ser recibida con los brazos abiertos en la universidad que hubiera elegido.

Además, la señora H no toleraba la mezquindad. Se suponía que en el Constance no había prejuicios ni pandillas de ningún tipo y la señora H les recordaba a las chicas constantemente que no se encasillaran, porque si lo hacían quedaban como tontas y la hacían quedar como una tonta a ella. La más ligera calumnia era castigada con un día de aislamiento y, como deber, un ensayo realmente difícil. Pero la señora H recurría a tales castigos muy poco. Vivía en la feliz ignorancia y no tenía ni idea de lo que sucedía en realidad en la escuela. Desde luego que en aquel momento no podía oír lo que se murmuraba al fondo del salón de actos, donde se sentaban las mayores.

—Creía que habías dicho que Dara volvía hoy —le susurró Jisoo a Irene.

Aquella mañana, Jennie, Irene y  Jisoo se habían reunido en su garito habitual a la vuelta del colegio para tomar café y fumarse un cigarrillo antes de entrar en clase. Llevaban dos años haciendo lo mismo y suponían que Dara se uniría a ellas. Pero las clases habían comenzado hacía diez minutos y Dara todavía no se había presentado.

Jennie no pudo evitar enfadadarse con Dara por crear una mayor expectativa todavía sobre su retorno al colegio. Sus amigas estaban inquietas, deseando ser las primeras en ver a Dara, como si ella fuera algún tipo de celebridad.

—Seguro que está tan colocada que no puede venir al colegio hoy —susurró Irene—. Te lo juro, se pasó más de una hora en el cuarto de baño en casa de Jennie. Quién sabe lo que estaría haciendo.

—He oído que se dedica a vender pastillas con una D estampada. Es completamente adicta a ellas —le dijo Jisoo a Irene.

— He oído que ha comenzado una secta de culto vudú en New Hampshire.

—Me pregunto si nos pedirá que nos unamos a ella —dijo Jisoo con una risita.

—¡Qué dices! —dijo Irene—. Por mí que baile desnuda con pollos si quiere, pero que conmigo no cuente. Ni loca.

—Oye, ¿dónde se conseguirán pollos vivos en la ciudad? —preguntó Jisoo.

—¡Qué asco! —exclamó Irene.

—Me gustaría comenzar cantando un himno. Por favor, pónganse de pie y abran sus libros en la página cuarenta y tres —dijo la señora H.

La señora Choi, la profesora de música de cabello fosco y aspecto hippy, arremetió al piano con los primeros acordes de un himno conocido y las setecientas niñas se pusieron de pie y comenzaron a cantar.

GOSSIPGIRL1:Cosas De ChicasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora