Una hora de sexo quema 360 calorías

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—¿De qué hablan? —preguntó la madre de Jennie, deslizándose hasta Taemin y apretando la mano de  Hyo Hwa.

—Sexo —respondió Hyo Hwa, dándole un húmedo beso en la oreja.

Puaj.

—¡Oh! —chilló Sun Hee Kim, tocándose la melena cardada.

La madre de Jennie llevaba el vestido a medida de cashmere color grafito con cuentas que Jennie le había ayudado a elegir en  zapatos de terciopelo sin tacón. Un año antes no habría podido ponerse aquel vestido, pero había perdido diez kilos desde que empezó a salir con Hyo Hwa. Estaba hermosa. Todos lo decían.

—Está más delgada —Jennie oyó que la señora Min le susurraba a la señora Yoo—, pero te apuesto a que se ha hecho la liposucción.

—Seguramente. Se ha dejado crecer el pelo, eso es un signo inequívoco. Esconde las cicatrices —susurró la señora Yoo.

La estancia vibraba con el sonido de los chismes sobre la madre de Jennie y Shin Hyo Hwa. Según Jennie podía oír, los amigos de su madre se sentían igual que ella, aunque no usaran exactamente palabras como inútil, gordo o insoportable.

—Huelo Oíd Spice —le susurró la señora Yoo a la señora Lee—. ¿No se habrá puesto Oíd Spice, verdad?

Aquello habría sido lo mismo que llevar el spray para el cuerpo Impulso, que, como todo el mundo sabe, es su equivalente para mujeres y es un asco.

—No estoy segura —dijo la señora Lee, devolviéndole el susurro—, pero me parece que sí. —-Agarró un rollito de bacalao con alcaparras de la bandeja de Lin, se lo metió en la boca y lo masticó con vigor, rehusándose a decir nada más. No podía soportar que Sun Hee Kim las oyera. Chismorrear y murmurar era divertido, pero a costa de los sentimientos de una de sus mejores amigas, no.

"¡Tonterías!", habría dicho Jennie si hubiera podido leer sus pensamientos. "¡Hipócrita!". Toda aquella gente era tremendamente chismosa. Y si se es chismosa, más vale disfrutarlo, ¿no?

En el otro extremo de la estancia, Hyo Hwa agarró a Sun Hee Kim y la besó en los labios frente a todo el mundo. Jennie sintió vergüenza de que se comportaran como dos adolescentes atontados que han perdido la cabeza y apartó la mirada para ver por la ventana la Quinta Avenida y el parque central. El otoño había encendido de fuego las copas de los árboles. Un solitario ciclista salió por la puerta del parque que da a la Setenta y dos y se detuvo ante el puesto ambulante de la esquina a comprar una botella de agua. Jennie no había visto al vendedor ambulante de perritos calientes hasta ahora y se preguntó si siempre se detendría allí o si sería nuevo. Era sorprendente la poca atención que uno prestaba a las cosas que veía todos los días.

De repente, Jennie sintió un hambre devoradora y se dio cuenta de lo que quería: un perrito caliente. Y lo quería en aquel preciso momento: un humeante perrito Sabrette con mostaza y ketchup, cebollas y repollo, y se lo iba a comer en tres bocados y luego a lanzarle un eructo a su madre a la cara. Si Hyo Hwa insistía en meterle la lengua por la garganta a su madre frente a todos sus amigos, ella podía comerse un jodido perrito caliente.

—Enseguida vuelvo —les dijo Jennie a Jisoo e Irene. Se dio la vuelta de golpe y se dirigió al vestíbulo. Iba a ponerse el abrigo, salir, comprar el perrito, comérselo en tres bocados, volver, eructarle a su madre en la cara, tomarse otra copa y luego acostarse con Taemin.

—¿Adonde vas? —le gritó Jisoo, pero Jennie  no se detuvo; fue directamente a la puerta. Taemin la vio aproximarse y se apartó de Hyo Hwa y la madre de Jennie justo a tiempo.

—¿Jennie? —preguntó—. ¿Qué pasa?

"Lleva tu corazón contra su piel", se recordó ella, olvidándose del perrito caliente. En el dorama de su vida, Taemin la levantaría en sus brazos y la llevaría hasta la habitación para seducirla.

Pero aquélla era la vida real, desgraciadamente.

—Tengo que hablar contigo —dijo Jennie, alargándole su copa—. ¿Me sirves otro primero?

Taemin aceptó su vaso y Jennie lo acompañó hasta el bar de tapa de mármol junto a las puertas acristaladas que daban al comedor. Taemin llenó dos vasos de whisky y luego volvió a seguir a Jennie al salón.

—Eh, ¿dónde van, chicos? —les preguntó Min yoongi con una mirada obscena al verlos pasar.

Jennie le hizo una mueca de irritación y siguió caminando, tomando un sorbo de su vaso a la vez. Taemin la siguió haciendo caso omiso de Yoongi.

Min Yoongi, el hijo mayor de Joorim y Minho

Min, era guapo, con cara de gatito sexy. De hecho, había actuado en un anuncio de British Dakkar Noir, algo de lo que sus padres se sentían avergonzados en público y orgullosos en privado.  Yoongi era el chico más salido del grupo de amigos de Taemin y Jennie. Una vez, durante una fiesta cuando estaban en noveno, Yoongi se había escondido en el armario de una de las habitaciones de invitados durante dos horas, esperando para meterse en la cama con Jisoo, que estaba tan borracha que no dejaba de vomitar en sueños. Y el pálido se metió en la cama con ella igual. Tenía una perseverancia ilimitada en lo que a mujeres se refería.

La única forma de tratar a un chico como Yoongi era reírse de él en la cara, cosa que hacían las chicas que lo conocían. En otros círculos, a Yoongi le habrían echado por ser un cerdo de primer orden, pero estas familias llevaban generaciones siendo amigas. Yoongi era un Min, así que no tenían otra que soportarlo. Hasta se habían acostumbrado a la sortija de oro con sus iniciales que llevaba en el meñique, la bufanda de cashmere azul marino con el monograma bordado que era su seña de identidad y las copias de su retrato en foto que llenaban las distintas casas de sus padres y que se caían cada vez que abría su taquilla del Colegio para Varones Riverside Prep.

—No se olviden de tomar precauciones —les gritó Yoongi, levantando la copa al ver que Jennie y Taemin se dirigían al largo pasillo alfombrado de rojo que llevaba al dormitorio de Jennie.

Jennie cogió el pomo de vidrio y lo giró, sorprendiendo a su gata ruso azul, Kitty Minky, que se hallaba hecha un ovillo sobre el cubrecama de seda rosa. Jennie hizo una pausa en el umbral y se apretó contra Taemin, agarrándolo de la mano.

En aquel momento, Taemin se sintió esperanzado. Jennie se comportaba de una forma sensual y sexy y quizá... ¿estaría a punto de pasar algo?

Jennie le apretó la mano y le hizo entrar en el dormitorio. Cayeron juntos en la cama, derramando sus bebidas sobre la alfombra de angora. A Jennie le entró la risa floja: el whisky se le había subido a la cabeza.

"Estoy a punto de acostarme con Taemin", pensó, achispada. Y ambos acabarían el colegio en junio y se marcharían a Yale en el otoño y celebrarían una boda por todo lo alto cuatro años más tarde y encontrarían un piso hermoso en Park Avenue y lo decorarían de arriba abajo en terciopelo, seda y pieles y harían el amor en cada una de las estancias de la casa de forma rotatoria.

De repente, la voz de la madre de Jennie resonó clara y fuerte en el pasillo.

—¡Sandara Park! ¡Qué agradable sorpresa!

Taemin soltó la mano de Jennie y se enderezó como un soldado al que llama un superior. Jennie se sentó de golpe en el borde de la cama, dejó su vaso en el suelo y apretó el edredón, los nudillos blancos.

Levantó la mirada hacia Taemin.

Pero Taemin ya se daba la vuelta para marcharse a largas zancadas por el pasillo para ver si era posible que aquello fuera verdad. ¿Había vuelto Sandara Park en serio?

El dorama de la vida de Jennie dio un giro inesperado y trágico. Jennie se apretó el estómago, con un nuevo ataque de hambre. Tendría que haber ido a por aquel perrito caliente.

GOSSIPGIRL1:Cosas De ChicasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora