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White ladeaba la cabeza viendo el obsequio del dia.

Un perfecto retrato de él mismo sonriendo mientras sostenía su bastón con la mano izquierda, y con la derecha el borde del sombrero.

Tenía una pose que detonaba un ego elevado (que sí tenía).

Sonrió y buscó un buen lugar en su oficina para poner aquella pintura.

La colocó a un lado de la puerta, realmente le había gustado aquel obsequio.

Leyó la nota que venía junto a este.

"Sé que no tienes ni una pintura en la que estés solo.

Una lástima, no opacan tu belleza, pero no dejan mostrarla en todo su esplendor.

Te juro que si me la devuelves, me encargaré de ponerla en tu jodida habitación u oficina mientras no miras.

Así que es imposible que te deshagas de ella, cariño.

¡Te amo!"

Soltó una suave risa, y una idea cruzó por su mente.

"¿Y si invitamos a Black Hat a la mansión?"

No era una mala idea.

Después de todo, debían convivir más y conocerse mejor, tal vez así lo odiaría menos.

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Black Hat sostenía en sus manos aquella invitación.

¿Su amado blanquito lo había invitado a su mansión?

-Flug, esto solo significa una cosa.

-¿Si, jefecito?

-Dejaremos el trabajo de lado, e iremos a la mansión de White Hat.

-¿I-iremos?

El de negro asintió, a lo que el doctor entendió a que se refería.

-Entonces, permiso.

Y salió de la oficina.

¿Me odias? Donde viven las historias. Descúbrelo ahora