Aonime. Otoño prematuro

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Aonime

Siendo sincero odio ese lugar. Se escuchaban cosas arrastrándose alrededor, dentro de los edificios a medio derruir, entre la oscuridad. Los escucho seguirme, se pueden sentir sus ojos en ti cuando caminas. Susurraban sobre lo que no pude hacer, lo que se perdió por mi culpa. Miraban mi cinturón vacío y se preguntaban entre ellos dónde estaba mi katana. ¿Donde estaba el terrible Aonime?

Cuando llegue a la gran puerta roja me arrodille. Todos habían quedado atrás. Solo yo me atrevo a acercarme tanto a Las Puertas del Infierno. Me arrodille con la cabeza baja intentando contener una sonrisa dolorosa.

Estar ahí se parecía mucho a estar muerto. Sin sonidos. Sin nadie. Solo tu y las sombras. Como en un ataúd.

Dejé la flor en el suelo y esperé. Sabía que no ocurriría nada pero espere de igual forma.

Alze la cabeza al escuchar unos pasos sobre la tierra.

-¿Mine-chin? -Mura apareció con un largo kimono morado y el pelo recogido en un moño. Se sentó a mi lado y puso su enorme bolsa de golosinas entre nosotros- ¿Qué haces aquí?

Le miré sorprendido. Hacía tanto que no hablaba con uno de Los Milagros que no le respondí.

-Pensaba que no podías crecer más. -bromee.

Murasaki se tocó el pequeño cuerno blanco que tenía en la separación de sus ojos.

-Ah -Miro hacia otro lado-. Bueno, me gusta ser grande.

Asentí en silencio y deje que se sintiera incómodo. No quería hablar con nadie. No quería estar con nadie. No quería que me preguntasen qué tal estaba porque no quería mentir.

-Tú no creces nunca - miró hacia otro lado con aburrimiento-, ninguno de vosotros. Sois pequeños y débiles. Y es aburrido.

-No todos somos ogros. -Guarde las manos en el bolsillo aún sin mirarle.

-Pero eras bueno con la catana. Eras grande con ella. -Sus ojos morados volvieron a mí- ¿A qué has venido?

Empezaba a hacer frío. Me puse las mangas del kimono blanco mientras él cogía la flor. Dio vueltas al tallo, con su habitual aire de aburrimiento, y la dejo de nuevo.

-Sabes que ella no está aquí, ¿verdad? Mamá murió, nadie puede traspasar las puertas.

-Si, lo sé. -Asentí y lo mire con el ceño fruncido. Por un momento Murasakibara se sorprendió. Cogí el tallo que seguía verde y baje de nuevo la cabeza- Sé que está muerta, solo he venido a mostrar mis respetos.

Me puse en pie con los dientes y las manos apretadas. Casi sin darme cuenta toque el cinturón hueco y note una vibración en el estómago.

-Me alegra verte. -Escupí mientras luchaba por mantener la calma.

-Ahora vivo muy cerca. -Murasaki me dio la espalda- Ven cuando quieras.- Empezó a caminar hasta que las sombras se lo tragaron- Todos estamos muy solos desde que mamá murió.

Era muy raro que Mura fuera sincero. Por lo menos no solía serlo conmigo. Desde pequeño todas las cosas le parecían aburridas. Sólo le gustaban los dulces y pasar el tiempo con Shugi. No le importaba nadie más que ella y después de la muerte de Midori cada uno marchó por su lado.

Suspire alzando la cabeza para librarme de la presión. Una parte de ella se escapó con mi aliento que ahora era blanco. Empezaba a hacer mucho frío. Mis dedos se entumecieron y respirar se estaba haciendo doloroso.

Había llegado al Cementerio de la cumbre, donde algunos de los cuerpos descansaban bajo tierra y otros respiraban el aire helado. Los cuerpos casi no olían.

Sakura No Omoide (Aonime/Kagami/Midorima)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora