Murasaki: Dulces del mar

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Cuando la encontré supe que iba a morir.

Estaba de pie en mitad del mar, con la cara pálida y el cuerpo entumecido a merced de cualquier demonio o fantasma que quisiera comerla. Era más pequeña que cualquier humano, vivo o muerto, que jamás hubiese visto. Tenía el pelo corto del color del amanecer, ondulado y sobre los hombros. Los ojos verdes, la piel pecosa y un cuerpo débil.

Como la mayoría de los humanos que llegan aquí temblaba. Le pregunté por su nombre pero parecía que no podía verme. Le di la espalda dispuesto a volver a casa, pero al final no la pude dejar ahí para morir y como no dijo nada cuando la cogí en brazos la llevé conmigo.

No suelen verse humanos en el Mar de los Muertos, porque ninguno puede caminar sobre el agua, pero ella sí. El mar sólo le mojó hasta los tobillos pese a las olas o el viento, el resto del cuerpo estaba seco.

-¡Mura-tan! -Tomomi se apoyó sobre mi espalda y casi hizo que me tragara el palo de la golosina- ¿Cuántas te has comido ya? Tienes que comer algo más que dulces.

Me giré hacia ella. Su pelo naranja había crecido casi hasta su cintura, pero siempre se lo ponía en una trenza para que no le molestase mientras entrenaba. Toda ella había crecido, pero seguía siendo muy pequeña para mi.

Las pecas de Tomomi se desplazaron con su sonrisa.

-¿Qué te parece si ésta noche hago una tarta de zanahoria para cenar?

-Zanahoria no, es muy aburrida. -Estiré los brazos mientras bostezaba- Tarta dulce.

-Le pondré azúcar.

Se sentó frente a mi para robarme mis dulces. Cuando abrió la bolsa y metió la mano me di cuenta de una enorme herida que tenía en el antebrazo. Le agarré para verla mejor.

Por un momento su cara pareció confusa, después se sonrojó.

-¡Vaya, Mura-tan, nunca pensé que fueras tú quien diera el primer paso!- Subió y bajó las cejas como cinco veces y se tumbó encima de mí mientras me miraba a los ojos. Las chuches saltaron a un lado bajo nosotros. Aparté la mirada a un lado- ¿Ya has madurado o tengo que esperar a que te hagas grande?

-Soy más grande que tú. -La aparté de mi poniendo la mano sobre su cabeza. Volví a coger su mano y le enseñé la herida- ¿No te has dado cuenta de ésto? ¿¡Cuántas veces te he dicho que tengas cuidado?! ¿Y si se te infecta?

Tomomi apartó la mano y la mirada ocultando la sangre bajo la manga de su kimono. Odiaba que le gritasen, le incomodaba y yo lo sabía. No me importaba incomodarla si eso hacía que tuviese más cuidado.

-Se me curará pronto- puso la voz de niña pequeña y respiró hondo-. No me he dado cuenta, lo juro. Pero enseguida se me irá.

Sus heridas desaparecen en pocos minutos, por eso no se preocupa al entrenar.

Suspiré y le di un caramelo.

-Vale, vale. No importa.

Poco a poco se apartó de encima de mi.

-Por cierto- sus ojos verdes repasaron un mechón de mi pelo-, ¿has oído lo que dicen? Los espíritus están desapareciendo. ¿Se puede morir un espíritu?

"No es buen momento para ser sincero" Me dije.

-¿No te parece que eso no es interesante? Habrás escuchado mal.

-Pero esa puerta- miró más allá de las montañas. Sobre la niebla aún se intuye la figura-... ¿eso es el infierno?¿ahí es dónde quieren ir los espíritus? ¿si no van ahí, a dónde van?

Me molesté. Le puse la mano en la cara y la empujé un poco hacia atrás.

-Suficiente -me puse en pie-. Te he dicho que no hables con nadie y que no entrenes con nadie que no sea yo, ¿por qué no me escuchas? ¿Esque te da igual lo que te diga? No preguntes sobre fantasmas, o demonios, ni sobre mis hermanos. No hables de Midori, ni de Shugi...

Estaba enfadado pero no con ella.

No quería perderla, es lo último importante para mi que me queda.

Tomomi bajó la cabeza, llorando.

-Por favor, no llores- intenté tocarla, pero me apartó la mano con un golpe.

Se puso en pie, más enfadada, e intentó irse.

Me dió miedo perderla. Ella era frágil, como todos los humanos, y no quería hacerme daño. No es el tipo de persona que disfruta haciendo daño. Pero no me había dado cuenta.

Desde su espalda la inmovilizé con un abrazo.

-Por favor, no te vallas- respiraba con mucha fuerza y por la boca-, lo siento, de verdad. No volveré a gritarte.

Sus manos agarraron las mías y dejó de llorar.

-Lo siento- suspiró, aún sin levantar la cabeza-, te juro que no quería hacerte daño. No volveré a preguntarte...

Le giré la cabeza. Tenía la cara roja y el kimono mal puesto. La trenza ya casi se le había deshecho. Le besé un segundo, sin soltarla, y bajé la cabeza.

Sabía a chuche y sal.

-Te lo diré. Pero no vuelvas a hacerme ninguna pregunta.

Como prometió esa noche hizo tarta de zanahoria. Estaba muy dulce.

-¿Te gusta? Es sacarina.

-¿Por qué me mientes?- Dejé el trozo casi terminado en el plato, enfadado.

-Pero te gusta...

Dentro la casa se había impregnado del olor a pan recién hecho.

-La puerta que protego es la puerta hacia el infierno- me metí otro trozo de tarta en la boca-, es una larga historia, así que no la repetiré.

>>Una vez Midori, la Diosa de la Vida y de la naturaleza, caminó hasta el portón del infierno. Entonces no había nada a aparte de esas puertas abiertas. Intentó entrar más de una vez. Los espíritus entraban y salían, y dicen que los demonios también salieron de esas puertas. Al final decidió hacer el mundo en el que estamos alrededor del infierno.

Una noche La Muerte fue a hablar con Midori. Le dijo que al crear un mundo a parte del mundo de los humanos había roto el equilibrio dentro del infierno. Midori le preguntó qué podía hacer. La muerte le dijo que ambos, Muerte y Vida, crearían un ser capaz de decir el destino de todo para unir el mundo humano y el de los Yokais. Entonces el Dios del destino, padre de Midori, se interpuso.

-Midori me dijo que él mismo buscaría un ser que jamás muriera. Un ser que fuese capaz de entender el equilibrio de todo. Algo más real que la vida y más claro que la muerte.

Tomomi no apartaba la mirada de mi.

Por supuesto no iba a contarle toda la verdad.

>>Y trajeron a seres humanos aquí. En realidad no se sabe muy bien qué es lo que pueden hacer. Los humanos les llaman Parcas, que son las que acompañan a los seres muertos al infierno. Nosotros les llamamos igual, pero pensamos que pueden cortar los lazos del destino antes de que éstos se puedan realizar.

Tomomi ladeó la cabeza.

-Osea, que pueden hacer que dos personas, por ejemplo, no se conozcan.

-O que una muera antes que la otra. -Mire hacia otro lado- Pero no lo sabemos. Nadie sobrevive a la muerte.

-¿Y qué pasó con la muerte? ¿Y con Midori? ¿Y con el Destino? ¿Para qué necesitaban humanos? No entiendo nada.

Me encogí de hombros.

-No lo sé. A mi me dijo que protegiera la puerta y eso hice.

>>Pero no había terminado con la historia. Se dice que uno de esos seres que el Destino había creado cerró de golpe las puertas. De algún modo Midori quedó atrapada dentro del infierno. No entiendo muy bien qué pasó: si la vida murió o la muerte revivió.

Sakura No Omoide (Aonime/Kagami/Midorima)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora