Capítulo 10

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Si podría haberme descrito en aquel preciso momento, sería como un manojo irremediable de nervios. Tenía las manos sudorosas, apoyadas en el borde del vestido azul con puntitos blancos que mi papá me había regalado unos meses antes de mudarme con el abuelo Ateara.

¿La causa de mis nervios? Simple.

Tenía nombre y apellido. Paul Lahote.

Estaba sufriendo una crisis existencial mientras esperaba que él pasase buscándome. No tenía idea de lo que ocurriría, o de a dónde iríamos, o qué demonios se debía hacer en una cita.

Para mi mala suerte, el único consejo que me dijo la sonriente de Emily fue «sólo se tú misma, Bi». Grandes consejos de Emily Young, especialista en el amor.

—Nena, te veo nerviosa —di un respingo, casi soltando un grito de pavor al escuchar la voz de mi abuelo. Él soltó una suave risa mientras tomaba asiento frente a mí, en el sillón amarillo mostaza—. ¿Todo bien?

Me mordí el interior de la mejilla, frunciendo el ceño con fuerza.

—Oh, ya sé lo que te ocurre —aseguró él, arrastró sus lentes desde la punta de su nariz hacia atrás, mirándome tras esos enorme lentes de pasta—. Vas a salir con un muchacho.

Khé.

— ¿Cómo lo supiste? —Pregunté sorprendida. Las únicas personas que conocían mis planes para hoy eran Mandy, Emily y Sam. Al menos que mi abuelo tuviese poderes mágicos y pudiese leer mis pensamientos, no había una explicación lógica para que conociera lo que iba a hacer.

— ¿Olvidas que también fui un adolescente?

Uh, entonces sí existía una explicación lógica.

—Sí, sí, en los años 1.600 —quise picarle un poco para bajarle un poco a la tensión que sentía acumulada en mis hombros.

—No te molestes en reírte de mi edad, suficiente he tenido con Quil todos estos años —se quejó el abuelo Ateara, logrando que soltase una risilla de burla—. Pero, nena, puedo darte un consejo para quitarte ese sentimiento de estrés que, claramente, tienes.

—Ilumíname, maestro Oogway.

Él arqueó las cejas, sin entender la referencia que había utilizado.

Bueno, tampoco esperaba que la entendiese. Sólo las personas tan aburridas y raras como yo, nos aprendíamos los diálogos de las películas de caricaturas. O de las películas, en general.

—Te diré lo mismo que le dije a Georgina en su oportunidad —había un deje de nostalgia en su voz, lo cual me hizo sentir una pequeña conexión con mi mamá—. Sé tú misma.

Khé x2.

¿Acaso todo el mundo me repetiría exactamente las mismas palabras? ¿Se habían acabado los consejos en la tienda de consejos?

Me llevé ambas manos al rostro, tapándomelo con ellas. Escuché al abuelo Ateara reírse.

—Imagino que ya te habían dado el mismo consejo —observó con diversión en su tono de voz—. Pero yo te daré un bonus extra, nena.

Interesada, alejé las manos de mi cara, poniendo mis ojos en su figura. Él esbozaba una suave sonrisa.

—Al ser tú misma, no te verás obligada a cumplir ningún estereotipo —aseguró—. Serás capaz de conquistar el corazón de ese muchacho hasta el punto en el que él ya no pueda dejar de pensar en ti. Y, si no me crees, puedes escribirle a tu padre y preguntarle a él mismo. Georgina lo atrapó entre sus garras —hizo una pausa, divertido—, bueno, manos.

Out of the WoodsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora