Capítulo 2

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La explicación del ejercicio de matemática se había hecho mucho más larga de lo que esperaba. Aún no comprendía por qué los profesores se complicaban tanto en explicar un tema tan sencillo como era los conjuntos numéricos. La matemática era fácil si entendías los fundamentos de ella, pero se hacía una tortura cuando intentaban enseñarla por la fuerza.

— ¿Tienen alguna pregunta? —Cuestionó la profesora, frunciendo el ceño y paseando la mirada entre las personas que estábamos en el salón—. Bueno, nos vemos la próxima clase. Recuerden estudiar el tema de funciones.

La profesora recogió sus cosas, nos dirigió una última mirada y abandonó el salón de clases. Mandy, que se encontraba sentada a mi lado, lanzó un quejido y apoyó su frente en la mesa del pupitre.

— ¿Estás bien? Te noto cansada —murmuré, acomodándome en la silla—. ¿No te fue en tu día de pesca?

—En verdad, me fue genial —dijo ella, amarrando su larga cabellera rubia en una coleta alta—. La cosa es que llegamos muy tarde a la casa. Casi no pude dormir. Estoy agotada.

—Oh, cierto que vives en Port Ángeles —musité, largando un suspiro—. Algún deberías llevarme para conocer el lugar. Recuerda que soy nueva en todo lo que respecta la palabra <<salir>>.

Ambas reímos levemente mientras escuchábamos el timbre de fin de clases. Al fin podríamos ir a nuestros respectivos. Nos levantamos de los asientos, tomamos nuestras mochilas y comenzamos a andar hacia el estacionamiento, donde nos encontraríamos con Quil y los demás chicos.

En el camino, Amanda me contó cómo eran sus días de pesca. Su madre, Susana, preparaba grandes cantidades de emparedados con todos los rellenos posibles, desde mermelada hasta atún. Lo guardaban en dos mochilas, al igual que los jugos naturales y en otra maleta guardaban las cañas de pescar, los anzuelos y la cava llena de hielo. Su padre, el profesor Halley, buscaba su antigua radio, sus discos preferidos y arreglaba todo en el carro. Después iban a un lago que se encontraba entre la frontera de Forks y otro pueblo que ella no recordaba su nombre. Pasaban horas y horas intentando atrapar peces mientras comían, hablaban y compartían como familia.

Escuché todas sus experiencias con verdadero entusiasmo. Algún la convencería para que me llevara con ella. Necesitaba vivir eso con mis propios sentidos, con mi propia experiencia.

— ¿Y cómo te fue a ti, Bi? —Me preguntó mientras tomaba mis cosas del casillero—. ¿Cómo estuvo esa expedición por el bosque? ¿Entretenida?

Al mencionar el bosque, la imagen de Paul se recreó en mi cabeza. Sentí cómo mis mejillas se calentaban, suponiendo que estaban tan rojas como dos grandes manzanas.

Cuando regresé a casa, el abuelo Ateara me sonrió y me dijo que creía que iba a durar más tiempo en el bosque. Lo que él desconocía era que para mí, haber compartido ese momento con aquel chico tan guapo, había sido como pasar mil horas en aquel maravilloso bosque.

Quizá sonaba extraño, pero me sentía bien estando al lado de Paul. Aunque lo hubiese conocido de una manera tan inusual, sentía que todo había hecho que ambos nos encontráramos así.

—Oh, Dios —dijo Mandy, alzando ambas cejas rubias, con diversión—. ¡Ha sucedido algo! ¿No es así?

Volví a sentir que mi cara se sonrojaba furiosamente. Rayos. Cuerpo, por favor, colabora un poco.

—Digamos que sí —dije, intentando evadir el tema de conversación. Esto jamás me había pasado. Nunca me había gustado un chico...

Espera un segundo.

¿Acabo de decir que Paul me gusta?

Oh, Dios.

—Necesito que me cuentes todo con lujo de detalles, Bi —exclamó Mandy, sonriendo perversamente mientras acomodaba sus enorme gafas de pasta marrón—. Y no trates de negar nada...

Out of the WoodsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora