I

1.7K 26 0
                                    

Cap.1

Abraham se despertó por la noche sintiendo un intenso dolor.

Sus testículos estaban perlados de una extraña humedad; las sábanas, empapadas.

Se sacudió dando manotazos y arrancó todo lo que tenía encima; se cayó por el

costado de la cama y se arrastró hasta el baño. En la oscuridad, palpó la pared durante

tanto tiempo que el horror se hizo cada vez más grande en la corteza acalambrada de

su cerebro, su mente era una licuadora de cosas malas.

La luz de la bombita parpadeó. El dolor lo obligó a arquear su cuerpo.

Deslizó una mano dentro de su pijama y sintió algo caliente y suave en la piel ahí,

de donde el dolor venía.

Se llevó los dedos ante la cara y vio que estaban mojados de sangre.

Gimió y, con la mente desorbitada, colocó las manos alrededor de la cintura,

bajándose lentamente el pijama, para ver qué cosa había ahí, donde nadie tenía

derecho...

Cap.2

Yo, Abraham, tomando nota de cuanta boludez acontezca en un intento vano por ser

escritor:

Me desperté esta mañana con un dolor de cabeza tal, que pensé que el cráneo se

me iba a partir en pedazos. En pedacitos.

Ha estado molestándome desde el primer día que llegué como enfermero suplente,

pero hoy (cuarto día) se ha vuelto poco menos que insoportable.

Cualquiera diría que una de las ventajas de trabajar en un hospital es que se tienen

al alcance todos los medicamentos habidos, entre ellos los que me servirían para

aliviar mi cefalea, sin embargo, nada es tan fácil como parece: soy un enfermero

suplente y creo que el puesto más bajo después del mío vendría a ser el del tipo que

limpia la mierda.

Si a eso le sumamos que soy nuevo, y que es mi primer empleo desde que puedo

recordar (literalmente), entonces todo se resume a que no quiero ser percibido como

una molestia.

O más bien «no quise»... Cuando despegué la cabeza de mi almohada, imaginé

mi cráneo con varias grietas, abriéndose con el sonido torpe que hace una muela al

despegarse de la encía cuando un dentista la saca con un alicate... Y esa fue la gota

que rebasó el vaso. Apelaré a la compasión del médico de guardia.

Mientras me coloco mi bata de enfermero frente al espejo del baño, reflexiono

que el clima aquí, en el orto de la nada misma, es muy diferente al que me teníaacostumbrado Bahía Blanca. De hecho: todo es diferente. No puedo asomarme por la

ventana sin sentirme atrapado en una inmensa cúpula de neblina que abarca el

esponjoso campo arbolado.

La temperatura es gélida, la humedad bastante alta, pero la atmósfera y el estado

de ánimo apacibles.

Como sea, es lógico que no se pueda esperar otra cosa de un hospital

convencional, y sin embargo, el San Niño no lo es.

En fin, como siempre he querido ser escritor, voy a intentar poner a prueba mis

habilidades haciendo el ejercicio de describir cómo es este lugar (quién sabe si en un

futuro me inspira a escribir ese proyecto que no sé qué cuerno es, pero que tanto

anhelo).

«Al lado del edificio principal, conectados por un puente en el último piso y una

plaza bajo el primero, se halla la segunda edificación, que es igual de larga, con el

mismo aspecto colonial, su tejado verde, su sinfín de ventanas adornando la fachada y

sus chimeneas. Una construcción idéntica, sí, pero edificada con otro propósito: es un

manicomio.

Claro que por acá prefieren llamarlo "casa de reposo" o "retiro", pero

evidentemente no son más que efímeras sutilezas en pos de resguardar un pudor

obtuso, porque a los locos (supongo) las palabras o los tecnicismos les recontra

chupan un huevo.

La primera noche esperé escuchar un concierto de gritos, aullidos y reclamos...

Todo lo que cabe esperar de un manicomio, pero confieso que solo estaba

influenciado mentalmente por un mediocre catálogo de películas de horror y cultura

pop: el lugar es muy tranquilo, bastante más que aquí en el hospital (que ya es decir).

Visto desde el jardín de afuera, pareciera que las habitaciones tras las ventanas del

manicomio estuvieran, incluso, vacías.

Revisando mi rostro frente al espejo, leo la vieja calcomanía envejecida y rota que

dice "CUERPO SANO, VIDA FELIZ", vaya ironía pegar esa cosa en un lugar donde

ni siquiera sirven desayuno para nosotros.

Pero una vez más me encuentro siendo un forro... porque al fin y al cabo este es

el mejor empleo que un chico como yo, en mis condiciones, podría llegar a tener».

Valle de la Calma |Dross| #Wattys2019Donde viven las historias. Descúbrelo ahora