IV

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Capítulo 1
Estaba demasiado turbado para hablar, meditar o incluso caminar derecho.

No sabía cuánto tiempo había transcurrido desde que había soltado el auricular y

lo había dejado colgando cerca del suelo. Mucho menos se animó a llamar de vuelta;

estaba demasiado aterrado para ello.

Arrojó el resto de las monedas en su holgado bolsillo y lo único que hizo, aparte

de correr repentinamente, fue restregarse los ojos con el dorso de las manos.

No estaba pensando en nada, trataba de no hacerlo, y tal vez por ello, aun varias

horas más tarde, no advirtió que el doctor Murillo lo llamó por tercera vez.

-¿Abraham? ¿Qué pasa?

Le colocó una mano en el hombro y se acercó para verlo a los ojos lo

suficientemente cerca como para incomodarlo. Por un momento un miedo frío usurpó

el terreno del otro: se le ocurrió que el tipo intentaba ver si había consumido drogas.

¿Cuántos años tendría Murillo? ¿Treinta y cinco, a lo sumo? Solo once años

mayor que él.

Y a pesar de todo, el contacto de su mano lo hizo sentir mejor, le hacía tener los

pies ahí, en la tierra, y no allá, en los pasillos de su imaginación. Que los males

monstruosos podían verse contenidos por la presencia de alguien más. Posiblemente

Murillo pudiera ser, en el futuro, lo que debió haber sido Siffredo.

«Dios, qué desesperado estoy».

-Lo siento.

Se restregó los ojos de nuevo.

-¿Seguro?

-Seguro, no se preocupe.

Murillo observó su carpeta, y anotó algo con un bolígrafo. Eso no le gustó a

Abraham.

-Necesito un favor.

-¿Sí?

Le señaló una puerta doble al final del corredor que estaba abierta de par en par.

Adentro estaba tan oscuro que nadie vería más allá de su nariz.

-Ese es el laboratorio de radiología, y no hay luz.

-¿El foco se fundió?

-No. Es un lugar grande, ¿sabés? Y entre el techo y las lámparas hay distribuidas

no menos de doce bombitas.

-No pudieron fundirse todas...

-Exacto -lo congratuló el doctor, con una sonrisa producto de saber que

conversaba con un chico listo.

Abraham pestañeó y se aclaró la garganta, frotando sus manos.

-Todo esto quiere decir que la placa de ahorro eléctrico se desconfiguró. Aquí

entre nos, te confieso que yo me cansé de decirle a Borguild que instalarla era una

estupidez, pero no quiso escucharme, y supongo que el tiempo me dio la razón.

Murillo se rascó una ceja.

-Su intención era buena -repuso- porque permite que todas las luces del

hospital relacionadas con los espacios no esenciales se enciendan a las nueve en

verano y a las seis en invierno, pero presumo que el sistema sirve mejor para una

cárcel que para un hospital, y menos uno de este tamaño. Fue mal programado y no

ha hecho otra cosa que darnos problemas; este es uno de ellos. Necesito que busques

el panel de electricidad, lo abras y actives el interruptor de luz del laboratorio.

Giró una hoja de la carpeta.

-Te digo que no es tan difícil, aunque quizá sea un insulto a tu inteligencia, pero

tenés que entenderme, porque no sé nada de electricidad, así que no es mi intención.

¿Sabés? Cualquiera cree que un título de medicina te da conocimientos para todo.

Bajó la mirada para leer:

-Debés subir la palanquita que tiene escrito H2 encima. ¿Sí?

-¿Dónde se halla el generador?

-Tendrás que tomar el ascensor de carga.

Murillo sacó el bolígrafo de su bolsillo para hacer otra anotación, y agregó:

-Está en la morgue.

Valle de la Calma |Dross| #Wattys2019Donde viven las historias. Descúbrelo ahora