6: Nieve de terror

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-Hola -dije entrando en la sala. Al no haber casos, no tenía trabajo y me quedaba en casa-. Esto está mejor ordenado. ¿Y Watson?

-Se fue a visitar a unos amigos en Francia.

-Está nevando.

-¿Y?

-Me gusta la nieve. No salgas de casa.

-¿Se puede saber por qué?

-Porque... Ah, ahí están. ¡Hasta luego!

Bajé con cuidado tras ponerme el abrigo, el gorro, los guantes y la bufanda. Había bastante nieve en el suelo, e hice un camino para ir a la casa. Luego me escondí en un montón de nieve y esperé. Llegaron Leo y Eriond. Tocaron el timbre e hicieron dos bolas de nieve. Cuando Sherlock bajó, se las lanzaron a la cara. Yo les lancé nieve desde atrás y mientras venían fui hacia Sherlock cubriendo las huellas.

-Lo siento -me reí.

-No lo parece. No tuvo gracia.

-Oh, no seas aburrido y únete.

Él se agachó y me lanzó una bola de nieve. Yo le empujé justo antes de que pasaran a su lado tres bolas de nieve.

-Ven, ponte a mi lado y ve reuniendo bolas de nieve.

Me puse a hacer un iglú con la montaña de nieve y nos escondimos dentro. Luego hice una ventana a un lado y comencé a dispararles bolas de nieve, pero se escondieron.

-Sigue haciendo bolas de nieve y luego las lanzas. Yo voy a quitarles la montaña.

Me deslicé a un lado y me arrastré por la nieve. Cuando estuve cerca de la montaña esperé a que Sherlock comenzara a lanzar bolas de nieve para meterme en la montaña y hacerme hueco. Hice una reserva de bolas de nieve y abrí un agujero para ver. Vi ante mí a Leo de espaldas y le metí una bola de nieve por el abrigo. Luego salí corriendo hasta donde estaba Sherlock. Cuando sonó el grito de Leo, comenzamos a reírnos.

-Buen trabajo, Sherlock.

-Por supuesto. Yo siempre hago un buen trabajo.

Menuda modestia...

-Habéis ganado. Joo, con la ilu que me hacía -dijo Eriond poniendo morritos.

-Buena jugada. A ti la estrategia, a mí la acción. Pero nos superaste bien con tu idea.

-Gracias -le di un abrazo y sentí algo frío deslizándose por mi espalda-. ¡Oye!

-Te debía uno. Jajaja tonta.

Ignoré el frío de la espalda y me concentré en la alegría del momento y el cariño que sentía hacia mi hermano. Me concentré de tal manera en ambos sentimientos, que mi cuerpo se calentó de manera notable, derritiendo más rápido el hielo.

-Despides calor -murmuró Sherlock.

-Algunos sentimientos, como alegría, amor, orgullo e ira calientan nuestro cuerpo. Otros, como la depresión y la tristeza nos lo enfrían. Así que mezclando todos los que nos hacen aumentar la temperatura corporal se puede lograr este resultado. En realidad sólo usé los dos primeros, que calientan más.

-Ah. Bueno, voy a tomarme un chocolate. ¿Vienen?

-Claro. Sherlock también viene -lo agarré del brazo.

Ya en casa de Eriond, Leo me miró y me apartó.

-Tenemos que hablar.

-Habla.

Miró a Sherlock, que no parecía dispuesto a irse.

-En privado.

-No. Pueden decirlo delante de mí -dijo Sherlock.

-Esto no puede continuar. Los secretos... son peligrosos, Dalia.

-No guardo secretos para ti.

-Basta, Diana. Deja de encubrirlo.

-No lo encubro.

-Y yo soy ciego, sordo y tonto.

-El chocolate -dijo Eriond.

Nos tomamos los chocolates.

-Leo, yo... lo siento. No puedo decir nada. Sólo te diré que el que se fue sin ser echado, volvió sin ser llamado, para llevarse al ser amado y destruir lo que fue creado.

Leo me miró y me tomó de la mano.

-Esta vez estoy contigo. Desde siempre...

-...y para siempre.

Noté que Sherlock había querido enterarse de lo que íbamos a decir, y no había entendido demasiado.

En ese momento se oyó una risa:

-Ya lo veremos... Has sellado tu destino, Drina.

Sherlock Holmes y el misterio del amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora