7: Adiós en rojo

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-No... Otra vez no... -susurré mientras daba vueltas en la sala de estar del 221B de Baker Street. Holmes llevaba ya un rato intentando saber qué me ocurría.

-Dalia, cálmate. No seas loca.

-No lo soy... -sentí un dolor en la espalda y todo se volvió negro.

[Narra Sherlock]

Dalia se desplomó y vi cómo Leo la cogía y la llevaba al sofá. Le dio la vuelta y vi una espina en su espalda. La saqué y vi que Eriond la llevaba a analizar. Al instante vi dos docenas de rosas rojas en la ventana. Llevaban una tarjeta:

-Estas rosas simbolizan el tiempo que te resta, acepta el trato o cae a la negrura de la muerte. Siempre tuyo, P. -leí en voz alta.

-P... Peter -dijo Dalia.

-¿Lo conoces? -pregunté. Iba a pillar a ese tipo.

-Sí... pero no te esfuerces, es infalible.

-Nadie es infalible. No se me va a escapar.

[Narra Leo]

-Creo que sé cómo neutralizar el efecto del veneno. Pero necesito tiempo, y tardaría tres días.

-¡No tenemos tres días!

-Peter debe tener un antídoto, pero sólo sabemos su nombre. Y usará uno falso.

-No hay huellas ni en la ventana, ni abajo, ni nada.

-No te esfuerces. Espera... ¿Me das la nota y un té?

-Sólo tú piensas en beber té ahora -dije con una sonrisa.

-Obvio.

Cogió la taza y puso el papel encima. En letras brillantes apareció escrito:

'Esta cosa toda otra cosa devora,

lo que tiene vida, la fauna, la flora;

destruye reyes y cualquier ciudad,

roe el hierro, la piedra más dura;

y de los montes llanuras hará.'

-Tiempo. Relojes. ¿Algo más?

-Hay una palabra. Fortuna.

-Capítulo V, adivinanzas en la oscuridad.

-Al oeste, calle 5 -dijo Sherlock.

Fuimos allí y miramos los relojes.

-¡Aquí! Otra adivinanza. Es usted más que un simple bufón, Darke -leí.

-Poemas. Poeta... Espera, Poeta era un conejo cuya ama se apellidaba Darke. A la tienda de animales.

-Por aquí -indicó Sherlock.

Al llegar a la tienda de animales, vimos una notita en una jaula:

Fin del juego. Os tengo en la palma de mi mano.

-¿Qué? -Dalia cerró los ojos y unas figuras se nos acercaron. Negó con la cabeza.

Los hombres nos metieron en un furgón y luego nos encerraron en una jaula. Cuando nos bajaron vi a un hombre. Su pelo era negro, y sus ojos también.

[Dalia's POV]

-Peter -dije.

-Drina -respondió.

-Suéltalos -señalé a los chicos enjaulados.

-No creo que lo haga. Y si te rebelas, los mato.

-¿Por qué haces esto?

-Por ti, pequeña Drina, por ti. Y ahora...

-¿Qué vas a hacerle? -preguntó Sherlock.

-Simplemente... la convertiré en mi ayudante.

-Piensa apoderarse de su cerebro -susurró Leo-. Y de su cuerpo.

Peter me empujó contra la pared y se rió. Me quitó bruscamente las ropas y lanzó al suelo a mi serpiente.

-¿Este es tu plan? ¿Dos hombres, una serpiente enana y una mujer contra mí?

-M-Maldito...

-Dejémonos de juegos. Dejémonos de papeles. Basta de fingir, Asuna.

-Como quieras, Umbra.

-¿Umbra? Me suena ese nombre...

Veo a Umbra y siento que no puedo respirar. Probablemente mañana ya no querré huir. Probablemente él me hará creer que soy feliz.

Y prefiero morir, porque vivir atrapada es mucho peor.

Y siento que es mi último día. Y que el dolor que oprime mi pecho no es por lo que me van a hacer, sino por lo que pude haber hecho pero no hice.

Y por primera vez desde que tenía diez años, dejo que el dolor inunde mi cuerpo, y no hago ningún esfuerzo por retener las lágrimas. Dejo que mi cuerpo fluya, y olvido quién soy. Olvido lo que he hecho.

Y una lágrima se desliza por mi mejilla, seguida de otra. Liberándome del dolor, de la culpa. Y decido que no me queda esperanza, pero ellos deben vivir.

Así que hago lo que nunca quise hacer, me alejo de Umbra y me acerco a Leo. Y él comprende.

Me lanzo sobre Umbra, aún con las lágrimas calientes corriendo por mi cara, y simplemente le golpeo con las fuerzas que me quedan.

En el 221B de Baker Street, una única rosa roja deja caer el penúltimo pétalo.

Y Leo me ve caer. Y deja de pensar. Rompe los barrotes de hierro y se lanza sobre Umbra, lo golpea con los puños. Una niebla baila ante mis ojos, y cierro los ojos para no volverlos a abrir. Siento un pequeño mordisco en la mano, y mi última visión es Zith en mi mano abierta, con sus colmillos clavados en mi mano.

Sherlock Holmes y el misterio del amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora