Capítulo 1: Mi enemigo

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— ¡Eres un idiota! — las palabras salieron de la boca de la pelinegra en forma de un sonoro grito.

La única respuesta del chico de cabellos de zanahoria era reír a carcajadas, la cara de su compañera llena de harina combinada con la coloración rojiza que adquirían sus mejillas  al molestarse le parecían un chiste de primera a su compañero.

—Luces ridículas enana. — El chico continuo burlándose.

—Vete a la mierda Kurosaki. — entreabrió sus ojos cuidando que no entrara harina en ellos. Se levantó del asiento y se dirigió a la puerta, sin permiso del maestro salió  del aula de cocina. Sacudía la falda gris de los restos de harina que el idiota de Kurosaki había arrojado directo a su cara. Llegó al tocador de chicas y frente al espejo quitó todo rastro del polvo blanco esparcido sobre sí.

—Te odio Kurosaki. — susurro para sí misma mientras sacudía el polvo blanco de sus negros cabellos.

Así eran todos los días de su vida, teniendo  que soportar todas y cada una de las bromas del idiota de Kurosaki, veinticuatro horas del día, siete días a la semana. ¿Por qué? Porque sus padres la habían encerrado en esta estúpida cárcel  dónde los padres arrojan a sus hijos desde los doce años y los recogían hasta que terminar la universidad; en cuanto a ella apenas con diecisiete años le restaban por lo menos otros cinco más ahí encerada, cinco años más soportando a las infantiles bromas de Kurosaki.

El timbre sonó,  hora de la siguiente clase. Se miró al espejo nuevamente para asegurarse de que no quedaran rastros de harina en su rostro. Caminó segura pero cautelosa, no era que fuera  la típica  chica de la cual todos se burlaban y agredían, con el explosivo carácter que tenía eran pocos los que se atrevían a cruzarse en su camino; claro  que existían algunos aventureros como Kurosaki y su séquito  que se encargaban  de hacerle la vida lo más incómoda posible.

Y justo ahí estaban, sus idiotas favoritos, los tres idiotas que hacían de su vida  casi un infierno, dos de ellos a su izquierda  y Kurosaki a la derecha recargados en la pared del pasillo.

Los ignoró e intento pasar de ellos siguiendo su camino en dirección al salón en donde tomaría la siguiente clase, salón que se encontraba a tan sólo un par de metros más adelante con la puerta ya cerrada, lo que indicaba que el maestro ya estaba dentro.

—Guapa. — la voz de Kurosaki aprecio a su derecha, seguida de la risa de sus amigos a su izquierda.

Pasó de ellos, ni la mirada les dirigió.

—Te he hablado ¿acaso eres sorda? — le tomó por la a muñeca.

—Y yo te he ignorado o ¿acaso eres estúpido? — tiró de su brazo para librarse, cosa que no logró.

—Uy chica ruda — sonrió de lado el joven —, venga Rukia — por alguna extraña razón él le llamaba por su nombre a pesar de que ella nunca se lo había pedido —, deja de ocultar tus sentimientos por mí. — el par de idiotas a sus espaldas rió.

—No lo hago, siempre  he expresado el asco que me provoca sólo verte. — de alguna manera siempre tenía buenas frases para defenderse.

—Eso dicen tus palabras — tomó prisionera su otra muñeca con su mano libre —, pero tu mirada no pude ocultar que te mueres por un beso. — tiro de los dos brazos de la chica en dirección hacia el mismo haciendo que las distancia entre ambos comenzará a reducirse.

Con toda su fuerza la chica tiró de sus propios brazos liberándose al fin.

—No gracias, no beso basura. — Y dicho eso siguió su camino.

— ¿La detenemos Ichigo? — el pequeño joven de baja estatura propuso.

—Déjala ir, Toshiro. — el chico de cabellos azules situado a un lado de el habló.

Dear, I hate youDonde viven las historias. Descúbrelo ahora