III. Solfeo

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"El silencio también habla. Puedes escucharlo, está ahí, tiene presencia y una opinión. Sabe cómo conceder y también cómo renegar. No necesita explicarse, pues él puede hablar, aún sin decir nada."



—¿Chris?

El gracioso tintineo le recibió cuando empujó la puerta de madera e ingresó al caluroso recinto. Una ola de suaves aromas le acarició el rostro, transportándolo de manera inconsciente a un lugar más amistoso, al recuerdo de un chocolate caliente junto al fuego, a la sensación de un abrazo sentido en días de nieve. Sin pensarlo, sonrió; el ambiente dentro del local número 270 sobre la avenida Grand River se sentía como en casa. 

Víctor se retiró el abrigo y saludó con cordialidad a los comensales que abandonaban el negocio antes de avanzar hacia la pequeña barra de servicio. De nueva cuenta volvió a llamar el nombre de su amigo, esta vez con menos discreción, hasta que por fin el aludido apareció en la puerta de que daba a la cocina.

—¡Víctor! —exclamó secándose las manos con un paño mientras se acercaba—. Me alegra que no te hayas perdido —añadió con una sonrisa impregnada de picardía.

—Sí, debería alegrarte —respondió Víctor a modo de burla, siguiendo el juego. Christophe soltó una carcajada y rodeó la barra de pedidos. 

Estaba vestido de pies a cabeza con su uniforme de servicio, una pulcra camisa blanca de manga larga con decorado negro en los puños, pantalones oscuros, un delantal de prima negro ajustado con un nudo sencillo al frente y zapatos impecables color carbón. Sin embargo, algo en su persona destacaba por ser diferente al resto de los meseros: no llevaba corbatín y los dos primeros botones de su camisa habían decidido divorciarse esa tarde, revelando más piel de la que se esperaría ver en un encargado de la atención al cliente. 

—Claro, claro —dijo él, negando con la cabeza—. Después hablaremos de cómo te vas a cobrar el favor.

—Son 15% de intereses por cada media hora que pase. —Víctor se sujetó la barbilla con su mano izquierda, imitando el gesto de alguien que se encuentra muy concentrado en las cuentas mentales—. Más la propina. La propina es importante.

Chris volvió a reír y Víctor le acompañó esta vez. La singularidad de su amistad era algo poco sorprendente. Ambos eran extranjeros, un ruso y un suizo decididos a concretar una empresa que se habían planteado en un tiempo no muy lejano; el vínculo que los había instado a atraerse había desembocado en una alocada relación de hermandad no consanguínea que ambos agradecían. Víctor le siguió de cerca cuando su amigo marcó el rumbo hacia la cocina, presentándole ante los tres cocineros que cuidaban los bizcochos y galletas en los hornos de pan, aunque olvidó aquellos nombres en cuanto le fueron pronunciados. Pese a ello, dirigió saludos corteses mientras sentía a su estómago dar un vuelco de gusto. El olor dentro de aquel espacio era asombrosamente delicioso.

—Aquí, toma —dijo Chris, entregándole su delantal bien doblado en las manos—. Eres la única persona a la que le pediría este favor. Trata de no acaparar toda la clientela, por tu propio bien —Le guiñó un ojo, demostrando así lo aliviado que estaba de poder ser cubierto en su trabajo esporádico sin afectar su permanencia en este.

—¿En dónde quedaría la diversión, entonces? —sonrió Víctor.

El reloj marcaba justo las seis de la tarde, momento en el cuál Chris haría un receso para cambiarse antes de que Víctor lo cubriese durante las dos horas restantes. Aunque la idea de ayudar a su amigo de esa manera mientras este conseguía arreglar un par de asuntos era bastante inusual en alguien como él, la perspectiva no supuso ningún problema, pues con diligencia comenzó a recibir a los comensales  y se desenvolvió con la soltura de un bailarín entre las mesas paralelas, casi girando entre ellas, llevando la pequeña libreta con el bolígrafo en la mano, sonriendo y atendiendo con rapidez conforme las personas atravesaban el umbral, liberando las mesas y dejándolas listas para sus nuevos ocupantes. En pocos minutos, Víctor se adueñó de las miradas de aquellos quienes no estaban acostumbrados a ver a un joven tan apuesto y jovial dentro del ejercicio de la cafetería, alimentando de esa manera su ego y autoestima.

La voz del silencioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora