I. Nota musical

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"La vida es un óleo que se pinta con las manos desnudas. De manchas gruesas se cuenta la historia, escondida en las líneas, escondida en las sombras".




Eran las seis y media de la tarde cuando las puertas del pequeño local ubicado al final de la calle Grand River se abrieron con el leve tintineo de una campanilla. La calidez del lugar recibió al visitante con afecto mientras lo invitaba a pasar y a dejar fuera el frío viento vespertino que perseguía incesante a las oscuras nubes de tormenta.

Yuuri Katsuki dejó su sombrilla en el lugar correspondiente cerca de la entrada y sacudió sus pies contra la alfombra antes de adentrarse al establecimiento. Avanzó con renovadas fuerzas hacia una de las mesas vacías al fondo del pasillo mientras aflojaba el nudo de su bufanda y ajustaba sus empañados lentes. Al tomar asiento, su cuerpo descansó y un suspiro escapó de sus labios; qué no daría por tener un vaporoso cappuccino vainilla en sus manos para calentar su alma; sin embargo, para ello debía esperar un poco más.

Los minutos transcurrían al tiempo que la cafetería "La Dolce Vita" comenzaba a llenarse de comensales. Yuuri contempló en silencio la hora en su móvil y la ausencia de mensajes le extrañó; con el fin de distraerse, revisó su pequeña maleta de cuero en busca de algo que le ayudase a sobrellevar la espera.

Extrajo con facilidad uno de los tantos ejemplares de bolsillo de su novela favorita que nunca faltaban entre sus pertenencias y retiró el separador de papel, colocando el dedo en la página en la que se había quedado. No sabía cuántas veces había leído ya ese libro, pero le parecía que cada vez que volvía a sumergirse en aquellas palabras redescubría en ellas un nuevo significado.

El mesero de rubio cabello se le acercó con una coqueta sonrisa de reconocimiento, colocando la azucarera sobre la mesilla para captar su atención, y le hizo una seña bastante familiar, indicándole si deseaba ordenar lo de siempre. Yuuri observó la luz del móvil encenderse ante un nuevo mensaje entrante y asintió con calidez. Pronto tuvo una humeante taza de café que desprendía un cautivante olor a vainilla frente a él, y aunque trató de contenerse de darle un sorbo, no pudo resistirse, soltando un ronroneo cuando la espuma tocó sus labios. En definitiva, ese café era uno de los placeres de su vida que no cambiaría por nada.

Mientras aguardaba a que su acompañante arribara, y cuando no tenía los ojos puestos sobre las hojas y las letras, Yuuri se dedicó a examinar a todo aquel que ingresaba al lugar y se acercaba a la barra a pedir algo del menú. Eran personas de toda estirpe; blancos, morenos, de piel bronceada, europeos, asiáticos y americanos, personas elegantes y personas un poco menos formales. A Yuuri le gustaba imaginar sus voces en su cabeza, desde la distancia, creando diálogos e historias que difícilmente alcanzarían la realidad a no ser que fueran plasmadas por él mismo. Ese era uno de sus pasatiempos favoritos; las voces eran como un zumbido en su cabeza que ahogaba el silencio que muchas veces sentía escurriéndose entre sus pensamientos, asfixiándole.

Cerca de la barra, el mesero que le había traído el café comenzaba a acomodar un espacio al centro del establecimiento, preparándose para ofrecer a los comensales música en vivo. Yuuri había visto su espectáculo muchas veces con anterioridad, y es por ello que no le sorprendió en absoluto cuando aquel hombre, al percatarse de la exclusividad de su mirada, le guiñó uno de sus relucientes ojos verdes de forma cómplice. Sin poderlo evitar, Yuuri desvió la vista mientras se ruborizaba.

La puerta se abrió de pronto y una figura que el japonés supo reconocer muy bien se abrió paso junto a una pareja al interior del lugar. El recién llegado registró con la vista las mesas y cuando giró la cabeza hacia la izquierda, Yuuri levantó la mano para saludarle.

La voz del silencioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora