"El ímpetu del alma humana tiene su más grande defecto en sí mismo. El incorpóreo brío que enciende la llama y evita que el espíritu muera congelado puede también incendiarlo hasta reducirlo a negro carbón y cenizas."
Víctor despertó en la madrugada del domingo sin ser capaz de volver a conciliar el sueño. Pese a que su cuerpo yacía desnudo bajo las sábanas y la temperatura en el exterior de su departamento era de las más bajas del año, él tenía mucho calor. Se levantó con pesadez, buscando a tientas sus sandalias junto a su cama y su bata mientras intentaba recordar qué era lo que había soñado. Había un reminiscente sabor de acidez en su boca, como el que permanecía en sus labios cuando solía sorber el jugo de un limón directamente de la fruta, con todo y trocitos de piel, aunque aquello era un hábito que él solía llevar a cabo por diversión; pero lo que experimentaba en ese momento no tenía nada de divertido.
No encendió las luces. Caminó a tientas por su habitación hasta alcanzar la puerta junto a la pared que daba paso a la pequeña sala de estar de su departamento. Respiró el aire de manera pesada y pasó las manos por su cabello varias veces, despeinándose más de lo que ya estaba en el proceso. Esa sensación en el pecho lo asfixiaba, la sensación de que había hecho las cosas mal y de que tenía que remediarlo, aunque no sabía exactamente en qué se había equivocado o por dónde comenzar.
Avanzó hacia la oscuridad, rodeando el mullido sofá y acercándose al escritorio de madera junto a la ventana. El teclado estaba cubierto con una fina tela plastificada que lo resguardaba del polvo y la humedad. La retiró con sumo cuidado, doblándola sobre su brazo, y se sentó sobre la banca que tenía a un lado, deslizando las yemas de los dedos sobre las teclas, tratando de concretar una idea en su cabeza, de darle forma y transformarla en sonido y vibración naciente. Las imágenes se deslizaban una por una tras sus ojos cerrados; aún no recordaba del todo lo que había soñado pero no le cabía duda de que una presencia había sido constante en las creaciones de su mente esa noche: Yuuri.
Tal y como Chris le había comunicado, el joven de ojos rasgados regresó al día siguiente a la cafetería, esta vez sin compañía alguna, y se dirigió al mismo lugar en el que había permanecido con anterioridad, enfrascándose completamente en una lectura mientras bebía un par de tragos de su capuccino vainilla. En esa ocasión no fue Víctor quien le atendió, sino otro de los meseros que, por lo que pudo observar, también le conocía. Sin embargo, el alivio y la indiferencia que esperó sentir ante la idea de desligarse de él no llegó para confortarlo. En vez de eso, con los impulsos desvelándose en su inconsciente, se dedicó a espiar de reojo la manera en la que el muchacho parecía encontrarse abstraído en un mundo ajeno, intocable, como si ese espacio temporal se redujera a lo que fuera que estuviese leyendo con tanto fervor en aquellas páginas amarillas. El ruso, con la curiosidad de un gato que a la brevedad podía matarlo, tuvo que obligarse suprimir la absurda idea que le invitaba a echar un vistazo al título, solo para salir de la duda.
Al final no logró hacerlo, por supuesto. Víctor pecó de indiscreto sin darse cuenta al intentar mirar las letras rojas entre los dedos del joven, mas no logró obtener muchos indicios de aquello pues el chico se afianzaba tanto al tomo que cortaba toda su visibilidad. El amigo moreno del muchacho no apareció y Yuuri, si recordaba bien ese era su nombre, se retiró con tranquilidad a las ocho de la noche en punto.
Al día siguiente la rutina se repitió, esta vez con un libro diferente, pero ese fue el único cambio que el ruso fue capaz de notar. Los horarios, el pedido, todo era lo mismo de manera tan exacta que Víctor tembló de curiosidad cuando el mesero encargado llevó la cuchara extra que Yuuri mantuvo dentro de su taza hasta que bebió todo el líquido. Durante los siguientes dos días Víctor supo de antemano lo que ocurriría durante la jornada y, con un recién descubierto aire de divinidad, comprobó que no iba a equivocarse. No había más en ese chico que pudiera sorprenderle, se dijo mientras su atención hacia él disminuía hasta volverse un rescoldo casi imperceptible.
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La voz del silencio
FanfictionNo existe impedimento lo suficientemente fuerte para el cumplimiento del anhelo humano... a menos que el obstáculo sea uno mismo. Víctor Nikiforov, un joven de 24 años amante de la música y la composición, se ha mudado a Estados Unidos en busca de v...