Febrero
Este mes, mi nombre se pierde en el ritmo estridente de los altavoces del club. Llevo una falda corta y ajustada, y una camisa que se reduce a dos tiras de tela atadas a la espalda. Voy sin sujetador, y mis pechos empujan contra la tela sedosa como dos melones que apenas botan mientras bailo. Me siento muy orgullosa de ellos, mereció la pena gastarme el dinero de la universidad para ponérmelos. Los hombres no dejan de acercarse a mí, y a pesar de que dejo que me inviten a una bebida tras otra, sólo bailo con mi amiga. Mientras contoneamos los traseros al ritmo de la música, la falda se me levanta y deja al descubierto mis muslos firmes.
Soy caderas, pechos y pelo, movimiento sensual y fluido, sexo puro. Un tipo me observa desde el otro extremo de la pista de baile. Bueno, hay muchos que lo hacen, pero éste es diferente. Está solo y permanece allí quieto, observando. Lleva un jersey negro de manga larga que enfatiza sus hombros y su pecho, y que parece fundirse con sus pantalones negros. Parece una sombra. Me esfuerzo un poco más por él, incremento el balanceo de caderas, trasero y pechos, y doblo el dedo para indicarle que se acerque. Él surge de la oscuridad y se acerca a través del gentío. Frunzo el ceño cuando lo pierdo de vista, y mi cuerpo pierde algo de ritmo hasta que un momento después lo veo delante de mí. Cuando sonríe, le devuelvo el gesto. Levanto las manos por encima de la cabeza mientras me contoneo, giro y me retuerzo. Está claro que le gusto, y además baila muy bien. Se amolda a mi cuerpo, posa una mano en mi cadera y con la otra hace que le rodee el cuello con el brazo. La parte posterior de mi cabeza descansa sobre su pecho, porque es bastante más alto que yo a pesar de que llevo tacones. Nos movemos al unísono sin prestar atención a los que nos rodean, cuya idea de bailar parece limitarse a dar saltos sin parar. Nuestros movimientos son más fluidos, como los del agua. Cuando la mano que tiene apoyada en mi cadera desciende hasta el borde de mi falda y la piel desnuda del muslo, mis pezones se
tensan. Es un tipo sutil, pero está claro lo que quiere... lo mismo que yo. No estoy aquí para encontrar a Don Perfecto, sino a Don Perfecto Para Un Rato. La canción cambia, y algunos salen de la pista mientras otros se incorporan. Ladeo la cabeza y le sonrío. Dios, tiene una dentadura perfecta. No podemos hablar porque la música está demasiado alta, así que nos comunicamos con una mirada o
con una caricia. Se le da bien, y hasta me mira a los ojos. No vamos a bailar más, así que es mejor salir cuanto antes de la pista de baile; además, estoy caliente y tengo sed. Le indico la barra con un gesto y él asiente, así que lo tomo de la mano y lo llevo hacia allí, donde me paga una margarita y se pide una botella de agua. Me pica la curiosidad al darme cuenta de que parece completamente sobrio, porque es un sábado por la noche y el bar entero está medio borracho, incluida yo. Levanto mi copa, y él brinda con la botella de agua. Sonreímos y tomamos un sorbo. Aquí el ruido no es tan alto, pero lo suficiente para imposibilitar una conversación coherente.
-¿Quieres que vayamos a algún sitio?
Tengo que gritarle la pregunta dos veces. Se inclina hacia mí, y me dice al oído:
-¿Adónde quieres ir?
Acabamos en mi casa. Como no ha bebido, dejo que me lleve en su coche;
además, así me ahorro tener que tomar un taxi. Vivo en un tercer piso, y las escaleras me parecen demasiado empinadas por culpa de las margaritas que me he tomado. Suelto una carcajada, y cuando me inclino para quitarme los zapatos, sus ojos siguen con atención el movimiento de mis dedos. Creía que los tenía oscuros, pero cuando me mira a la cara me doy cuenta de que lo que pasa es que tiene las pupilas muy dilatadas. Cuando llegamos al rellano, abro la puerta y en cuanto entramos me vuelvo hacia él y lo agarro por la chaqueta. Lo empujo hacia la puerta, la cierro y ciño mi cuerpo al suyo, que aún conserva el frío de la calle. Huele al aire invernal, a cuero y a humo. Lo obligo a bajar la cabeza para besarlo, pero la ladea en el último segundo y
mis labios sólo encuentran su mejilla.
Siento que sus manos ascienden hasta encontrar mis pechos sin problemas, y me estremezco al sentir su caricia fría en los pezones. Le quito la chaqueta y la tiro al suelo, pero él se agacha a recogerla y la coloca en el respaldo de una silla.
-Vaya, eres un tipo quisquilloso -comento, como si me pareciera adorable. Él no lo niega, incluso esboza una sonrisa. A lo mejor se siente orgulloso de su forma de ser. Después de quitarme la chaqueta, la cuelgo en la percha con ademanes
exagerados mientras él me observa con expresión inescrutable.
-¿Cómo te llamas? -le pregunto por encima del hombro, mientras voy hacia la cocina. Abro la nevera, y saco una botella de vodka.
-Harry.
Dejo la botella sobre la mesa, saco un vaso y el azucarero, agarro un limón de la cesta que hay sobre la encimera y lo parto en rodajas.
-Harry, ¿quieres un trago?
Al volverme hacia la puerta, me doy cuenta de que me ha seguido hasta la
cocina.
-Sí, gracias.
Sirvo un poco en el vaso, me humedezco la mano con limón y la espolvoreo con azúcar.
-Salud -me tomo el vodka de un trago, chupo el azúcar y muerdo el limón. Él hace lo mismo, y cuando emite un pequeño gruñido al morder el limón, me pregunto si hace el mismo sonido cuando le hacen una felación. De repente, tengo muchas ganas de averiguarlo. Me acerco a él y le agarro el cinturón. No estoy tan borracha como hace una hora, pero aún sigo bastante achispada. Me aferró al cinturón para poder conservar el equilibrio. Menos mal que antes me quité los zapatos.
-Ven aquí, pórtate bien conmigo -le digo. Cuando me agarra de las caderas, no me molesto en intentar besarlo y me limito a quitarle el cinturón con un par de tirones que lo sacuden de arriba abajo. Empiezo a
acariciarlo a través de los pantalones, y descubro que ya está duro. Al mirarlo de nuevo, veo que tiene una pequeña sonrisa burlona en la cara, pero el brillo de sus ojos es inconfundible. Quiere sexo, como todos. En cuanto le desabrocho el botón y la cremallera, le bajo los pantalones y los calzoncillos. Su pene no está nada mal. La agarro y le doy un par de sacudidas firmes, pero él me cubre la mano con la suya para detenerme.
-¿Soy demasiado brusca?
-No quiero que la rompas.
Se cree muy listo, y la verdad es que es lo bastante guapo para salirse con la suya; además, a estas alturas no tengo las ideas demasiado claras. Vuelvo a acariciarlo, con su mano aún sobre la mía, pero con un poco más de cuidado.
-¿Mejor así?
-Preferiría tu boca.
-¿Ah, sí?
Él baja la mirada hacia nuestras manos, y vuelve a alzarla para mirarme a la cara.
-Sí.
El hecho de que me haya mirado a la cara al decirlo es lo que me convence. Me pongo de rodillas, y apenas noto la frialdad y la dureza del suelo. A lo mejor mañana me doy cuenta, cuando esté sobria y vea que tengo las rodillas amoratadas, pero por ahora estoy centrada en metérmelo en la boca.
Mis inhibiciones son casi inexistentes, y tengo una garganta muy amoldable; de hecho, me siento muy orgullosa de mí misma cuando soy capaz de abarcarle el miembro entero. Cierro los labios alrededor de su base y succiono durante unos segundos antes de echar la cabeza hacia atrás para hacerle lo mismo en el extremo
bulboso. Él empuja hacia delante para metérmelo de nuevo, pero se lo agarro para controlarlo porque aún sigo borracha y no quiero vomitarle encima; además, así puedo acariciarlo mientras se lo chupo, de modo que consigue el doble de placer. Al cabo de un minuto, sonrío al oír que vuelve a soltar el gruñido de antes, y aumento la fuerza de la succión mientras voy pillando un ritmo fluido y estable. Como en el club, aunque en este caso es un baile distinto. Me apoya una mano en el pelo, y cuando tira ligeramente, hago una mueca y succiono con más ganas mientras él empieza a embestir con fuerza. Al cabo de unos segundos, aparto la boca y le miro el pene. Está húmedo con mi saliva. Lo agarro y bombeo con el puño, y cuando levanto la mirada para comprobar su expresión, me
doy cuenta de que no está mirándome. Tiene los ojos cerrados.
Un segundo después, los abre y me ordena:
-Levántate.
Estoy un poco torpe por el alcohol y por haber estado arrodillada en el suelo, pero él me agarra de los codos para ayudarme. Me pone de pie, y suelto una carcajada que se convierte en una exclamación de sorpresa cuando hace que me gire con tanta rapidez que me mareo. Hace que coloque las palmas de las manos sobre la mesa y que me incline hacia delante, y me levanta la falda por encima de las caderas. Siento un poco de frío en el trasero, porque el tanga lo deja al descubierto por completo. Él recorre la tira de la prenda por la base de mi espalda, y finalmente me la aparta de la raja del trasero y me la quita antes de que yo pueda articular palabra. Cuando me separa los pies con uno de los suyos, me inclino más sobre la mesa y mis manos resbalan sobre la superficie del mueble. Golpeo sin querer el vaso de vodka, pero no se rompe a pesar de que se cae al suelo. Estoy a punto de protestar, pero él ya ha empezado a acariciarme el clitoris; aunque mi sexo se sorprende tanto como yo misma, no tardo en amoldarme. Estoy húmeda, y cuando me mete un dedo y vuelve a sacarlo para tocarme de nuevo el clitoris, sus caricias son cada vez más resbaladizas y fluidas. Suelto un gemido al sentir que su miembro me roza el trasero, y abro aún más
las piernas. Me tumbo sobre la mesa y levanto el trasero para darle pleno acceso a mi sexo, y no puedo contener un grito de placer cuando me mete dos dedos. Me estremezco con la caricia combinada de esos dos dedos en mi interior y la otra mano en el clitoris. Entonces me mete un tercer dedo mientras me pellizca el clitoris, y la sensación es tan increíble, que doy un respingo y gimo extasiada.
-¿Dónde has estado durante toda mi vida?
Él no me contesta, pero me da igual porque sabe practicar sexo con los dedos como nadie. Muevo las caderas y aprieto el clitoris contra su mano, deseando sentir su miembro en mi interior.
-¡Házmelo! -es una orden y una invitación. Alargo la mano para agarrar a tientas mi bolso, que está colgado en una de las sillas. Saco un condón y se lo doy.
-Espera un poco -me dice él. Suelto un gemido de protesta, pero entonces empieza de nuevo con la caricia
combinada de las dos manos y me retuerzo de placer. Estoy tan húmeda, que puede meterme un cuarto dedo. Va alternando la caricia ascendente y descendente en el clitoris con un movimiento circular, y está enloqueciéndome. Creo que a estas alturas estoy suplicándole, a pesar de que en realidad no quiero que pare. De repente, paso de «¡oh!» a «¡oh, sí!», y no puedo contener el orgasmo que me sacude. Me aferró a la mesa, y grito de placer mientras mi vagina se
cierra sobre sus dedos y mi clitoris se tensa. Él deja de moverse mientras mi cuerpo se estremece. Apoyo la mejilla sobre la mesa y cierro los ojos. Madre mía, ha sido increíble... estoy agotada, sin aliento. Soy incapaz de moverme cuando aparta las manos. Apoya una mano en mi cintura, y coloca el miembro a la entrada de mi sexo. Suelto un sonido somnoliento
mientras me penetra poco a poco, hasta el fondo, y me apoyo en las manos para levantarme un poco y aliviar la presión sobre mis pechos.
Empieza a moverse con un ritmo pausado que acepto sin problemas, porque ya he alcanzado el clímax y no me importa lo que haga para alcanzarlo él también. El clitoris me cosquillea un poco, pero aún no estoy lista para otro orgasmo.
-Eso es, házmelo con más fuerza -parece el comentario apropiado en ese momento. Él mantiene el mismo ritmo. Me alzo un poco más, y me desabrocha el cierre trasero que mantiene en su sitio las dos tiras de tela que sirven a modo de camisa.
Cuando la prenda se abre, desliza una mano hacia un pecho y empieza a juguetear con el pezón. Sí, eso también me gusta. El cosquilleo en el clitoris se intensifica... Dios, estoy tan húmeda que entra y sale de mi interior como si nada. Con un gemido,
alzo el trasero contra él. A lo mejor eso era lo que estaba esperando, porque incrementa el ritmo. Oigo el
sonido de nuestros cuerpos al chocar, y sus embestidas se vuelven tan poderosas que la mesa se mueve. Gimo con más fuerza al sentir que retuerce mi pezón, pero lo que
necesito para volver a explotar es su dedo en el clitoris. Me sobresalto al sentir algo húmedo en la espalda, y entonces me doy cuenta de
que acaba de pasarme una rodaja de limón por el omóplato. Después de
espolvorearme de azúcar, me chupa con la lengua hasta dejarme limpia.
Dios, cada vez estoy más cerca. Sus embestidas son tan rápidas y potentes, que tengo que aferrarme al borde de la mesa. Sus pequeños gruñidos de placer son muy excitantes, y están enloqueciéndome de deseo. Estoy a punto, pero necesito un poco más, algo más... y él me lo da. Cuando me presiona con el pulgar de lleno en el ano, me quedo sin aliento y mis caderas se mueven con un espasmo. Dios, oh, Dios... no
era lo que me esperaba, pero es increíble... El segundo clímax me golpea al cabo de un segundo. Jadeo para intentar tomar aire, pero el orgasmo me ha arrebatado el aliento y sólo puedo tomar pequeños
sorbos de oxígeno. Él da una última embestida y grita con voz ronca, y nos quedamos respirando jadeantes mientras vamos recuperando la calma. Aunque me tiemblan las piernas y me duele el vientre por haberlo tenido apretado contra la mesa, estoy tan saciada que no me importa demasiado. Me bajo la falda al sentir que se aparta de mí, y cuando me giro hacia él, veo que ya ha tirado el condón a la basura y se ha levantado los pantalones. No le quito la mirada de encima mientras se limpia las manos en el fregadero, y
a pesar de que estoy cansada y aún bastante borracha, sonrío de oreja a oreja y comento:
-Ha sido increíble.
Él me mira por encima del hombro, como si acabara de acordarse de que estoy allí, y me dice con una sonrisa:
-Sí, gracias.
Me acerco a él poco a poco. Siempre me siento perezosa y mimosa después de una experiencia sexual realmente satisfactoria. Él deja que lo abrace, pero no me besa cuando levanto la cara hacia la suya.
-Oye, pórtate bien conmigo -ronroneo con suavidad. Él me besa en la mejilla antes de apartarme con suavidad, y sale de la cocina. Yo me quedo mirando la puerta, boquiabierta, y al cabo de unos segundos le sigo.
-¿Qué haces?
Se ha puesto el abrigo, y tiene la mano en el pomo de la puerta principal. Cuando se vuelve a mirarme sin decir palabra, me pongo las manos en la cintura y le digo con indignación:
-¿Te vas así, sin más?
Harry asiente con una expresión tan solemne, que soy incapaz de discutir con él. Sí, ya sabía que sólo era un ligue de una noche, pero el sexo ha sido tan increíble, que había pensado que al menos podríamos desayunar juntos.
-Pero...
Él detiene mi protesta con un gesto de negación, y se marcha sin decir palabra. Cuando la puerta se cierra tras él, me doy cuenta de que ni siquiera se ha molestado en preguntarme cómo me llamo.
Harry siguió anudando con gesto distraído un trozo de papel que tenía en la mano. No me había mirado desde que se había sentado en el banco.
-¿Por qué no le preguntaste cómo se llamaba? - yo no había comido nada, ni siquiera había abierto la bolsa de comida. Los centímetros que nos separaban parecían kilómetros.
Harry se volvió lentamente hacia mí, y cuando nuestras miradas se encontraron, contuve el aliento al ver el brillo desafiante de sus ojos.
-Porque su nombre no tenía importancia.
Aunque eso fuera cierto, el motivo por el que no se lo había preguntado sí que la tenía. Su historia me reconfortó, porque aquél era el Harry que me resultaba conocido, el narrador que iba de una mujer a otra; en cambio, el hombre que había
amenazado con alterar el equilibrio de nuestra relación el mes anterior era un completo desconocido.
-Siento lo del mes pasado -le dije.
-No pasa nada, tenías razón.
Me limité a asentir, como si me hubiera dado una explicación más larga. Los silencios nunca habían sido tan incómodos entre nosotros, ni siquiera al principio, y al final tuve que apartar la mirada por miedo a que mi rostro revelara cosas que no
podía admitir.
-Ni siquiera tenía pensado irme con ella... ni con nadie -comentó él al cabo de unos segundos.
-Entonces, ¿por qué lo hiciste? -le pregunté, incapaz de contener mi
fascinación.
-Venga ya, Sadie, ya sabes cómo son esas cosas.
-No, la verdad es que no lo sé.
Harry soltó una especie de resoplido entre los labios que no llegó a ser un silbido, y me dijo:
-¿No lo has hecho nunca?
-No -hice un gesto con la cabeza para enfatizar mi negativa.
-¿Nunca has estado con alguien sólo una vez?
No supe si su tono reflejaba incredulidad o envidia.
-Sólo he estado con un hombre -no me sentí avergonzada al admitirlo,
porque era la pura verdad; sin embargo, Harry pareció quedarse boquiabierto. Estaba claro que no entendía mi actitud, del mismo modo que yo no entendía la suya.
-Sólo con uno.
-Sí.
-Felicidades.
Solté una carcajada, y le dije:
-Estás evitando mi pregunta. Si no pensabas irte con alguien, ¿por qué lo
hiciste?
-Porque podía, porque me lo ofreció, porque... porque es lo que hago siempre.
Sacudí la cabeza mientras empezaba a desenvolver mi bocadillo, y él me miró antes de tomar un trago de refresco. Al preguntarme cómo sabría su boca después de beber vodka con limón, tuve que esforzarme por mantener la mirada en mi comida.
-¿Nunca has hecho algo porque es más fácil que resistirse?
-Claro que sí -respondí, sin pensármelo dos veces.
-Cuéntamelo.
-No es una historia tan excitante como las tuyas, Harry.
Él sonrió y se inclinó hacia delante.
-Qué lástima. Anda, cuéntamela de todas formas.
Como estaba acostumbrada a ceder y Harry siempre se salía con la suya, opté por claudicar.
-De pequeñas, mi hermana y yo encajamos en los estereotipos clásicos. Yo era la lista, y ella la guapa. La situación no cambió cuando crecimos, y sigue vigente. Es una estupidez, pero ya sabes cómo son las familias.
-Dímelo a mí, soy el miembro decepcionante de la mía.
Me apoyé en el respaldo del banco para poder observarlo con atención. Estaba impecable como siempre, llevaba una camisa azul que enfatizaba el tono verdoso de
sus ojos y era la viva imagen del hombre de negocios perfecto, así que era obvio que debía de ser muy bueno en su trabajo.
-No me lo creo, es imposible. Eres Don Triunfador en persona -le dije, con una carcajada.
-A mis padres no les impresionan los trajes de marca ni las corbatas caras - me contestó, sonriente. Sabía que tenía una hermana casada y con hijos, y que se le había muerto un hermano; sin embargo, era la primera vez que mencionaba a sus padres.
-La corbata que llevas es muy mona, a mí me gusta.
Su sonrisa pícara hizo que me echara a reí.
-¿En serio?, ¿te he impresionado con la corbata?
-Ten en cuenta que apenas entiendo de alta costura masculina.
-A mí también me gusta -comentó, mientras acariciaba la tela.
El silencio que se creó carecía de la incomodidad anterior.
-A veces es más fácil ser lo que los demás esperan de ti, aunque hayas dejado de ser el de antes -dijo al cabo de un rato. Asentí con la cabeza, y él se levantó para tirar los restos de su comida a la basura.
-No sabía si vendrías después de lo que te dije el mes pasado -admití.
-No he podido resistirme. Llevo todo el mes planteándome si lo mejor era no volver a aparecer.
-Entonces, ¿por qué lo has hecho?
Harry esbozó una sonrisa, y respondió:
-Porque es lo que hago siempre.
Estaba intentando decidirme entre dos tazas con el mismo color pero distinta forma, cuando me cosquilleó la nuca y tuve la sensación de que alguien me observaba. Levanté la mirada, pero el hombre que había al otro lado de la tienda parecía tan absorto en su compra como yo. Como éramos los únicos clientes, supuse
que eran imaginaciones mías y volví a centrarme en las tazas. Cuando volví a notar que alguien me miraba, miré a ambos lados con disimulo pero no vi nada. Al volver ligeramente la cabeza, me di cuenta de que el otro aficionado a las tazas estaba un poco más cerca. Tomó una taza de café floreada, y la
observó durante unos segundos antes de volver a dejarla en el estante. Volví a las dos que me habían llamado la atención, pero fui incapaz de
concentrarme. No se trataba de neurocirugía, sólo quería algo nuevo para el cuarto de baño y tenía que elegir una taza, pero todos mis sentidos se desviaban hacia el
hombre que tenía a mi espalda. Finalmente, agarré una y la metí en el carro; cuando miré por encima del hombro, lo pillé observándome.
-Perdona... -me dijo. El tiempo pareció ralentizarse mientras me volvía hacia él. Seguramente sólo
quería preguntarme qué hora era, o si trabajaba allí.
-¿Sales con alguien, o estás libre?
-¿Qué? -le dije, boquiabierta.
Entonces me fijé un poco más en él. Tenía el pelo largo y bastante descuidado, llevaba una chaqueta ancha y unos pantalones a juego bastante desgastados. Dios, seguramente era un paciente externo del hospital.
-Como no te he visto anillo de casada...
Bajé la mirada de forma automática hacia mi mano izquierda, y comprobé que llevaba mi alianza. No supe cómo reaccionar. Me quedé tan sorprendida por la primera proposición que había recibido en siglos, que me quedé muda. Él se acercó un poco más, y me preguntó de nuevo con expresión esperanzada:
-¿Estás libre?
-Eh... no, no lo estoy.
El tipo se alejó corriendo por el pasillo sin más. La situación era tan absurda,
que tenía un toque surrealista. Al ir a pagar, estuvo a punto de caérseme el cambio, y me reí exageradamente con los chistes sin gracia del cajero.
Llevaba tanto tiempo siendo una mujer casada, que me consideraba fuera del alcance de un flirteo directo. O los hombres no me prestaban atención, o yo no me daba cuenta; sin embargo, después de aquel incidente me fijé más en lo que sucedía a
mi alrededor. ¿Estaba devorándome con la mirada el tipo de aquel coche?, ¿había mantenido abierta la puerta del ascensor aquel otro por cortesía, o estaba echándome un buen vistazo mientras yo apretaba el botón de mi planta? Aunque no fuera así, la
mera posibilidad de que estuvieran armándose de valor para invitarme a salir una noche consiguió que sonriera. A Adam no le hizo tanta gracia.
-¿Qué fue lo que te dijo?
-Ya te lo he dicho, me preguntó si estaba libre.
-¿Te invitó a salir en medio de la tienda?
-La verdad es que me parece que no estaba demasiado bien de la cabeza, Adam -le dije, mientras volvía a meter la taza en la bolsa. Él apartó la silla de ruedas del soporte del ordenador, y quedamos cara a cara.
-¿Qué contestaste?
-Que no -solté una carcajada al recordar lo que había pasado, y añadí-: Si lo hubieras visto...
-¿Qué aspecto tenía?
Exageré un poco al describirlo para que la historia fuera aún mejor, pero no demasiado.
-Lo más seguro es que fuera un paciente de la unidad de psiquiatría.
Pobrecillo, seguro que su terapeuta le aconsejó que se arriesgara a invitar a salir a una mujer. A lo mejor por mi culpa sufre un retroceso de varios meses en su mejora.
-Claro -Adam no mostró rastro alguno de diversión.
-Adam, no tuvo ninguna importancia -le dije con un suspiro.
-¿Crees que no tiene importancia que un tipo intente ligar con mi mujer?
Giró la silla bruscamente. A pesar de que la manejaba con soltura, era grande y pesada y necesitaba bastante espacio. Golpeó ligeramente contra la mesa, y soltó una imprecación cuando algunos de sus papeles cayeron al suelo. Me agaché a recogerlos, y tuve tiempo de leer unas cuantas líneas antes de volver a guardarlos en su carpeta.
-¡Cariño, ni siquiera era guapo!
Él me lanzó una mirada que se había vuelto cada vez más familiar. Estaba
cargada de un sarcasmo que resultaba casi malicioso.
-¿Qué quieres decir con eso?, ¿que si hubiera sido guapo habrías aceptado su oferta?
Estuve a punto de darle una respuesta mordaz, pero conseguí morderme la
lengua y me limité a decirle:
-No seas tonto.
Adam soltó un gruñido. Su versión de pasearse de un lado a otro era girar la
silla en pequeños arcos. En la habitación no tenía suficiente espacio para moverse con libertad, y la silla era demasiado voluminosa para que pudiera girar de un lado a otro.
-Adam, te lo he contado porque pensaba que era una anécdota divertida, pero me arrepiento de haberlo hecho.
Él me fulminó con la mirada.
-¿Quieres decir que la próxima vez no me lo contarás?
-Seguro que no vuelve a pasar. Venga, ha sido una tontería.
Él volvió a gruñir, y se detuvo de repente.
-¿Llevabas ese vestido?
-Sí.
Adam siempre había sido un maestro de la expresividad, con palabras o sin
ellas, así que su resoplido burlón dejó claro lo que pensaba.
-Pues no me extraña que intentara ligar contigo.
La ropa que solía ponerme para ir a trabajar era lo menos sexy que uno podía llegar a imaginarse... y lo mismo podía decirse de mí. La Sexy Sadie de los Beatles no tenía nada que ver conmigo.
-No me gusta que otros hombres intenten ligar contigo, eso es todo -me dijo él, con un poco más de calma.
Me acerqué y le di un beso en la mejilla.
-No tienes nada de qué preocuparte.
No me resultó tan fácil apaciguarlo.
-¿Es que no llevabas la alianza?
Aquélla fue la gota que colmó el vaso. Me crucé de brazos, y le dije:
-¡Sí, sí que la llevaba! ¡Deja de portarte como si hubiera salido a provocar!
La anécdota me había parecido divertida y había servido para alimentar mi ego, pero quizás no debería habérsela contado a Adam; dadas las circunstancias, no era
de extrañar que a menudo se mostrara taciturno, pero antes tenía mucho más sentido del humor. Era muy duro recordar que no era el mismo hombre al que había seducido con una cinta de seda metida en un libro. En vez de contestar, volvió a su ordenador y me ignoró por completo, así que agarré la bolsa con la taza y salí de la habitación. Me pregunté si habría aceptado la invitación si el tipo hubiera sido guapo, si me habría ido sin más con un desconocido con el que acababa de toparme en una tienda, si habría ido con él a su casa, a un hotel, a un coche, a un callejón, para que me apretara contra la pared y uniera su cuerpo con el mío en una pasión anónima. Según Harry, ese tipo de cosas pasaban a diario, al menos a él. Pero nunca había intentado ligar conmigo, así que me limitaba a escucharlo mes tras mes y a preguntarme qué sentiría si me lo propusiera y yo le contestara que sí.