Marzo
Una oscura y lluviosa noche de sábado me pareció perfecta para una larga ducha caliente, un camisón nuevo, una buena taza de té y la última novela de mi autora preferida. Fui a la cocina a prepararme la infusión, pero cuando estaba echando el agua hirviendo en la taza, oí que llamaban a la puerta. Miré hacia el reloj, sorprendida, y comprobé que eran más de las once. Por primera vez desde la muerte de Adam, estar sola en la casa me pareció una desventaja. Volví a dejar la tetera sobre el fogón, y agucé el oído con todo el cuerpo
tenso; como no oí nada, empecé a pensar que habían sido imaginaciones mías, pero de repente volvió a sonar el timbre. Avancé por el pasillo sigilosamente, y a través de
las cortinas de las ventanas que enmarcaban la puerta principal, vi a una persona silueteada. Agarré el atizador de la chimenea, y lo aferré con fuerza mientras abría la puerta con cautela. La lluvia azotaba a los árboles, mientras el murmullo de los
truenos seguía a los relámpagos que iluminaban el cielo. Como la luz de las farolas iluminaba a mi visitante por la espalda, su rostro estaba sumido en las sombras, pero supe de inmediato de quién se trataba.
—¿Harry?
Retrocedí un paso, y él avanzó hacia mí. Tenía el pelo empapado, y el agua le bajaba por la frente hasta caerle por la nariz. La ropa se le pegaba al cuerpo, la camisa blanca parecía transparente, y tenía una botella de whisky en la mano. Permaneció en
silencio mientras me encharcaba el felpudo del recibidor. No me dijo nada a modo de saludo, no me ofreció ninguna explicación... el único sonido que salía de su boca era el de su respiración ligeramente áspera. Los dos reaccionamos a la vez. Me rodeó la cintura con un brazo y me apretó
contra su cuerpo, justo cuando yo alargaba los brazos hacia él. Aunque la lluvia que le cubría estaba fría, su cuerpo estaba caliente; su piel ardía con tanta intensidad, que me sorprendió que no estuviera desprendiendo vapor, y sentí la dureza de la botella de whisky contra mis omóplatos. Bebí el sabor a tabaco y a whisky de sus labios, e inhalé su aroma. No olía tan bien como siempre, sino mucho mejor... era una mezcla de algo fuerte y almizclado y
de jabón, que la lluvia no había podido borrar. Cerró la puerta de una patada a su espalda, sin abandonar mi boca. Llegamos a las escaleras en tres pasos, pero fuimos incapaces de ir más allá. Sentí el borde de un escalón contra la espalda cuando me bajó hacia el suelo, pero se tragó mi jadeo y me robó el aliento antes de devolvérmelo con su siguiente exhalación. La botella rodó por los escalones, pero los dos hicimos caso omiso del golpe del vidrio contra la madera.
—Sadie, Sadie, Sadie...
Saboreé mi nombre en su lengua mientras sentía sus manos en todas partes... en mis pechos, en mis costados, deslizándose hacia abajo antes de subirme el camisón
por los muslos... sus dedos me recorrieron la piel desnuda sin preámbulos, pero de todos modos, yo no necesitaba ninguno. Aunque el camisón se abotonaba por delante hasta arriba, le resultó más fácil
subírmelo directamente que pararse a ir desabrochando los botones; sin embargo, la tela estaba húmeda por el contacto con su ropa, y se quedó atrapada bajo mi trasero y
atascada en mi cuello. Me arqueé hacia él, y no me defraudó. Apretó mis pechos para juntarlos y sentí su aliento sobre mi piel húmeda mientras los besaba, mientras me
chupaba y me succionaba los pezones hasta que grité de placer. No tuve que moverme, cambiar de posición ni prepararme, porque él se encargó de todo. Se apartó de mis pechos mientras sus manos me abrían las piernas, y ni siquiera los escalones que se me apretaban contra la espalda y la nuca pudieron impedir que mi cuerpo entero se arqueara cuando metió la cabeza entre mis muslos.
Fui incapaz de pensar en nada, pero pensé en todo. Me separó los pliegues con los pulgares, y empezó a acariciarme el clitoris con la lengua.
No fue como me lo había imaginado, sino mejor. El placer me inundó como un torrente mientras Harry trazaba las curvas y las líneas de mi cuerpo con la boca, mientras sentía en mi piel sus labios, su lengua, e incluso un roce de sus dientes que hizo que jadeara y que me elevara hacia él. No me devoró son suavidad ni con ternura, ni siquiera con ritmo, pero no me importó. Mientras los truenos resonaban en el exterior, su boca iba dejando relámpagos de éxtasis a su paso, y mi cuerpo se tensó y vibró como si estuviera electrificado.
Bajé la mirada, y él la alzó y se pasó la lengua por los labios; al ver que se ponía de pie, pensé que iba a marcharse, porque vi en sus ojos que sabía que debería hacerlo.
Sin embargo, se quedó. Se inclinó para colocar una mano en la escalera, detrás de mi cabeza, y apretó la palma de la otra entre mis piernas; cuando me besó, saboreé mi propio sabor mezclado con el suyo. Sus ojos tenían chispitas doradas alrededor de las pupilas, que estaban muy dilatadas. Sus cejas estaban perfectamente delineadas, y su nariz estaba salpicada de unas pálidas pecas que sólo eran visibles a tan corta distancia. Cuando capturó de nuevo mi boca con la suya mientras su mano se movía lentamente entre mis piernas, contuve el aliento. Finalmente, se apartó un poco para mirarme, y nos quedamos inmóviles. Sin apartar la mirada de la suya, sintiendo en los labios mi propio sabor mezclado con el suyo, exhalé lentamente el aire que había contenido. Poco a poco, con la misma lentitud, volví a inhalar y sentí cómo ascendía mi pecho mientras mis pulmones se llenaban. Me moví de forma casi imperceptible, y Harry presionó el talón de la mano contra mí. No me hizo falta nada más. Mientras el placer me inundaba en un orgasmo irrefrenable, no dejamos de mirarnos a los ojos. Finalmente, el mundo volvió a cristalizar a mi alrededor... la tormenta, la posición incómoda de nuestros cuerpos, la botella de whisky... no hacía ni diez
minutos que le había abierto la puerta.
—Sadie no me pidas que me vaya.
Su susurro me acarició la cara cuando apoyó la frente contra la mía, y me di
cuenta de que no estaba tan borracho como pensaba; de hecho, quizás no estaba ni un poco achispado, a pesar de que la botella estaba medio vacía. Colocó una mano entre un escalón y mi cuerpo para intentar que estuviera más cómoda, y al cabo de unos segundos, me puse de pie y subí un escalón para poder mirarlo directamente a los ojos. Tenía la corbata medio desanudada, así que apenas necesité un par de tirones para quitársela. Me costó un poco más desabrocharle los botones de la camisa, pero al final lo conseguí. La chaqueta cayó al suelo, pero como estábamos besándonos, no nos molestamos en ver dónde había caído.
Lo conduje escaleras arriba, y fuimos dejando un reguero de ropa a nuestro
paso. Me quité el camisón por encima de la cabeza sin molestarme en desabrochar los botones, y cuando llegamos a mi dormitorio, yo ya estaba desnuda y Harry sólo llevaba
unos calzoncillos mojados. Cuando tiré de su mano para llevarlo hacia la cama, me sorprendió ver que dudaba y parecía resistirse. Cuando tiré un poco más, se limitó a avanzar un paso.
Tenía la piel de gallina, y sus dedos estaban fríos. Las dudas que quizás habían permanecido agazapadas en el fondo de mi mente se desvanecieron al verlo vacilar.
—Harry... acuéstate conmigo —le susurré, mientras le acariciaba el brazo. Al ver que seguía dudando, añadí—: Tu color preferido es el azul. No te gusta el tomate, pero te encanta el pepino. Aunque bebes whisky, no sueles emborracharte. Hueles a
agua y a jabón. Te conozco, Harry. Acuéstate conmigo.
Me había sentido culpable durante meses por querer acostarme con él, pero en ese momento dejé a un lado la culpa y la vergüenza. Lo necesitaba, y tenía la impresión de que el sentimiento era mutuo. Correcto o incorrecto, bien o mal... las líneas son difusas en los asuntos del corazón. Quien no ha sentido nunca algo así no
tiene derecho a juzgar, y quien lo ha sentido no necesita hacerlo.
Le enmarqué el rostro entre las manos y lo besé una vez porque era lo correcto, y una segunda vez porque me daba igual si estaba mal. Después de tomarle la mano y llevarlo hasta la cama, hice que se tumbara bajo la colcha, entre las mullidas y cálidas sábanas de franela. Me metí entre las sábanas con él antes de quitarle los
calzoncillos y echarlos a un lado, y entonces alineé mi cuerpo con el suyo hasta que entramos en calor y dejamos de temblar. Nada podía alcanzarnos en la oscuridad de la cueva que había creado bajo las
sábanas. Aprendí las líneas de su cuerpo, los rincones que creía conocer y los que no. Le recorrí con los dedos la clavícula y los hombros, que eran más anchos de lo que parecía. El vello de su pecho me cosquilleó en la cara, y cuando saboreé uno de sus pezones, oí que gemía y sentí que su corazón se aceleraba bajo mis labios. Mis manos descendieron y encontraron músculos tensos con los que juguetear, y mi boca se posó en el hueso de su cadera antes de empezar a explorar la curva de sus muslos y sus rodillas. Su miembro encajaba perfectamente en la curva de mis dedos, y cuando lo acaricié desde el glande hasta la base, el gemido de placer de Harry me dejó sin aliento. Cuando sopesé sus testículos en la palma de mi mano, se apretó contra ella. Aquella parte de su cuerpo era cálida y vital; había dejado de ser secreta e imaginaria, y se había convertido en una realidad. Hablamos con murmullos y suspiros. Sus dedos se hundieron en mi pelo, pero no intentó dirigir mi exploración. El temblor se había desvanecido, pero
estremecimientos de placer ocuparon su lugar. Cuando lo cubrí con mi boca, impaciente por saborearlo, él se aferró a mis hombros y arqueó las caderas. Su miembro me llegó al fondo de la garganta, y lo mantuve lo más dentro posible durante unos segundos, hasta que los dos
empezamos a movernos. Arriba y abajo, una suave succión, el revoloteo de mi lengua en rápidas caricias... era una mujer hambrienta de contacto humano, de placer, del sabor, las caricias y el aroma de un hombre; sin embargo, no estaba esforzándome en darle placer a un hombre sin más, sino a Harry. Desde el principio, para bien o para mal, era Harry.
Al final, jadeante, tuve que apartar las sábanas, y vi cómo el oro de su rostro se convertía en plata bajo la luz de la luna. El aire fresco de la habitación nos bañó la piel, y lo bebí entre besos.
Harry me colocó sobre su cuerpo, y empezamos a explorarnos con las manos. Estábamos conectados por la boca, el pecho, las caderas y la entrepierna, teníamos los pies entrelazados, y pronto dejé de saber dónde acababa mi cuerpo y empezaba el suyo. El sudor nos sellaba, y su cuello brillaba con la saliva de mis besos. Su boca encontró el sensible punto de la curva de mi cuello, y me arrancó un gemido cuando empezó a succionar con suavidad. Me arqueé y me retorcí contra él cuando hizo que rodáramos hasta cubrirme con su cuerpo, pero no me penetró a pesar de que sus movimientos revelaron su
deseo creciente. Cuando bajé la mano para tomarlo entre mis dedos, enterró el rostro contra mi hombro con un gemido gutural.
—Harry, te deseo —le susurré.
—Yo también, Sadie, pero...
De repente, me di cuenta de lo que pasaba: no llevaba condón. Ni siquiera se había mostrado descuidado en sus historias. Lo besé mientras empezaba a bombear
con mi puño, y sentí que su erección se endurecía aún más.
—Espera... Sadie, espera...
Decidí obedecer, y me detuve un momento. Nuestros corazones latían al unísono, y nuestra respiración estaba acompasada. Se movió ligeramente contra mí, y me dijo con voz ronca:
—Dame un segundo, no... no te muevas.
—¿No quieres que haga esto? —cerré los dedos de nuevo alrededor de su
miembro, y empecé a acariciarlo. Su cuerpo entero se sacudió.
—Dios, Sadie...
Lo atraje hacia mí hasta que tuve su erección contra el vientre, y después de trazar la curva de su oreja con la lengua, coloqué las manos en sus nalgas firmes y empujé para que se moviera contra mí. Sus caderas se arquearon hacia delante, y el sudor que lubricaba nuestros cuerpos permitió que su miembro se deslizara por mi piel con facilidad. Lo atraje aún más hacia mí, lo rodeé con las piernas, y engarcé mis tobillos contra sus pantorrillas.
—Daría cualquier cosa por estar dentro de ti...
—Y yo por tenerte dentro.
El sexo no suele ser una actividad elegante. Consiste en cuerpos frotándose, ensucia mucho, y hay que intentar ir con cuidado de poner las manos en el sitio adecuado sin choques ni codazos; consiste en hacer que tu pareja se corra en tu estómago porque no tenéis un condón a mano, y en arreglártelas como puedes para
convertirlo en algo increíble. Harry empezó a frotarse contra mí, y a pesar de que anhelaba que me llenara y
aquello no era lo que me había imaginado, no pude evitar arquearme contra él cuando sus movimientos fueron acelerándose y gimió mi nombre. Grité cuando sus dientes me rozaron el hombro, y entonces me mordió y sentí que su miembro se
sacudía contra mi vientre, y que me bañaba algo cálido y húmedo. Olí el dulce y penetrante olor de su semen, y mi propio orgasmo me golpeó por sorpresa. Permanecimos pegados durante varios minutos mientras recuperábamos el aliento, y finalmente se apartó un poco a un lado, con una pierna sobre las mías y
una mano en mi cadera.
Intenté sentir algo de incredulidad, pero fue inútil; nos rodeaba el aroma a sexo, y tenía la piel húmeda y pegajosa con la prueba de su orgasmo. Me tensé un poco al sentir sus dedos en mi costado, pensando que sentiría cosquillas, pero la suave caricia ascendente y descendente me relajó.
Volví la cabeza, y él me miró con una sonrisa que le devolví.
—Voy al cuarto de baño —le dije, al cabo de unos segundos. Lidiar con los
momentos posteriores era algo que no aparecía en las historias. Harry asintió, y se apartó para que pudiera levantarme. Fui al cuarto de baño, y
empecé a lavarme con una toalla húmeda sin molestarme en encender la luz. Después de lavarme los dientes y la cara, permanecí inmóvil para ver si llegaba la incredulidad que había esperado sentir, pero siguió sorprendentemente ausente. Me detuve al llegar a la arcada que conectaba el dormitorio con la sala de estar, pero me di cuenta de que la cama estaba vacía a pesar de la oscuridad. De repente, oí el ruido de pasos en la escalera, y la puerta principal abriéndose y cerrándose.
Cuando me metí en la cama, inhalé su aroma. Aunque las sábanas y la
almohada eran pobres sustitutos de su abrazo, me dije que tendría que conformarme; al fin y al cabo, su actitud no debería sorprenderme.
La puerta principal se abrió y se cerró de nuevo, oí el ruido de pisadas en la
escalera, y solté un gritito cuando Harry se tumbó a mi espalda y apretó su fría nariz contra mis omóplatos. Cuando me rodeó con los brazos y me atrajo hacia sí, noté que en la mano que apretaba contra mi vientre tenía un pequeño paquetito aplanado.
—Siempre preparado —me dijo, con la voz ahogada por mi piel. Reírse desnudo resulta un poco raro. Empecé yo, y él no tardó en imitarme. La cama se sacudió con la fuerza de nuestras carcajadas, que al igual que el sexo
anterior, nos dejaron sin aliento.
Me volví hacia él, y cuando alcé una mano para acariciarle la cara, se inclinó lentamente y me besó. Al sentir la promesa de aquel paquetito que en ese momento tenía apretado
contra la espalda, al pensar en lo que significaba, mi corazón dio un brinco tan súbito, que fue casi doloroso.
Empezamos a hablar. A veces, la memoria se niega a olvidar cosas de las que te gustaría alejarte, y te
oculta lo que te gustaría conservar. Puede ser una zorra poco fiable o tu mejor amiga, y algunas veces es ambas cosas a la vez. Me acuerdo de cada palabra que dijimos, de cada suspiro y cada mirada que compartimos, del susurro de su piel en mis sábanas, de su olor, de su sabor... me aferré a cada detalle como si se tratara de una de sus historias, porque estaba segura de que me convertiría en una de ellas, una que le contaría a otra persona en vez de a
mí. Las sonrisas se fundieron en suspiros cuando me besó de nuevo, cuando bajó por mi cuerpo para rendirme culto con la boca. Me lamió sin prisa, y mi cuerpo respondió. Me abrí a él sin que ninguno de los dos se preocupara por cuánto tardaba.
Aquella noche duró cien años, y pasamos cada segundo de ellos aprendiendo a darnos placer. La presión de su beso contra mi clitoris amplificó mi placer cuando llegué al
clímax. Cuando grité su nombre, subió por mi cuerpo para besarme en la boca, y sentí la calidez de su erección contra mi muslo.
—Quiero estar dentro de ti, Sadie.
—Sí, yo también lo quiero.
Aquella vez ya estaba preparado, así que me penetró y encajó en mi interior como si estuviera hecho para llenarme. Hacía tanto tiempo que no experimentaba algo así, que para mí fue como empezar de nuevo.
Me hizo el amor durante mucho tiempo, y aunque me perdí un poco en las sensaciones que me inundaban, él me trajo de vuelta con un susurro o una caricia. A pesar de que la luz de la luna se había desvanecido y estábamos inmersos en la oscuridad, no olvidé en ningún momento con quién estaba. Harry me mantuvo anclada a él con sus murmullos, con sus caricias, con la forma en que cambiaba la posición de nuestros cuerpos para asegurarse de no hacerme daño. Cuando nos pusimos de costado, me penetró profundamente desde atrás mientras me acariciaba el clitoris con un dedo. Nos mecimos así durante largo rato,
aunque de vez en cuando nos deteníamos mientras él me acariciaba hasta llevarme al borde del clímax, antes de apartar la mano sin dejar que llegara al orgasmo. Sentí que
flotaba en un mar de placer, anclada por sus palabras y sus manos, por su verga. Sus embestidas se aceleraron, y su respiración se volvió jadeante.
—Oh, Dios, Sadie... necesito estallar dentro de ti...
Aunque lo que se dicen dos amantes no suele ser demasiado elegante, sus
palabras me excitaron aún más. Había perdido la cuenta de los orgasmos que había tenido a aquellas alturas, porque después de los dos primeros, mi cuerpo había vibrado con un placer constante que no había remitido. Empujé contra él para que
nuestros cuerpos se arquearan, para que pudiera penetrar más hondo, y lo hicimos más y más rápido, con movimientos más potentes. El pequeño dolor que sentí cuando alcanzó el cuello de mi útero incrementó aún más mi placer, y dejó de centrarse en mi clitoris al cubrirme con la mano entera. Exploté de golpe, pero retomé mis movimientos sin esperar a que cesaran los espasmos. Harry aceleró sus embestidas. El erótico sonido de mis nalgas golpeando contra su estómago me excitó aún más, y me imaginé la humedad de mi sexo
bañando su erección, la humedad y la calidez que él sentía en mi interior, lo que debía de sentir al penetrarme, al sentir que mi cuerpo lo acariciaba y le envolvía el pene. Cada una de sus embestidas me arrancaba un gemido de placer, a los que él respondía susurrándome lo mucho que le gustaba poseerme, cuánto le gustaba mi sabor, lo suave que era, lo bien que olía... me narró nuestra historia, y no sólo me perdí en el goce de nuestros cuerpos, sino también en el relato que hiló con maestría. Gimió mi nombre cuando alcanzó el orgasmo, y su última embestida fue tan fuerte, que la cabecera de la cama golpeó contra la pared. Sentí los músculos de su
estómago tensándose contra mis nalgas, y sus dedos volvieron a encontrar mi clitoris y lo pellizcaron con suavidad. Fui incapaz de emitir sonido alguno, porque el placer me dejó sin aliento. Mi último orgasmo no me inundó en oleadas, sino que me golpeó con una fuerza brutal y me dejó temblorosa y mareada. Sus brazos me rodearon, y nuestros cuerpos no se separaron a pesar de que su miembro ya había empezado a ponerse fláccido en mi interior. Acurrucó la cara contra mi nuca, y me abrazó con más fuerza. Parpadeé en la oscuridad cuando conseguí recuperar el aliento, sintiéndome saciada y lánguida después de una experiencia tan increíble; aunque era consciente
de que las sábanas estaban reliadas y el colchón un poco húmedo, fui incapaz de moverme. Esperé a que Harry se apartara de mí, pero cuando me quedé dormida, aún seguía
abrazándome. Cuando me desperté, ya era de día y el cuerpo de Harry seguía entrelazado con el mío. Su respiración profunda y pausada me indicó que aún seguía dormido, así que me levanté de la cama con cuidado de no despertarlo y fui al cuarto de baño.Me sentía como si hubiera corrido una maratón, y al ducharme hice una mueca al sentir punzadas por todas partes. Me sentía dolorida y magullada, en carne viva.
Mientras me lavaba los dientes, esperé a sentir el inevitable sentimiento de culpabilidad, y seguí esperando al ponerme una bata y unas zapatillas, y al recogerme el pelo húmedo en una coleta; para cuando bajé a la cocina, estaba dispuesta a mandar al dichoso sentimiento a la mierda, si acaso se dignaba a aparecer. El olor del desayuno debió de despertar a Harry, porque entró en la cocina cuando estaba empezando a preparar la mesa. Se había duchado, y tenía una toalla alrededor de la cintura. Estaba tan imponente bajo el brillante sol matinal como me había
imaginado. Se me acercó por la espalda, y me dio un beso en la nuca mientras sus manos se deslizaban por la abertura de mi bata y me cubrían los pechos. Mis pezones se tensaron bajo sus caricias, pero al cabo de un momento, se detuvo y se apartó.
—Esto huele bien.
—Siéntate, sírvete tú mismo.
También había preparado café, así que serví dos tazas y empezamos a comer; sin embargo, al cabo de unos minutos, él dejó el tenedor en su plato sin decir palabra. Nos miramos en silencio, y finalmente me preguntó con voz queda:
—¿Te arrepientes de lo de anoche?
—No, ¿y tú?
—No.
Tomé un sorbo de café, mientras lo observaba con atención. Se había quedado a pasar la noche conmigo y me había besado la boca, pero aquello no significaba nada... ¿verdad?
—¿Quieres que me vaya? —me preguntó de repente, mientras se inclinaba hacia delante.
—¿Quieres irte?
Apartó la mirada por unos segundos, y finalmente negó con la cabeza.
—Harry... —esperé a que me mirara de nuevo, y entonces le dije con suavidad—: creo que sería mejor que lo hicieras.
Su boca se tensó.
—No estoy lista para que esto vaya más allá y se convierta en otra cosa.
—¿Y qué es ahora, Sadie? —su tono de voz era de enfado, pero su expresión
era... triste. Fui incapaz de encontrar una respuesta adecuada, al menos con la rapidez que él esperaba, así que se cruzó de brazos, me miró ceñudo, y me preguntó:
—¿Qué esperas que haga?, ¿fingir que no ha pasado nada?
—Quizás eso sería lo mejor.
—¿Para quién?
—Para los dos.
Se levantó de la silla, y el movimiento hizo que la toalla se le bajara ligeramente y revelara un poco de vello demasiado seductor. Me apresuré a apartar la mirada,pero él pareció ponerse furioso al ver mi reacción.
—Puede que para ti.
—Muy bien, lo admito. Sí, para mí sería mejor que te marcharas —le dije, esforzándome por mantener la calma. Rodeó la mesa como si quisiera agarrarme, y no supe cómo reaccionar hasta que lo intentó. Eché mi silla hacia atrás de golpe, y me puse de pie. Él se detuvo en seco.
—¿Por qué? —me preguntó al fin.
—¡Porque mi marido acaba de morir, Harry! ¡No estoy lista para empezar una nueva relación!
Su expresión se ensombreció aún más.
—Nuestra relación no es nueva, Sadie.
Después de tirar los restos de mi desayuno a la basura, metí el plato en el lavavajillas. Sentí su presencia a mi espalda, pero no me tocó.
—Lo siento, Harry.
—No quieres que me vaya.
—Todo esto es absurdo —me mantuve de espaldas a él mientras me ponía a
lavar un cuenco en el fregadero.
—¿Por qué?, ¿por qué es absurdo?
—¡Porque sí!
—¡Eso no es una respuesta!
Me volví hacia él, y le dije:
—Pues no tengo ninguna mejor, ¿de acuerdo?
Nos miramos en silencio durante unos segundos. Nunca me lo había imaginado allí, en mi propia cocina, porque Harry no formaba parte de aquella vida, de aquella realidad; al menos, así había sido antes, porque las cosas habían cambiado. Y eso me aterraba.
—No es posible que creas que podemos llegar a estar juntos... —al ver que respondía con un gesto de asentimiento, me apresuré a añadir—: Eso es una locura Harry. Hay tantas cosas en contra, que la lista es interminable.
—Dime algunas.
—No. No, no quiero...
—Sadie... —volvió a rodearme con los brazos por la espalda, y cuando apoyó la barbilla en mi hombro, sentí su aliento cálido en la cara—. Te conozco mejor de lo que crees.
Intenté apartarme de él, pero se negó a soltarme. Deseé con todas mis fuerzas que estuviera vestido, porque no era justo tener aquella conversación con él mientras estaba cubierto con una simple toalla.
—Lo siento Harry. No puedo tener una relación contigo, ahora no.
—¿Por tu marido?
Me volví entre sus brazos para mirarlo a los ojos, y admití:
—No. Por mí.
Él me soltó, y retrocedió un poco.
—Anoche me dijiste que querías esto, sea lo que sea —me dijo finalmente, con la dignidad de un hombre que tiene la espalda erguida porque le duele menos que tenerla encorvada.
—¿Cuántas historias me has contado? —le pregunté con voz ronca.
—Eso no importa.
—Sí, sí que importa.
—No debería —me dijo, ceñudo.
—Sí que importa, aunque desearía que no fuera así. Llevo años escuchando tus historias, y de repente, estoy dentro de una, tal y como quería desde el principio. No
sé qué hacer.
Harry suspiró y se apretó el talón de la mano contra un ojo, como si le doliera la cabeza. Al cabo de unos segundos, bajó la mano y me miró directamente.
—No eres una historia más para mí.
—Ojalá pudiera creerlo, Harry.
—Pero no puedes.
Mientras nos mirábamos en silencio, deseé tocarlo y dejar que me tocara, pero de repente, todo aquello fue demasiado para mí. Ya no tenía la seguridad que comportaba saber que no podía tenerlo, y no sabía cómo desearlo.
—Lo siento.
—No quiero que lo sientas. Dime cualquier cosa menos eso —sus manos empezaron a abrirse y a cerrarse en puños a ambos lados de su cuerpo—. ¿Qué te parece si empezamos desde el principio?
Como no sabía qué hacer con mis manos, me aferré al borde del fregadero y fijé la mirada en la espuma, que iba disipándose poco a poco y dejando al descubierto el
agua sucia que había debajo. Estaba respirando con inspiraciones cortas y poco profundas que no me proporcionaban suficiente aire.
No me volví, pero él se me acercó tanto, que sentí el calor de su cuerpo a mi espalda.
—Necesito tiempo —susurré—. Necesito tiempo para descubrir quién soy, ¿cómo puedes decir que me conoces, si ni yo misma me conozco?
—Yo no era el único que contaba historias, Sadie. Te he visto una vez al mes durante dos años, y no era el único que contaba historias; lo único que pasa es que era el que usaba más palabras.
Cuando me volví hacia él, alzó la mano para acariciarme la cara, pero se detuvo a meros centímetros de mi piel; tras un segundo, la posó sobre mi hombro, y su peso me resultó tan familiar como una historia predilecta narrada tras años de silencio. Durante un momento que pudo durar dos minutos o diez, el único sonido que se oyó en la cocina fue el de nuestras respiraciones.
—¿Por qué crees que volví una y otra vez? —me preguntó al fin—. ¿Por qué
crees que mes tras mes te lo conté todo sobre mí?, ¿que te conté lo que nadie más parecía ver?
Lo miré a los ojos, y le dije:
—No puedo ser tu respuesta, Harry. No puedo ser yo quien te salve de ti mismo.No tengo lo que estás buscando. Lo siento, pero no estoy preparada para ser tu redención.
Tras apartar la mano y asentir lentamente, fue retrocediendo paso a paso, fue apartándose de mí hasta que de nuevo nos separó un universo entero. Sentir que su mano dejaba mi hombro no hizo que me sintiera más ligera, porque el peso de aquella distancia pareció aplastarme. Lavé los platos y las tazas con un agua tan caliente que se me enrojecieron las
manos, pero ni siquiera me di cuenta. Aún no había acabado cuando oí un paso en la puerta de la cocina, pero no me volví. Al cabo de un segundo, me dijo con voz queda:
—Desde la primera vez que te reíste conmigo, durante todos esos meses y todas esas historias... para mí, todas fueron tú. Todas ellas eran tú.
Tardé demasiado en volverme, porque cuando lo hice, ya se había ido. Aunque seguir adelante con mi vida aún me costaba, dejé de resistirme a que sucediera. Atesoraba mis recuerdos, tanto los buenos como los malos, de forma indiscriminada. A veces, amaba a Adam con toda mi alma, y otras lo odiaba por
abandonarme, por negarse a intentarlo, por haber hecho que me resultara imposible recordar que había habido buenos tiempos, por haber dejado de ser el caballero de
armadura reluciente que había sido para mí. El dolor no desapareció de golpe, sino que fue desconchándose poco a poco como una capa de pintura hasta dejar al descubierto la superficie inicial que había debajo. Tuve que quitarme a mí misma la capa de pintura que me cubría antes de poder pensar en iniciar la restauración. Con el sol y el renacer de la primavera, planté en el jardín flores que a Adam le habían gustado... y también otras que a mí me
encantaban, y a él no. A veces, se me olvidaba que no estaba hasta que pasaba junto a la puerta de su
dormitorio, que seguía cerrada; había días que lo echaba tanto de menos, que me ahogaba la angustia de no tenerlo a mi lado, y otros en los que al irme a dormir soñaba con el aroma a lavanda y el sabor del whisky y de la lluvia. Me dediqué a volver a fortalecer mis lazos con mi familia y mis amigos, a trabajar en mi consulta. Me tomé mi tiempo para poder llorar a mi marido, hasta que el dolor se disipó un poco y pude empezar a pensar en crecer. En el pasado, me había bastado con ser lo que Adam quería que fuera, lo que él necesitaba; y a pesar de que no me arrepentía de ello, a pesar de que lo había amado
con toda mi alma, había llegado la hora de averiguar lo que había quedado tras su marcha.
Pensaba que lloraría al empezar a desmantelar su habitación. Me había puesto en contacto con una asociación benéfica que distribuía equipamiento usado, y me
satisfacía saber que alguien podría beneficiarse de los aparatos que Adam y yo habíamos elegido con tanto esmero para facilitarle la vida. Empaqueté sin pestañear su silla, la cama y los aparatos adaptados, y ayudé a cargarlos en el camión que vino a buscarlos. Metí su ropa en cajas para llevarlas a una tienda de segunda mano, y les regalé sus libros a amigos que sabrían valorarlos. Pieza a pieza, día a día, fui desmontando la habitación que él mismo había convertido en su propia prisión,
hasta que sólo quedaron el suelo desnudo, las paredes verdes, y los recuerdos de cómo habíamos hecho el amor y nos habíamos reído juntos allí.
Encender su ordenador fue como volver a tomarlo de la mano, porque allí era donde había trabajado, donde había escrito; a veces, bromeaba diciéndole que se habría casado con aquella máquina de haber podido, y él nunca lo había negado. Tenía pensado borrar aquel último fragmento de mi marido sin mirar siquiera, porque echar un vistazo a sus archivos me parecía una traición de una magnitud
colosal, una traición incluso peor que la que había cometido al escuchar las historias de Harry durante meses. Aquella caja llena de cables y de circuitos era una parte integral de Adam, tanto como el color de sus ojos o su sonrisa. No necesitaba ninguna información que pudiera tener en el disco duro, porque en mi ordenador tenía toda nuestra información financiera. Sus conferencias estaban
guardadas en CD, y podía volver a instalar después el software a partir de los originales; como pensaba donar el ordenador a un colegio, quería asegurarme de borrar todo lo demás.
Al final, fui incapaz de borrar lo único que me quedaba, así que empecé a
guardar toda la información en CDs vírgenes. Borré sus apuntes para las clases y también las carpetas llenas de correos electrónicos, porque su correspondencia no me concernía. Tampoco me molesté en guardar una copia de las páginas web que había
marcado como favoritas, ni las copias de sus compras por Internet. Sin embargo, me detuve al llegar a sus documentos personales, y me quedé
mirando el ordenador durante un minuto entero antes de poder abrir la carpeta donde ponía Sadie. Siempre le había encantado que le diera mi opinión sobre sus poemas, y a veces
llegaba a leerme diez o veinte versiones que sólo se diferenciaban en un punto, en una coma, o en una palabra. Cuando había dejado de hablarme de sus trabajos, había
dado por hecho que había dejado de escribir, pero al parecer me había equivocado en eso, como en tantas otras cosas. Con dos clics del ratón, conseguí acceder a un rincón de la mente de Adam que él me había negado durante mucho tiempo. Allí había tecleado, meticulosamente y
con una lentitud que debía de haberle resultado agonizante, docenas de poemas que nunca había compartido.
Había escrito sobre su furia y su frustración, sobre la alegría y la satisfacción que sentía al poder escribir, y sobre la desesperación que lo embargaba cuando no encontraba las palabras. Había llenado documento tras documento con sus versos cuidados, con sencillos poemas de haiku, y con largas muestras de la poesía libre que en el pasado había dejado a un lado. Había escrito sobre lo mucho que me quería... y sobre el odio que a veces sentía hacia mí.
Eran las palabras más honestas que había recibido de él desde el accidente, y me las había escondido. Me puse furiosa, y arrastré los archivos hacia la papelera.Acerqué el ratón al botón que lo eliminaría todo permanentemente, pero en el último
instante, fui incapaz de hacerlo y devolví las palabras de mi marido a la carpeta que tenía mi nombre.Después de copiar la carpeta en un CD, lo etiqueté con cuidado y lo metí en la caja donde guardaba cosas especiales, como el pelo que le había cortado.
Aquéllos eran los pensamientos y los sueños de Adam, éramos los dos
dibujados con palabras. Eran sus percepciones y sus imágenes, y ya carecía de importancia si eran ciertas o no. Eran las ilustraciones de Adam, sus historias... no las mías.
Había llegado el momento de dejar de ser lo que Adam había necesitado que
fuera, o lo que había creído que era; de dejar de intentar ser la esposa que había creído que tenía que ser, y convertirme en la mujer que quería ser.