Capítulo 13.

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La rutina se ha convertido, para mí, en la mejor medicina. No pienso, solo actúo y, gracias a ello, no puedo más que disfrutar.

Cada mañana soy la primera en despertarme. Preparo café suficiente para los guardaespaldas, para Niall y para mí; después cojo algún bollo y desayuno tranquilamente mientras en mi mente estructuro mi día para que me dé tiempo a hacerlo todo. Después me lavo los dientes, me ducho y me maquillo un poco. Para cuando salgo del baño, envuelta en una toalla, él ya se ha despertado y, después de dedicarme una gran sonrisa, como si todo estuviera siempre coordinado, se acerca a mí, me abraza por la cintura y me da un beso en la mejilla. En este momento todo se para, porque a veces desearía que no se quedara en la mejilla y otras agradezco que no tenga el atrevimiento; y porque a veces el beso es un gesto rápido, pero otras deja unos segundos su cabeza apoyada de mi hombro y hunde su nariz en mi pelo, como si ese fuera el mejor elixir.

Hoy, por supuesto, no ha habido ninguna diferencia y, como empiezo a conocer cómo son las mañanas en la cafetería, me visto con algo cómodo lo más rápido que puedo. Después me aseguro de que Melody esté despierta y de que Tayson esté en el rincón que le hemos montado para que pueda hacer sus cosas.

Salir de casa para ir a trabajar ya me lleva mucho más de lo que debería, pero, aun así, salgo con mucha energía. Me pongo la música a todo volumen y conduzco animada aprendiéndome las melodías que me perdí en su momento, así como las que suenan ahora. No quiero decirlo en voz alta, pero a veces creo estar adquiriendo más cultura musical de camino al trabajo que en casa escuchando el trabajo de Niall. Aun así, en ambas situaciones descubro muchísimo y lo cierto es que me encanta, así que jamás me quejaría de ninguno.

Busco un sitio para aparcar, la peor parte del día, y, una vez lo tengo, voy corriendo a la cafetería. Llegados a este punto, ya he de ponerme el delantal al vuelo y empezar a atender a las mesas incluso antes de haber entrado en el local. Empiezan los primero cafés del día, las tostadas, los zumos, las tilas y los bocadillos. Ya hasta me he aprendido a qué hora aparecen algunos trabajadores en busca de un par de cafés recién hechos que les permitan seguir su rutina.

Si tuviera que lamentar algo de este trabajo, sería tener siempre el turno de mañana. Me gusta  saber que después de la hora de comer ya tengo el día libre y el estrés de la gente rara vez se me contagia; pero es en las noches, en el alcohol y en la música en directo donde yo saboreo mi pub, eso es algo que no puedo disfrutar por las mañanas.

De la paga mensual me quitan el bocadillo diario que robo al mediodía para llenarme el estómago justo antes de irme a la clase de francés. Y es que si quiero que me dé tiempo a ir a clase de ambos idiomas cada día, he de pegar todos mis quehaceres lo máximo posible. Y, lo único bueno de eso es que, a partir de las 16:30, ya tengo el día libre y ya puedo dedicárselo a quien me quiera o necesite o, en su defecto, a mí.

A veces, dedico una horita a ir a una cafetería cercana al centro de idiomas ya que ahí suele haber nativos con los que practicar las conversaciones, pero eso no lo hago muy frecuentemente, todavía no se mucho y pocas veces puedo seguir el ritmo.

Cuando vuelvo a casa, las escenas que me encuentro nunca son iguales, pero siempre me hacen reír muchísimo. Melody jamás había tenido tanta libertad y eso se nota en días como hoy, en los que nada más entrar me encuentro la guitarra española mal atada a una silla y a mi hija sobre los hombros de su padre, con una espada de juguete en la mano, gritando a pleno pulmón que ella conquistará la casa mientras Tayson, a sus pies, hace eco de las palabras de su mejor amiga.

Me apoyo en el marco de la puerta y me quedo mirando fijamente con los brazos cruzados y una amplia sonrisa en los labios. Al principio nadie me ve, pero, una vez lo hacer, Niall reclama que rescate a su guitarra y que derrote a la conquistadora como él no podrá jamás.

-No puedo ponerme en contra de mi hija, Niall-respondo, como siempre, aguantándome las carcajadas.

Y a la primera cara de pena que me pone, me falta tiempo para coger la guitarra y empezar a aporrear las cuerdas. En menos de dos segundos, Niall ya ha bajado a su hija de los hombros y ya se encuentra junto a mí quitándome al amor de su vida.

-Ves que podías solo-respondo sacándole la lengua.

Y entonces es él el que coge la cuerda que hasta ahora retenía la guitarra y me ata de pies y manos para que no pueda escaparme.

-Venganza.

Menos mal que la conquistadora siempre está de mi parte y que, por lo tanto, pueden rescatarme enseguida. Solo así se asegura la merienda que siempre traigo por las tarde y que nos permiten, a Niall y a mí, unos segundos de paz en los que ponernos al día mientras nuestra hija se distrae con sus dibujos favoritos o con algún juguete.


Hoy Niall me avisa de que por la noche van a venir un par de amigos a tomar unas cervezas y a cantar un poco. Él lo llama noche de chill y me asegura de mil y una formas distintas que no es una encerrona que, de hecho, Melody se irá a dormir a casa de Louis porque está con sus hermanos y con Freddie y está seguro de que podrá divertirse mucho y que yo puedo elegir entre quedarme y estar en la fiesta, quedarme y no salir al jardín en ningún momento o irme también con Louis y tener una noche llena de gritos, juegos y risas.

La decisión es toda mía y, hasta qué decido qué quiero hacer, paso una estupenda tarde con mi familia en la que no se escapan una visita al parque, unos helados al atardecer y unas compras improvisadas justo antes de volver a casa y llamar a mi madre y a Maggie; esas dos maravillosas mujeres que, aunque parezca mentira, me ayudan a mantener los pies en la tierra recordándome de dónde vengo y hacia dónde me quiero dirigir.

Convirtámonos en leyenda II.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora