Parte única.

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El príncipe caminaba de un lado a otro, supervisando minuciosamente cada movimiento que hacían los guerreros durante su entrenamiento.

Los hombres eran ágiles, poderosos y bien dotados de los pies a la cabeza; sus habilidades en pelea eran inigualables como la de ninguna otra tropa y SeHun sabía que se debía a su exigente forma de ser.

No podía haber ningún error, todo debía suceder en el segundo exacto como era planeado por él mismo, calculado, totalmente perfecto; y eso incluía al único hombre al que le había negado cualquier intento de pertenecer a sus guerreros.

Pero ahí estaba, menudo, flaco y de labios finos; piel lampiña, orbes doradas y una nariz respingada; se había ganado su lugar a pulso y aunque no le gustara admitirlo, era su mejor guerrero. Sanguinario, pero perfecto; condenadamente perfecto.

Sus ojos se quedaron fijos en LuHan, observando como los músculos de su espalda se contraían al mismo tiempo que chocaba su espada con la de su oponente; el sudor chorreaba por su espina dorsal, siguiendo un camino tentador que el príncipe quería olvidar.

Y es que olvidar parecía ser una mejor idea que amar después de ser rechazado incontables veces.

Quería negarlo; quería engañarse a sí mismo fingiendo que las largas horas que pasaban juntos en arduos entrenamientos eran únicamente con el objetivo de mantener en forma a su mejor guerrero cuando en realidad, cada vez moría un poco más, solo por unos cuantos minutos a solas con el hombre de ojos claros.

Su vista se paseó por cada uno de los guerreros nuevamente, para disimular un poco su notable interés en aquel que daba la mejor pelea; pero el nerviosismo le estaba comiendo los sesos y su corazón le pedía a gritos salir de la sala de entrenamiento para no sentirse morir desbocado por un sólo ser; un sólo hombre que era capaz de quitarle el aliento con tan solo pronunciar su nombre.

Luego de unos segundos sintiéndose desfallecer, decidió salir del recinto, intentando esconder su estado agitado; más no logró saber que el guerrero de la mirada dorada le observaba desde lo lejos después de finalizar su pelea.

~♥~

Una vez más se encontraba en el bosque trasero que tenía el castillo; sus pasos hacían crujir la maleza y su espada descansaba firmemente alrededor de su cadera, moviéndose con el andar de sus piernas.

Y es que pasaba algo cada vez que el príncipe lo citaba...

No podía explicar si se sentía emocionado por estar un momento a solas con el hombre o agitado por la incertidumbre de lo que pudiera pasar.

No tenía dudas, estaba claro con sus sentimientos, tanto que se esforzaba por ser el mejor, por ser perfecto para los ojos de su príncipe.

Aún recordaba el momento en el que había llegado al castillo para unirse a la tan distinguida tropa y el hombre de cabellos negros se había negado.

Sonrió.

Si no hubiera sido tan terco quizás estaría en su pequeña casita en el campo siendo un humilde sembrador o trabajando en la fabricación de espadas; después de todo, había fabricado la suya propia.

Sus oídos captaron un leve sonido y su instinto sanguinario le hizo sacar su espada y girarse, apuntando a quien ya se esperaba.

El príncipe Oh también estaba en guardia mientras le sonreía ladino.

Sus ojos se conectaban, pero también estaban pendientes de los movimientos de su adversario mientras giraban entre sí, buscando el momento para atacar.

—Soldado Xi. —murmuró el príncipe. —Espero no haberle hecho esperar demasiado. —finalizó.

—Usted sabe que podría esperarlo una eternidad, mi príncipe. —devolvió el otro en un susurro.

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