La época barroca

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  ... del mismo material del que se tejen los sueños... 

Pasaron unos días sin que Sofía supiera nada de Alberto, peromiraba en el jardín varias veces al día para ver si venia Hermes.Había contado a su madre que el perro encontró el camino devuelta por su cuenta y que el dueño la había invita-do a entrar en sucasa, que era un viejo profesor de física y que le había explicado elsistema solar y la nueva ciencia que surgió en el siglo XVI.A Jorunn le contó mas cosas: la visita a casa de Alberto la postal enel portal y las diez coronas que encontró de camino a casa.El martes 29 de mayo Sofía estaba en la cocina secando loscacharros mientras su madre se había ido al salón para ver eltelediario. De repente oyó en la televisión que un mayor delbatallón noruego de las Naciones Unidas había sido alcanzado ymatado por una granada.Sofía dejó caer el trapo de secar sobre el banco de la co-cina vcorrió al salón. Durante unos instantes pudo ver la foto del soldadode las Naciones Unidas en la pantalla antes de que el telediariopasara a otros temas.–¡Oh no! –exclamó.La madre se volvió hacia su hija.–Pues sí, la guerra es cruel.Entonces Sofía se echó a llorar.–Pero Sofía, hija, no te lo tomes así.–¿Dijeron su nombre?–Sí, pero no me acuerdo. Era de Grimstad, creo.–Eso es lo mismo que Lillesand, ¿verdad?–¡Qué cosas dices!–Si eres de Grimstad a lo mejor vas al colegio en Lillesand.Ya no lloraba. Ahora fue la madre la que reaccionó. Se levantó delsillón y apagó la televisión.–¿Qué tonterías estás diciendo, Sofía?–No es nada...–¡Sí, algo pasa! Tienes un amigo, y empiezo a pensar que esmuchísimo mayor que tú. Contéstame, ¿conoces a algún hombreque esté en el Líbano?–No, no exactamente...–¿Has conocido al hijo de alguien que está en el Líbano?Que no, que no he dicho. Ni siquiera he conocido a su hija.–¿A la hija de quién?–No es asunto tuyo.–¿Ah no?–Quizás debería yo empezar a hacerte preguntas a ti. ¿Por qué noestá papi nunca en casa? ¿Es porque sois dema-siado cobardes paradivorciaros? ¿O es que tienes un amigo secreto? Etcétera, etcétera,etcétera. Las dos podemos ponemos a preguntar.–Creo que es necesario que hablemos.–Puede ser. Pero ahora estoy tan cansada y tan agotada que me voya acostar. Además me ha venido la regla.Y subió corriendo a su habitación, a punto de echarse a llorar.En cuanto se hubo lavado y metido bajo el edredón, la madre entróen su habitación.Sofía se hizo la dormida, aunque sabía que su madre no se lo iba acreer. Se dio cuenta de que su madre tampoco creía que Sofíapensara que su madre creía que estaba dormida. Pero también lamadre hizo como si Sofía durmiera. Se quedó sentada en el bordede la cama acariciándole la nuca.Sofía pensó en lo complicado que resultaba vivir dos vi-das a lavez. Casi deseaba que se acabara el curso de filosofía. Quizáshubiese acabado para su cumpleaños o al menos para el día de SanJuan, que era cuando el padre de Hilde volvería del Líbano...–Quiero dar una fiesta el día de mi cumpleaños –dijo de repente.–¡Que bien! ¿A quiénes quieres invitar?–A mucha gente. ¿Me dejas?–Claro que sí. Tenemos un jardín muy grande... Ojalá siga el buentiempo.–Lo que más me gustada sería celebrarlo la noche de San Juan.–Entonces así lo haremos.–Es un día muy importante –dijo Sofía, no pensando únicamenteen su cumpleaños.–Ah sí...–Me parece que me he hecho muy mayor últimamente.–Eso está bien, ¿no?–No lo sé.Todo el tiempo Sofía había mantenido la cara contra la almohadamientras hablaba. La madre dijo:–Sofía, ¿por qué no me cuentas por qué estás tan... tandesequilibrada estos días?–¿Tu no estabas desequilibrada cuando tenías quince años?–Seguramente lo estuve. Pero sabes de lo que estoy hablando.Sofía se volvió hacia su madre.–El perro se llama Hermes –dijo.–¿Ah sí?–Pertenece a un señor que se llama Alberto.–Bueno.–Vive en el casco antiguo.–¿Tan lejos acompañaste al perro?–Pero eso no importa.–¿No dijiste que ese mismo perro ya había estado aquí variasveces?–¿Dije eso?Tenía que pensar antes de hablar. Quería contar todo lo que pudieraa su madre, pero no todo todo.–No estás casi nunca en casa –empezó a decir.–Es verdad, estoy demasiado ocupada.–Alberto y Hermes han estado aquí muchas veces.–¿Pero, por qué? ¿Han estado dentro de casa también?–Hazme una pregunta cada vez, por favor. No han entrado dentrode casa. Pero paran a menudo por el bosque. ¿Te parece eso muymisterioso?–No, no tiene nada de misterioso.–Como tantos otros, paseando pasaron por delante de nuestra casa.Saludé a Hermes un día que volvía del instituto. Así conocí aAlberto.–¿Y qué pasa con el conejo blanco y todo eso?–Eso es algo que dijo Alberto. Es un filósofo de verdad. Me hahablado de todos los filósofos.–¿Por encima de la valla del jardín?–Nos hemos sentado, claro. Pero también me ha escrito cartas,muchas cartas, a decir verdad. Algunas veces las cartas han llegadocon el cartero, otras veces simplemente las ha dejado en el buz6ncuando iba de paseo.–¿Conque ésas eran las cartas de amor» de las que hablamos?–Solo que no eran cartas de amor.–¿Sólo ha escrito sobre los filósofos?–Pues fíjate que sí. Y he aprendido más con él que en ocho años decolegio. ¿Tú has oído hablar, por ejemplo de Giordardo Bruno, quefue quemado en la hoguera en el año 1600 ¿O de la ley de lagravitación de Newton?–No, hay tantas cosas que yo no sé...–Si te conozco bien, ni siquiera sabes por qué la Tierra se mueveen órbita alrededor del sol, y eso que se trata de tu propio planeta.–¿Qué edad tiene aproximadamente?–Ni idea. Por lo menos cincuenta años.–¿Pero qué tiene que ver con el Líbano? Esa pregunta era peor. Sofía pensó diez cosas a la vez. Y luegoescogió la única que le serviría.–Alberto tiene un hermano que es mayor del batallón de lasNaciones Unidas. Es de Lillesand. Quizás fue él quien vivía en laCabaña del Mayor.–Alberto, ¿no es un nombre un poco extraño aquí en Noruega?–Puede ser.–Suena a italiano.–Lo sé. Casi todo lo que tiene importancia viene de Grecia o deItalia.–¿Pero habla noruego?–Como tú y como yo.–¿Sabes lo que pienso, Sofía?: deberías invitar a ese Alberto acasa. Yo nunca he conocido a ningún filósofo de ver-dad.–Ya veremos.–Podríamos invitarle a tu gran fiesta. Es bonito mezclargeneraciones. Y así a lo mejor yo también podría participar, almenos para servir las cosas. ¿No es mala idea, verdad?–Si él quiere... Al menos es mucho más interesante ha-blar con élque con los chicos de mi clase. Pero...–Pensarán que Alberto es tu nuevo novio.–Entonces les puedes decir que no lo es.–Ya veremos.–Sí, ya veremos. Y otra cosa, Sofía: es verdad que papá y yo aveces hemos tenido problemas pero nunca ha habido nin-gún otrohombre.–Ahora quiero dormir. Me duele muchísimo la tripa.–¿Quieres una pastilla?–Vale.Cuando volvió la madre con la pastilla y el vaso de agua, Sofía yase había dormido.El 31 de mayo cayó en jueves. Sofía pasó aburrida las últi-masclases del curso. Había mejorado en algunas materias después deiniciar el curso de filosofía. Solía oscilar entre el sobre-saliente y elnotable en la mayor parte de las asignaturas, pero ese último meshabía tenido un sobresaliente tanto en el con-trol de sociales comoen una redacción hecha en casa. Las ma-temáticas se le daban peorEn la última clase les devolvieron una redacción escrita en elcolegio. Sofía había elegido un tema que trataba de «El hombre y la tecnología». Había escrito un montón sobre el Renacimiento y laciencia, sobre el nuevo concepto de la natu-raleza, sobre FrancisBacon, que había dicho que «saber es po-der», y sobre el nuevométodo científico. Se había esforzado en precisar que el métodoempírico había precedido a los inven-tos tecnológicos. Luego habíaescrito sobre diversos factores negativos de la tecnología. Perotodo lo que hacen los hombres se puede utilizar para bien o paramal, había escrito al final. Lo bueno v lo malo es como un hiloblanco y un hilo negro que constantemente se entretejen, y a veceslos dos hilos se entrela-zan tanto que resulta imposibledistinguirlos.Cuando el profesor repartió los cuadernos miró a Sofía guiñándoleun ojo.Le había puesto un sobresaliente y el siguiente comentario: «¡Dedónde has sacado todo esto?».Sofía sacó un rotulador v escribió con letras mayúsculas en elcuaderno: «Estoy estudiando filosofía».Al cerrar el cuaderno algo cayó de entre las páginas. Era una postaldel Líbano.Sofía se inclinó sobre el pupitre y leyó la postal.Querida Hilde. Cuando leas esto ya habremos hablado porteléfono sobre ese trágico accidente mortal ocurrido aquí. A vecesme pregunto si las guerras y la violencia podrían haberse evitadosi los hombres hubieran pensado un poco más. Quizás el mejorrecurso contra las guerras y violencia fuera un pequeño curso defilosofia. ¿Qué te parece-ría un manual de Filosofía de lasNaciones Unidas, del que se pu-diera regalar un ejemplar a todoslos nuevos ciudadanos del mundo en su lengua materna? Sugeriréla idea al Secretario General de las Naciones Unidas.Me contaste por teléfono que ya cuidas mejor de tus cosas. Muybien. Pues nunca he conocido a nadie con más facilidad que tupara perderlas. Me dijiste que lo único que habías perdido desdeque hablamos la última vez era una moneda de diez coronas. Haré lo posible para que la recuperes. Yo estoy lejos de la patria perotengo algún ayudante que otro que me puede echar una mano. (Siencuentro la moneda de diez coronas la incluiré en tu regalo decumpleaños.) Abrazos de papá, que ya tiene la sensación de haberempezado el largo camino de regreso a casa.Sofía acabó de leer la postal justo en el momento en que sonó eltimbre anunciando el final de la última clase del día. Por su cabezavolaron un montón de pensamientos.En el patio se encontró con Jorunn, como de costumbre. En elcamino a casa Sofía abrió la mochila y le enseñó a su ami-ga lapostal.¿Qué día pone en el matasellos? –preguntó Jorunn.–Seguro que 15 de junio...–No, espérate... pone 30. 5.–Eso fue ayer.. es decir el día siguiente del accidente en el Líbano.–Dudo que una postal del Líbano llegue a Noruega en un día –prosiguió Jorunn.–Al menos teniendo en cuenta las señas que lleva: «Hil-de MøllerKnag C/o Sofía Amundsen, Instituto de Furulia.. "–¿Crees que ha llegado con el correo, y que el profesorsimplemente la ha metido en tu cuaderno de redacciones?–Ni idea. No sé si atreverme a preguntárselo.Y no se dijo nada más de la postal.–Daré una gran fiesta en mi jardín la noche de San Juan–dijo Sofía.–¿Con chicos?Sofía se encogió de hombros.–No tenemos por qué invitar a los más tontos.–¿Pero invitarás a Jorgen, no?–Si quieres. A lo mejor invito a Alberto Knox también.–Estás chiflada.–Lo sé.Y no les dio tiempo a decir nada más, antes de despe-dirse en el centro comercial.Lo primero que hizo Sofía al llegar a casa fue ir a buscar a Hermesal jardín. Y efectivamente allí estaba, husmeando por los manzanos.–¡Hermes!El perro se quedó totalmente inmóvil un instante. Sofía sabíaexactamente lo que ocurrió durante ese instante: el pe-rro oyó queSofía lo llamaba, reconoció su voz y decidió com-probar si ellaestaba allí, en el lugar de donde salía su voz. Y la descubrió ydecidió correr hacia ella. Finalmente las cuatro pa-tas echaron acorrer como palillos de tambor.Esto en mucho para un instante.Vino corriendo hacia ella moviendo enérgicamente el rabo y lesaltó encima.–Hermes, buen perro. Bueno, bueno... no, no, no me lamas.¡Siéntate! Así, muy bien.Sofía sacó la llave para entrar en casa. Sherekan apareció entre lamaleza. No parecía fiarse mucho del desconocido ani-mal. Sofíapuso comida para el gato, echó semillas en el plato de los pájaros,hojas de lechuga a la tortuga y escribió una nota pan su madre.Puso que iba a acompañar a Hermes y que llamaría si no llegabaantes de las siete.De nuevo se fue para el centro. Esta vez se acordó de lle-varsedinero. Pensó en coger el autobús con Hermes, pero de-cidió queno debía hacerlo hasta consultárselo a Alberto.Andando con Hermes delante pensaba en lo que era un animal.¿Cuál era la diferencia entre un perro y un ser humano? Seacordaba de lo que había dicho Aristóteles respecto a esto. Él habíaseñalado que tanto las personas como los anima-les son seres vivoscon muchos e importantes rasgos comu-nes. Pero también habíauna diferencia esencial entre un ser humano y un animal, y esadiferencia era la razón en el ser hu-mano.¿Cómo podía estar tan seguro de esta diferencia?Demócrito, por su parte, pensaba que los hombres y los animales son bastante parecidos, ya que tanto los seres huma-nos como losanimales están compuestos por átomos. Pensaba además que ni losanimales ni los hombres tenían un alma in-mortal. Según éltambién el alma está compuesta de pequeños átomos que se vanvolando en todas las direcciones cuando muere un ser humano.Pensaba, pues, que el alma de una per-sona estaba intrínsecamenteunida al cerebro.¿Pero cómo podía el alma estar compuesta de átomos? El alma noera algo tangible como el resto del cuerpo. Era algo es-piritual.Ya habían pasado la Plaza Mayor y se estaban acercando al cascoantiguo. Cuando llegaron a la acera en la que Sofía en-contró lamoneda de diez coronas miró instintivamente al as-falto. Y allí,exactamente en el mismo lugar donde hacia mu-chos días se habíaagachado a recoger esa moneda, había ahora una postal con laimagen hacia arriba. La imagen era de un jardín con palmeras ynaranjos.Sofía se agachó y recogió la postal. Al mismo tiempo Hermesempezó a gruñir. Era como si no le gustara que Sofía tocara lapostal.La postal decía:Querida Hilde. La vida está compuesta por una cadena de casualidades.No es totalmente improbable que la moneda que perdistellegara a parar aquí. Quizás la encontrara una señora mayor en laplaza de Lillesand esperando el autobús para Kristiansand. DesdeKristiansand continuó viaje en tren para visitar a sus nietos, yluego puede que, muchas horas más tarde, perdiera la monedaaquí en la Plaza Nueva. También es muy posible que la mismamoneda fuera recogida más tarde ese día por una muchacha quetuviera un a gran necesidad de encontrar diez coronas para podercoger el autobús hacia su casa. Nunca se sabe, Hilde, pero sirealmente es así había que preguntarse si no existe una es-pecie deprovidencia divina que está detrás de todo esto.Abrazos de tu papá, que en el pensamiento está sentado sobre el borde del muelle en Lillesand.P. D. Ya te dije en la otra postal que te ayudaría a encontrar lamoneda.En la parte de las señas ponía: «Hilde Møller Knag c/o alguien quepase por allí...". La postal llevaba el matasellos del 15. 6Sofía subió casi corriendo detrás de Hermes por la esca-lera.Cuando Alberto abrió la puerta ella dijo:–Quítate viejo. Aquí llega el cartero.Pensaba que tenía derecho a estar un poco gruñona en esemomento.Alberto la dejó entrar, Hermes se tumbó debajo del per-chero igualque la última vez.–¿Ha vuelto a dejar el mayor su tarjeta de visita, hija mía?Sofía le miró. De repente descubrió que Alberto había cambiado dedisfraz. Lo primero en lo que se fijó fue en una peluca larga yrizada que llevaba puesta. Luego vio que llevaba un traje ancho einforme con un montón de encajes. Alrededor del cuello llevaba uncurioso pañuelo, encima del traje una capa roja. Llevaba mediasblancas, zapatos finos de charol con un lacito. En conjunto eldisfraz le recordaba a los cuadros que había visto de la corte deLuis XIV–¡Qué cursi! –dijo, y le dio la postal.–Hmm... ¿es verdad que encontraste una moneda justo en el sitiodonde estaba la postal?–Sí.–Se está volviendo cada vez más fresco. Pero quizás sea mejor así.–¿Por qué?–Porque entonces será más fácil descubrirle. Pero este últimoarreglo ha sido bastante asqueroso. Huele a perfume barato.–¿A perfume?–Que aparentemente es algo elegante pero que es todo engaño.Fíjate en cómo se atreve a comparar su propia vigilan-cia sucia con la providencia divina.Lo señaló en la postal. Luego la rompió en pedacitos igual que laúltima vez. Para no ponerle de peor humor aún, Sofía no le contónada sobre la postal que se había encontrado en su cuaderno en elcolegio.–Vayamos a sentarnos en el salón, querida alumna. ¿Qué hora es?–Las cuatro.–Hoy hablaremos del siglo XVII.Entraron en el salón de techo abuhardillado, con la ventana en elmismo. Sofía se fijó en que Alberto había cambiado algunosobjetos por otros. Había algunos que no estaban la ultima vez.En la mesa había una cajita con una pequeña colección dediferentes lentes. Junto a la cajita había un libro abierto. Era muyantiguo.–¿Qué es eso? –preguntó Sofía.–Es la primen edición del famoso libro de Descartes Discurso delMétodo, del año 1637. Es uno de mis tesoros más pre-ciados.–¿Y la cajita... ?–... es una excelente colección de lentes, o cristales ópti-cos.Fueron pulidos por el filósofo holandés Spinoza hacia me-diadosdel siglo XVII. Me ha costado una fortuna, pero es uno de mis másvaliosos tesoros.–Seguramente comprendería el valor del libro y de la cajita sisupiera quiénes fueron esos Spinoza y Descanes.–Desde luego. Intentemos primero entrar un poco en la época en laque vivieron. Sentémonos.Se sentaron igual que la última vez; Sofía en un gran si-llón yAlberto Knox en el sofá. Entre ellos se encontraba la mesa con ellibro y la cajita. Al sentarse, Alberto se quitó la pe-luca y la pusosobre el escritorio.–Vamos a hablar del siglo XVII, o de lo que solemos llamar épocabarroca–¿La época barroca? Qué nombre más raro, ¿no?–La palabra «barroco» viene de otra que en realidad significa perlairregular.. Típicas del arte de la época barroca son las formas llenasde contrastes, a diferencia del arte renacentista, que era mássencillo y más armonioso. El siglo XVII se caracterizaba, engeneral, por una tensión entre contrastes irreconciliables. Por unlado, continuó el ambiente positivo y vitalista del Renacimiento, ypor otro había muchos que busca-ban el extremo opuesto, con unavida de negación del mundo y de retiro religioso. Tanto en el artecomo en la vida real nos encontramos con una vitalidad pomposa yostentosa, al mismo tiempo que surgieron movimientos monásticosque daban la espalda al mundo.–Así que castillos majestuosos y conventos escondidos.–Pues sí, algo así. Una de las consignas de la época barroca era laexpresión latina "carpe diem", que significa "goza de este día».Otra expresión latina que se citaba frecuentemen-te en la mismaépoca era el lema "memento mori», que significa «recuerda quevas a morir". En cuanto a la pintura, un mismo cuadro podíamostrar una vitalidad bastante grandilo-cuente, a la vez que abajo,en una esquina, aparecía un esqueleto pintado. En muchoscontextos la época barroca estaba caracterizada por la vanidad y lacursilería. Pero muchos tam-bién se interesaron por el revés de lamedalla, ocupándose de lo "efímero» de todas las cosas. Es decir,que todo lo hermoso que nos rodea va a morir y desintegrarse.–Pero es verdad. Yo me pongo triste cuando pienso en que nadadura.–Entonces piensas exactamente igual que mucha gente en el sigloXVII. También políticamente el Barroco fue la época de losgrandes contrastes. En. primer lugar, Europa estaba trau-matizadapor las guerras. La peor de todas fue la Guerra de los Treinta Años,que arrasó el continente desde 1618 a 1648. Se trataba en realidadde toda una serie de guerras, especialmen-te perjudiciales paraAlemania. Como consecuencia, en parte, de esta «guerra de lostreinta años» Francia empezó a ser la po-tencia dominante enEuropa.–¿Por qué lucharon?–En gran medida fue una lucha entre protestantes y ca-tólicos. Perotambién se trataba de poder político.–Más o menos como en el Líbano.–Por lo demás, el siglo XVII estaba caracterizado por grandesdiferencias de clase. Seguramente habrás oído hablar de la noblezafrancesa y de la corte de Versalles, pero no sé si habrás oído algosobre la pobreza de la gente. Cualquier «des-pliegue de esplendor»supone un «despliegue de poder». Se ha dicho que la situaciónpolítica de la época barroca puede compararse con el arte y laarquitectura de la época. Los edifi-cios del barroco secaracterizaban por un sinfín de recovecos y recodos complicados,de la misma manera que la situación po-lítica se caracterizaba poralevosías e intrigas.–¿No hubo un rey sueco que fue asesinado en un teatro?–Estarás pensando en Gustavo III, que es un buen ejem-plo de loque estoy diciendo. Gustavo III no fue asesinado hasta 1792, perobajo circunstancias bastante «barrocas». Fue asesi-nado durante ungran baile de máscaras.–Creía que había sido en un teatro.–El gran baile de máscaras tuvo lugar en la ópera. La épocabarroca de Suecia duró hasta el asesinato de Gustavo III.El reinado de este rey se denomina «despotismo ilustrado», máso menos como bajo Luis XIV casi cien años antes, Gustavo III eraun hombre muy vanidoso, amante de ceremonias afrancesadas yfrases corteses. Cabe decir que también amaba el teatro...–Lo que le causó la muerte.–Pero el teatro fue en la época barroca algo más que una simpleexpresión artística. También fue el símbolo más im-portante de laépoca.–¿Símbolo de qué?–De la vida, Sofía. No sé cuántas veces durante el siglo XVII sedijo aquello de que "la vida es un teatro», pero te ase-guro quefueron muchas. Precisamente en la época barroca nació el teatro moderno, con decorados y maquinaria escé-nica. Se representabaen escena una ilusión, para revelar des-pués que esa actuación en elescenario sólo había sido una ilu-sión. De esa manera, el teatro seconvirtió en una imagen de la vida humana en general, que podíahacer una representación despiadada de la mezquindad humana.–¿Shakespeare vivió en la época barroca?–Escribió sus grandes obras alrededor de 1600, de modo que teníaun pie en el Renacimiento y otro en la época ba-rroca. Pero ya enShakespeare encontramos montones de fra-ses sobre la vida comoun teatro. ¿Quieres algunos ejemplos?–Con mucho gusto.–En la piezaComo gustéis dice:Todo el mundo es una escenasobre la cual los hombres y mujeres son pequeños actoresque vienen y van. Un hombreha de hacer muchos papeles en la vida.Y en Macbeth dice:Sombra ambulante es esta vida, mísero actor que en el escenariose afana y pavonea un momento y al cabo para siempre, calla suvoz. Relato de un idiota, lleno de ruido y furia, que nada significa[6].–Muy pesimista, ¿no?Se interesaba por la brevedad de la vida. Puede que hayas oído lacita más famosa de todas las de Shakespeare.–«Ser o no ser; ésa es la cuestión. "–Sí, eso lo dijo Hamlet. Un día andamos por el mundo, al díasiguiente habremos desaparecido.–Pues sí, empiezo a darme cuenta de eso.–Cuando los poetas y escritores de la época barroca no comparaban la vida con un teatro, la comparaban entonces con un sueño.Shakespeare, por ejemplo. dijo: «Somos del mismo material delque se tejen los sueños, nuestra pequeña vida está rodeada desueño... "–Qué poético.–El escritor español Calderón, ; que nació en 1600, escri-bió unaobra de teatro que se llamaba La vida a sueño. En esa obra dice:«¿Qué es la vida? Un frenesí. ¿qué es la vida? Una ilusión, unasombra, una ficción; el mayor bien es pequeño; que toda la vida essueño, y los sueños, sueños son".–Tal vez tuviera razón. Hemos leído una obra en el insti-tuto. Sellamaba Jeppe en La Montaña–Sí, de Ludvig Holberg[7]. Aquí en el norte de Europa fue unagran figura de la transición entre la época barroca y la Ilustración.–Jeppe se durmió en una cuneta y luego se despertó en la cama delbarón. Entonces pensó que simplemente había so-ñado que era unpobre campesino. Luego, cuando vuelve a dormirse le llevan denuevo a la cuneta donde se vuelve a des-pertar. Entonces cree queha soñado que ha dormido en la cama del barón.–Holberg tomó prestado este motivo de Calderón, y Calderón lohabía tomado prestado de los viejos cuentos árabes de "Las mil yuna noches". No obstante, comparar la vida con un sueñoconstituye un motivo que encontramos aun mas atrás en laHistoria, sobre todo en la India y en China. El viejo sabio chinoZhuangzi por ejemplo dijo: «Una vez soñé que era una mariposa, yahora ya no se si soy Zhuangzi que soñó que era una mariposa, o sisoy una mariposa que sueña que soy Zhuangzi".–Al menos no se podía comprobar cuál era la verdad.–En Noruega tuvimos un genuino poeta barroco que se llamabaPetter Dass. Vivió de 1647 a 1707. Por un lado quería des-cribir lavida de aquí y ahora, y por otro lado subrayó que sólo Dios eseterno y constante:Dios es Dios aunque todas las tierras estén desiertasDios es Dios aunque todas las gentes estén muertas...–Pero en el mismo salmo también describió la naturaleza del nortede Noruega y hasta las especies de peces que allí se encuentran.Éstos son rasgos típicamente barrocos. Dentro del mismo texto sedescribe lo terrenal, lo de aquí, a la vez que lo celestial, lo del másallá. Todo esto recuerda en cierto modo a la distinción que haciaPlatón entre el mundo concreto de los sentidos y el mundoinalterable de las Ideas.–¿Y cómo era la filosofía?–También la filosofía se caracterizaba por fuertes ten-siones entremaneras de pensar completamente opuestas. Como ya hemos visto,algunos pensaban que la existencia era, en el fondo, de naturalezaespiritual. Ese punto de vista se llama idealismo.En punto de vista contrario se llama materialismo, por el que seentiende una filosofía que reduce todos los fenómenos de lanaturaleza a magnitudes físicas concretas. También el materialismotenía muchos defensores en el siglo XVII. El más im-portante detodos ellos quizás fuera el filósofo inglés Thomas Hobbes. Todoslos fenómenos, también hombres y animales, es-tán compuestosexclusivamente de partículas de materia, dijo Hobbes. Incluso laconciencia del ser humano, o su alma, se debe a los movimientosde partículas minúsculas en el cerebro.–Entonces pensaba lo mismo que Demócrito mil años antes.–Tanto el «idealismo» como el «materialismo» se repi-tencontinuamente a través de la historia de la filosofía. Pero en pocasotras épocas las dos tendencias han estado tan presen-tes al mismotiempo como en la barroca. El materialismo se nu-tríaconstantemente de las nuevas ciencias naturales Newton señaló quelas mismas leyes de los movimientos rigen en todo a universo.Pensaba que todos los cambios que se dan en la na-turaleza, esdecir en la Tierra y en el espacio, se deben a la ley de gravedad y alas leyes sobre los movimientos de los cuerpos. Significa que todo está dirigido por las mismas leyes inque-brantables o «mecánica».Por tanto, es en principio posible cal-cular cualquier cambio en lanaturaleza con una exactitud ma-temática. De esa forma, Newtoncolocó las últimas piezas en lo que llamamos «visión mecánica delmundo».–¿Se imaginó el mundo como una gran máquina?–Exactamente. La palabra «mecánico» proviene de la palabragriega mechone, que significa máquina. Pero conviene tomar notade que ni Hobbes ni Newton observaron ninguna contradicciónentre la visión mecánica del mundo y la fe en Dios. No fue siempreasí entre los materialistas de los siglos XVIII y XIX. El médico yfilósofo francés Lamettrie escribió a me-diados del siglo XVIII unlibro que se llamó L'Homme machine, que significa «El hombremáquina». De la misma manera que las piernas tienen músculospara andar, dijo, el cerebro tiene «músculos» para pensar. Másadelante, el matemático francés Laplace expresó un conceptoextremadamente mecánico con el siguiente pensamiento: si unainteligencia hubiera conocido la situación de todas las partículas demateria en un momento dado, «no habría nada inseguro, y tanto elfuturo como el pa-sado estarían abiertos ante ella». Esta fraseexpresa la idea de que todo lo que ocurre está decidido deantemano. Lo que va a suceder «está en las cartas». Este conceptolo llamamos determinismo.–Entonces el ser humano no puede tener libre albedrío.–No, todo es producto de procesos mecánicos, también lo sonnuestros pensamientos y nuestros sueños. En el siglo XIX, variosmaterialistas alemanes dijeron que los procesos del pensamiento serelacionan con el cerebro como la orina con los riñones y la biliscon el hígado.–Pero tanto la orina como la bilis son algo material. Elpensamiento no lo es.–Estás tocando un punto muy importante. Puedo con-tarte unahistoria que expresa lo mismo. Érase una vez un astronauta y unneurólogo rusos que discutían sobre religión. El neurólogo era cristiano, y el astronauta no. «He estado en el es-pacio muchasveces», se jactó el astronauta, «pero no he visto ni a Dios ni a losángeles». «Y yo he operado muchos cerebros inteligentes»,contestó el neurólogo, «pero nunca he visto un solo pensamiento».–Eso no significa que no existan los pensamientos.–Pero subraya que los pensamientos no son cosas que puedanoperarse o dividirse en partes cada vez más pequeñas. No resulta,por ejemplo, muy fácil extirpar, mediante una ope-ración, una ideaerrónea; por algo se ha metido tan adentro. Un importante filósofodel siglo XVII, llamado Leihuiz, señaló que la gran diferencia entrelo que está hecho de «materia» y lo que está hecho de «espíritu»,precisamente es que lo material puede dividirse en trozos cada vezmás pequeños. Pero no se puede dividir un alma en dos.–¿Pues qué cuchillo serviría para eso?Alberto se limitó a mover la cabeza. Señaló la mesa y dijo:–Los dos filósofos más importantes del siglo XVII fueronDescartes y Spinoza. También ellos lucharon con cuestiones comola relación entre "alma» y «cuerpo». Vamos a estudiarlos un pocomás detenidamente.–Por mí puedes empezar, pero si no hemos acabado a las sietetendré que llamar por teléfono.  

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