Memorias

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¿Se nota mi sonrisa de enamorado cada que la veo? ¿Puedes notar ese fulgor que resplandece en mil hectáreas podadas donde nadie ha cruzado una asada aún? No hay diferencia para especular entre lo que guarda un corazón y una mente, los dos son tercos, indiferentes y sosegados. Si levanto un puño y lo abro en señal de saludo no espero lo mismo de vuelta, menos viniendo de señales corroídas, oxidadas por tanta intemperie y desazón. Enmarañada tengo el alma, y mil palabras danzan agradeciendo a la noche su llegada. Se abre aquel telón donde la función debe comenzar, y en ellas palabras entrelazadas cruzan sin vislumbrar al público que esta noche es escaso pero suficiente. —¿Qué sientes al verla?—. Creo que la pregunta correcta es: ¿Por qué la veo? Si desde años podridos que se refugian en rincones, un niño parecido a mí se asoma cada que pierde el miedo buscando aquello que desea abrazar; aquello que sintió perdido una noche de octubre. Entonces al verla vuelve esa sensación de alivio, como si me gustara contemplar solamente, así sin más, así sin ese miedo que me persigue cada que sueño que alguien muere y suelto sus manos para arrojarlo al vacío. —¿Por qué la miras entonces? Por esa misma razón, por la velocidad en la que a mí llega la alegría de un día lleno de estrés y ansiedad. Por esos tantos años donde las pastillas han sido un bálsamo para calmar el sudor de mis manos, la desesperanza de una batalla interminable.

—¿Extrañas algo?—. El cruce de manos, las miradas perdidas, los besos en la mejilla que sonrojan como los ocasos. Extraño esos momentos donde dos personas van por el mismo camino y cada una se pierde en sus pensamientos. Porque sabes, allí en es instante se encuentra la verdad más absoluta y sustancial. En esos ratos donde uno solo camina y camina cruzando miradas con extraños. Hay algo más, un detalle que todos olvidamos diario y que nos carcome como la edad. —¿Qué es?—. Vivir, vivir eternamente, vivir buscando, vivir por instantes, vivir por vivir. Vivir es el arma letal que dios ha creado para exterminar y dar un balance a la tierra. —¿Y, eso a qué viene cuándo hablamos de ella?—. A que todos escondemos un temor, el temor de ver partir a alguien antes de tiempo, si es uno, vamos bien; pero si es la otra persona, restregarnos a la pared y hacer berrinche como un feto que no quiere salir es válido. Hasta el punto en el que la muerte y la vida engarcen sus hilos de humo y eternidad entenderemos que la cúspide solo se alcanza bajo tierra, no sobre ella. Y sí, me dolería perderla antes. Antes prefiero irme yo.

Noches de Tres OjosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora